Entre los países investigados, el Brasil logró el primer lugar en democracia formal, pero quedó en el puesto 15 en los ítems inclusión social, salud, educación, empleo y ciudadanía. Los datos de la investigación son objeto de la conferencia internacional "Democracia, participación ciudadana y federalismo" promovida por las Naciones Unidas a realizarse en Brasilia en los días 2 y 3 de diciembre.

En los hechos, para muchos latinoamericanos la libertad no pasa de ser un derecho virtual. En teoría, una empleada doméstica del Sudeste brasilero es libre para viajar y visitar a su familia en el Nordeste. Sin embargo, sus ingresos son insuficientes. De esta forma, la libertad que le es asegurada por la política, le es simultáneamente negada por la economía.

Muchas personas prefieren seguridad a libertad. Es el caso de buena parte de la población de los Estados Unidos, país psicológicamente ocupado por Bin Laden (Ni el Sun Tzu ni Clausewitz previeron esta forma de ocupación en sus tratados sobre la guerra). Esto explica la reelección de Bush.

El miedo suprime la libertad, pues genera inseguridad y exige protección en exceso. Basta ver los condominios y edificios habitados por las familias de alta renta. Son auténticas penitenciarías de lujo, con la diferencia de que sus ocupantes poseen la llave de la puerta y el derecho de entrar y salir.

El capitalismo y el socialismo fracasaron históricamente. El primero por haber profundizado la desigualdad entre los pueblos, obligando hoy a que las 2/3 partes de la población mundial (cerca de 4 millardos de personas) deban sobrevivir por debajo de la línea de pobreza. El capitalismo no logró combinar la democracia política con la económica.

Mucho peor, transformó la política en un medio para asegurar la concentración de riqueza en pocas manos. Este dato lo dice todo: cuatro ciudadanos de Estados Unidos -Bill Gates, Paul Allen, Larry Ellison y Warren Buffet- poseen juntos una fortuna superior al PBI de 42 naciones con 600 millones de habitantes.

El socialismo cometió el error contrario, democratizó la economía y privatizó la política, asegurando al conjunto de la sociedad alimentación, salud, educación, trabajo y cultura, pero excluyendo el derecho a la autodeterminación.

La investigación del PNUD deja claro que la dictadura económica -este modelo neoliberal que agrava la desigualdad social- es el caldo de cultivo para el advenimiento de la dictadura política. No fue otra la razón del golpe militar de 1964 en Brasil. Se temían las reformas básicas anunciadas por el gobierno de João Goulart, reformas que hasta hoy la nación aguarda.

Termino de leer "Francisco de Asís, el santo reluctante" de Donald Spoto, excelente biografía que demuestra como hasta una comunidad religiosa, integrada por hombres dispuestos a seguir los pasos de Jesús, cede a la tentación de institucionalizarse, cambiando el evangelio por el derecho canónico y el espíritu de servicio por la disputa por el poder.

Esto es lo que sucede con la economía, la más ideologizada de todas las ciencias, al punto de idolatrar el mercado y colocar los intereses del capital por encima de los derechos de las personas. Nadie duda del evangelismo de Francisco, considerado por una investigación de los medios en Estados Unidos, la figura más eminente de los últimos dos mil años.

Pero ¿reflejará hoy su obra la Buena Nueva traída por Jesús?
Una buena obra política puede salvar un país del desmoronamiento, pero ¿será capaz de salvar a la nación de la miseria? ¿La buena salud de las cuentas públicas refleja el bienestar de los ciudadanos? En la dictadura, un general-presidente admitió que "la economía va bien, el pueblo va mal". La investigación del PNUD da que pensar.

Sobre todo nos obliga a indagar si la reconquista de la democracia en América Latina es un avance o una ilusión. Para ser un avance necesita ser complementada por la democracia económica, o sea el acceso de la mayoría al trabajo y la renta. Si es una ilusión, en breve el Continente retornará a un ciclo de autoritarismo, como tantos que marcaron su pasado.

¿Por qué será que nuestros países temen tanto el desarrollo sustentable, la soberanía nacional y la expansión del mercado interno? ¿El superávit social no debería tener más importancia que el fiscal?

Publicado en Quantum N.44