De las dos facetas se ocupa el Fondo Mundial para la Naturaleza, conocido por sus siglas en inglés WWF, en un informe que concentra su preocupación en el peligro de destrucción para 2020 de vastas zonas de Argentina, Brasil, Bolivia y Paraguay, que hoy se encuentran entre los ocho principales países sojeros del mundo.

Por su riqueza en proteínas, a la soja le cabe un puesto de vanguardia en el combate contra el hambre en el mundo, observó Leonardo Lacerda, responsable de la iniciativa de áreas protegidas del WWF.
La producción mundial de esa oleaginosa en 2002 ascendió a 179,9 millones de toneladas, 88% de las cuales fue molida para elaborar harina (pellet) o aceite, mientras que el resto se dedicó a semilla o se comercializó directamente como grano.

Ese volumen cubre 60% de la demanda mundial de alimentos ricos en proteínas destinados a consumo animal, principalmente aves, cerdos y reses.

El aceite vegetal más consumido en el mundo es el de soja, que retiene 25% del mercado. Los principales importadores son Irán, Bangladesh, Rusia, Marruecos y Egipto.

La progresión constante de la demanda de soja ha estimulado la producción mundial, que saltó de 115 millones de toneladas en 1993 a las casi 180 millones del 2002. También, consecuentemente, creció 26% la superficie sembrada entre 1990 y 2002, para ubicarse en la actualidad en 77,1 millones de hectáreas.

El área plantada con palma oleaginosa, la otra gran abastecedora mundial de aceite, subió 43% desde 1990 a 2002 para alcanzar hoy a 10,7 millones de hectáreas.

A ese ritmo, la demanda de soja para 2020 ha sido estimada en unas 300 millones de toneladas.

Pero de los ocho principales países productores (Estados Unidos, Brasil, Argentina, China India, Paraguay, Canadá y Bolivia), sólo los sudamericanos disponen de tierras para extender la frontera de la labranza sojera, previno Jan Maarten Dros, autor del estudio de la WWF.
En consecuencia, los cuatro productores de la región deberán aportar 80 millones de toneladas de las nuevas 110 millones necesarias para atender el consumo para 2020.

Esa es la cuestión que desvela a los conservacionistas de la naturaleza, pues las superficies libres en América del Sur corresponden a santuarios ecológicos como el "Cerrado" brasileño, inmenso paisaje silvestre de sabana y árboles, y el Chaco paraguayo-argentino, consideradas las áreas de mayor diversidad biológica del mundo.

El Cerrado, que con sus 200 millones de hectáreas cubre 23% del territorio de Brasil, ya aporta la mitad de la cosecha brasileña de soja. Y a un paso al norte de esa amplia zona se encuentra la selva del Amazonas, la presa apetecida de las industrias forestales, que cada día pierde 7 mil hectáreas de su espesura.

La organización mundial para la conservación, que tiene sede en la ciudad suiza de Gland, pronostica que el avance de la soja seguirá el modelo conocido de invasión de sabanas y de expulsión hacia los bosques de los ganaderos y pequeños agricultores.

Esa expansión del cultivo requerirá la transformación para 2020 de 16 millones de hectáreas de sabanas y de 6 millones de hectáreas de bosques tropicales en los países sudamericanos productores, advirtió WWF.

Aquí entra la propuesta de WWF, consistente en una forma de explotación que integre el cultivo de la soja con la cría del ganado en las mismas superficies. Esa manera de estímulo de la producción puede reducir a sólo 3,7 millones de hectáreas el área necesaria para obtener las cosechas de soja que reclamará la demanda en 2020.

Al mismo tiempo, esas tierras de doble vocación sojera y ganadera, podrían acoger a 23 millones de cabezas de ganado en igual plazo de 2020, visualizó Matthias Dimer, jefe de la iniciativa de transformación de bosques del WWF.

Lo que sostenemos es que, sin necesidad de talas masivas en nuevas áreas, el crecimiento requerido para 2020 se puede acomodar mediante la rotación de soja y ganado, insistió Lacerda.

Pero, para plasmar la idea de la entidad conservacionista, se requiere la participación de todos los sectores involucrados en el negocio, como son productores, inversionistas, compradores y entes reguladores, que deberán promover prácticas más sustentables y presionar a los gobiernos para que hagan cumplir las leyes ambientales y del uso de la tierra, aclaró Dimer.

