En el Perú la hipocresía constituye una de las grandes taras nacionales. Decimos sí, pero por dentro no nos faltan ganas para rebanar en pedazos y lonjas sangrientas al interlocutor de turno. Al idiota, llamamos analista. Al estúpido, estratega. Al débil mental, asesor. Al logrero, ministro. Más la envidia, otra tristemente célebre, habilidad congénita, nos sindica como un pueblo de gentes confundidas hasta el hartazgo. Tanta es la confusión que no podemos vivir sin ella porque entonces nos extrañaríamos de su ausencia.
Durante el paniaguato, régimen político y categoría sociológica en que hacerse el idiota frente a todo devino en una práctica virtuosa y cómplice, las garrapatas sociales, esos que viven del cuento intelectual a favor de los pobres, hicieron su reino e invadieron cuanta plaza estatal les fue posible y juntaron recursos y ¡cómo no podía ser de otro modo! aprovecharon al máximo su efímero paso.
Valentín Paniagua es sólo un político tradicional. De hablar pausado y profesoral, los años en la tribuna docente, le señalan una cadencia que respeta al pie de la letra y se hace entender con suma facilidad. Sin embargo, jamás cuestiona al sistema ni al poder. Vive en él y para él. Y el dicho dice que el vivo vive del tonto y el tonto de su trabajo. No son pocos los que quisieran cobijarse ¡otra vez! bajo el manto protector y de innegable atractivo que representa el señor de marras.
Pero, día que pasa, día que se descubren errores gruesos ocurridos durante el paniaguato. Aparte de la irrupción de las garrapatas sociales, provenientes de la izquierda caviar-lumpen y de la derecha tecnocrática, siempre vendepatria, hay un tema que he venido exponiendo durante largo tiempo sin encontrar mayor eco. Y acaba de producirse en Ayacucho un paro de la población protestante por los beneficios que debía traer Camisea en sus pagos.
El contrato de Camisea fue aprobado por el paniaguato a pesar de las recomendaciones en contrario de parlamentarios, técnicos especializados y el vicio cubrió múltiples etapas de esta concesión. El ganador en carrera de un solo caballo, el Consorcio Camisea estuvo en un principio conformado por Pluspetrol, SK e Hidrocarburos Andinos S.A. (empresita formada en un santiamén y con capital ridículo). Misteriosamente después Hidrocarburos desapareció y en su lugar intervino Techpetrol, propiedad al 100% de Techint.
En el contrato se incluyó una cláusula, la 8.6, que establecía el porcentaje de regalías con una puerta abierta que después ha sido manipulada con cifras de todo calibre. Obviamente en perjuicio del Estado peruano. Las cabeceras de los cerros en el Valle de La Convención han sido destruidas, los ríos contaminados, las especies animales alejadas de sus hábitats, los pobladores discriminados por su color y por su origen. En cambio, decenas de chilenos, argentinos, colombianos y hasta uruguayos, trabajan allí con mejor sueldo y privilegios de toda índole.
Por curioso que parezca, las poblaciones de Cusco y Ayacucho, sólo ven de relansina, beneficios que debían ser primero para ellos, porque en la zona está Camisea y su ducto de transporte gasífero a la Costa. ¡Y esto es un tema en el que hay mucho por discutir aún!
Y aunque se pretenda decir lo contrario, el paniaguato tendrá que responder por Camisea cuando, según se ha sabido, algunas empresas pretendan deshacerse del tema para vender sus acciones e irse a disfrutar de sus pingues ganancias. ¡Vamos a ver qué se dice entonces!
¡Atentos a la historia; las tribunas aplauden lo que suena bien!
¡Ataquemos al poder; el gobierno lo tiene cualquiera!
¡Hay que romper el pacto infame y tácito de hablar a media voz!
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