La WWF está organizando un foro internacional sobre la soja sustentable, que se realizará el 11 y 12 de marzo del año próximo. La reunión se efectuará en Iguazú, aunque todavía no se ha determinado si se hará en el lado argentino o en el brasileño de ese centro turístico fronterizo.

Dros observó que países como Argentina y Brasil deben escoger entre la opción de dedicarse al monocultivo de un producto básico de exportación y la de invertir en el desarrollo de las economías internas.
Aunque el autor del informe se preguntó, sin responder, qué margen de libertad disponen los dos países para una elección de esa clase.

En este punto, el secretario general de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo (Unctad), el brasileño Rubens Ricupero, disintió con la visión de que los dos grandes países sudamericanos afrontan el riesgo de caer en un monocultivo de la soja.

Por un lado, los precios de la soja no son ahora tan atractivos como el año pasado y en las dos naciones se ha propagado una plaga originaria de Asia, denominada en Brasil "ferrugina asiática", que ha aumentado los costos de la producción, comentó el funcionario a IPS.

Ricupero dijo que en una visita reciente a Brasil y Argentina observó una diversificación de las exportaciones de la industria agropecuaria.
"En Argentina me enteré del éxito del aumento de productos de valor agregado en la cadena de la industria alimentaria", detalló. Son bienes de origen agropecuario, pero han dejado de ser productos básicos, recalcó.

"Lo mismo ocurre en Brasil. Todos esos productos crecen a un ritmo mayor que la soja. Por tanto, no creo que los dos países vayan a caer prisioneros de la soja", reafirmó.

El autor del informe del WWF describió el panorama del negocio de la soja, donde los actores clave son los consumidores, los comerciantes y los bancos privados que financian la expansión del cultivo en Brasil y Argentina, sostuvo.

Aunque en realidad no son bancos sino negociantes de productos básicos los que controlan 80% del comercio mundial de la soja y también un porcentaje similar de todas las operaciones internacionales con cereales y cacao, precisó Dros.

Esas empresas, Cargill, Bunge y Archer Daniels Midland (ADM), todas con sede en Estados Unidos, trabajan como bancos. Ellas proveen insumos y créditos a los productores y reciben la soja cosechada como parte del pago.

También Dros estimó que la posición de Argentina, Brasil y Paraguay en el comercio de productos básicos resultará fortalecida si sus gobiernos coordinan las políticas.

En este momento no son el gobierno estadounidense, ni el brasileño ni los consumidores europeos quienes establecen las reglas. Son esos tres grandes negociantes quienes realmente determinan el destino de las tierras y los valores de la soja, pues ellos suministran insumos, fertilizantes, maquinarias y se quedan luego con la soja, ratificó Dros.
Esas empresas no tienen problemas en enfrentar a un país con otro, en especial si se trata de Brasil y Estados Unidos. Lo que les interesa es el volumen de soja para negociar en el mercado, refirió.

Dros afirmó asimismo que esas compañías transnacionales estimulan actualmente a los agricultores de Estados Unidos para que comiencen a cultivar la soja en Brasil, donde la tierra es más barata.

En Estados Unidos, el mayor productor mundial de soja, los agricultores se enfrentan al problema de la superproducción de la oleaginosa, pero obtienen compensaciones de las subvenciones que el gobierno de ese país otorga al sector rural.

Aunque todo el mundo sabe que ese sistema de protección comercial no durará mucho tiempo, dijo Dros en alusión a las negociaciones para la eliminación de barreras comerciales a la agricultura que se realizan en la Organización Mundial del Comercio (OMC), en Ginebra.
La Unión Europea, que figura a la cabeza de los países importadores de soja, junto con China, acepta el ingreso de la oleaginosa sin cargas de aranceles. En cambio, grava con esos derechos de importación a los productos con valor agregado de la soja, como las carnes de aves, cerdos y reses.

Dros estimó que sería conveniente para países como Argentina y Brasil, la formación de un cartel de productores de oleaginosas, a semejanza de la organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP). La unión con Indonesia y Malasia, los grandes productores de palma.