La evaluación de la capacidad militar de Estados Unidos resulta clave al momento de analizar su proyecto de reordenamiento internacional. Un hecho significativo es que una vez terminada la Guerra Fría sólo Estados Unidos pudo sostener por una década presupuestos anuales de defensa cercanos a los 300.000 millones de dólares en promedio.

Así, aun antes del 11 septiembre 2001 el total de gastos militares de Estados Unidos era equivalente a la sumatoria de los presupuestos de defensa de la docena de países que le seguían en términos de poderío bélico. El instrumento militar era tan essencial para la política exterior que el 18 de junio 2001 Bush pudo afirmar ante el Congreso de su país que «el Departamento de Defesa se ha convertido en la más poderosa fuerza para la libertad que el mundo haya conocido».

Mientras la Unión Europea avanzaba en una concepción cooperativa de la seguridad, Rusia buscaba superar su implosión, China transitaba el camino hacia un mayor crecimiento económico y militar, y los rogues states (los llamados por Estados Unidos «Estados rufianes») estaban cada vez más restringidos para desarrollar avances en el campo nuclear; Estados Unidos se fortificaba en todos los ámbitos de la defensa. En 2001 el desequilibrio militar mundial favorable a Washington era ya notable.

En consecuencia, no resulta sorprendente que el presupuesto militar estadounidense para 2003 (401.000 milliones de dólares) fuese similar a la suma de los 21 países que le seguían en términos de gastos en fefensa: Rusia, China, Japón, Reino Unido, Francia, Alemania, Arabia Saudita, Italia, India, Corea del Sur, Brasil, Taiwán, Israel, España, Australia , Canadá, Holanda, Turquía, México, Kuwait y Ucrania(2).

Los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001 fueron un catalizador para un despliegue más ambicioso y activo de las fuerzas armadas estadounidenses. La ocupación militar de Afganistán e Irak; las fuerzas especiales despachadas a Georgia y Filipinas; el incremento de tropas en Colombia; el establecimiento de bases militares desde el corazón de Asia Central hasta el Cuerno de África(en Uzbekistán, Turkmenistán, Kirgistán, Tajikistán, Óman, Bahrein, Qatar, Emiratos Arabes Unidos, Kuwait, Arabia Saudita y Djibuti), así como en África del Oeste (Camerún, Guinea Ecuatorial y Gabón; se están concretado acuerdos similares con Benin, Nigeria, Costa de Marfil y Santo Tomé/Príncipe); la aprobación dada en 2003 para construir mini armas nucleares (mini-nukes) de menos de cinco kilotones de explosivo (un tercio del porcentaje de explosivos que tuvo la bomba lanzada contra Hiroshima) que sugieren la reducción del umbral ético y político para su potencial uso en teatros de conflicto futuros; la decisión de reasignar tropas mediante la reducción de la presencia en ciertas instalaciones (Alemania, Japón y Corea del Sur, entre otras) y su reubicación en Asia ; la presencia actual de 399.969 soldados en el mundo y el hecho que que por primera vez desde Vietnam el ejército publicara recientemente un manual para la lucha contrainsurgente; entre varios otros indicadores, confirman la centralidad alcanzada por la dimensión militar en el esquema de reordenamiento mundial promivido por Estados Unidos.

En este contexto, el Comando Sur parece estar convirtiéndose en el procónsul de aquel proyeto en el ámbito interamericano, figura que en el Imperio romano acreditaba al gobernador de una provincia. Ubicado en Miami (Florida), este organismo militar tiende a ser el principal interlocutor de los gobiernos de área y el articulador primordial de la política exterior y de defensa estadounidense en la región. La magnitud de su impronta se manifiesta en hechos como que entre agosto de 2002 y julio de 2004 el comandante del Comando Sur, general James Hill, hizo 78 visitas a la región, siendo el funcionario de cierta jerarquía - mucho más que los civiles del gobierno - que más viajes al área realizó. El Comando Sur tiene en el presente más empleados trabajando sobre América Latina que la suma de los Departamentos de Estado, Agricultura, Comercio, Tesoro y Defensa.

Despliegue en aumento

El perfil proconsular de ese Comando se manifiesta además en un consjutno de evidencias (programas, declaraciones, etc.) en torno a las relaciones interamericanas después del 11-09-01. Por ejemplo:

 A pesar de que no existía comprobación alguna de la presencia de Al-Qaeda en la región, el subsecretario de Defensa Douglas Feith propuso el 19-09-01, una semana después de los atentados, atacar un objetivo no vinculado a Al-Qaeda en el entendido de que «un ataque estadounidense en América del Sur... podría ser una sorpresa para los terroristas». Al menos públicamente, Estados Unidos no ofreció una explicación por esta afirmación no los países del área solicitaron una aclaración.

Sin que hasta el momentoi haya sido ratificado o retificado por el Departamento de Estado en el sentido y alcance de su afirmación, Hill indicó en una audiencia ante el Congreso, el 24-03-04, que las amenazas tradicionales en América Latina «ahora se complemetan con una amenaza emergente que sería mejor definir como populismo radical».

El despliegue militar del Comando Sur en el Caribe y América latina se ha ido incrementando: hoy tiene la responsabilidad sobre bases como Bahía de Guantánamo en Cuba, Fort Buchanan y Roosevelt Roads en Puerto Rico, y Soto Cano en Honduras; ha establecido forward operation locations (ahora denominadas cooperative security locations) en Manta en Ecuador, Reina Beatriz en Aruba, Hato Rey en Curacao y Comalapa en El Salvador y opera la red de radares (3 fijos en Perú, 3 fijos en Colombia y 11 móviles y secretos que operan en 6 países andinos y caribeños) para acciones antidrogas).

Después de una breve tendencia declinante a fines de la década de 1990, se ha venido elevando el número de personal militar latinoamericano y caribeño que recibe entrenamiento en Estados Unidos: se pasó de 13.785 en 1999 a 6.773 en 2000, 15.097 en 2001, 15.039 en 2002 y 22.831 en 2003. El 72,58% de los efectivos entrenados en 2003 corresponde a los países andinos (12.947 de Colombia, 2.045 de Bolívia, 680 de Perú, 662 de Ecuador y 256 de Venezuela)(15). Asimismo, en los últimos tres años se ha aumentado la asistencia militar a la región, equiparando los niveles brindados de ayuda económica.

Si bien las ventas militares de compañias privadas estadounidenses mostraban una caída entre 1996 (1.316.192.678 de dólares) y 2000 (706.164.526 de dólares) desde 2001 se percibe un incremento: en 2003, las ventas a la región alcanzaron los 1.164.657.708 de dólares. Negocios privados de armas y ayuda oficial miliatar tienden a reforzarse en el inicio de este nuevo siglo.

Se observa un aumento de las iniciativas estadounidenses que proveen recursos militares a América Latina y el Caribe y que ofrecen interacción y educación. Excluyendo los programas de ayuda antinarcóticos e otros del Departamento de Justicia, en la actualidad existen:
el Anti-Terrorism Assistance, Counterterrorism Fellowships, Center for Hemispheric Defense Studies, Deployment for Trainig, Drawdowns, Direct Military Sales, Enhanced International peacekeeping Capabilities, Excess Defense Articles, Foreign Military Financing, Foreign Military Interaction, Foreign Military Sales, Humanitarian Assistance, Inter-American Air Forces Academy, International Military and Training,t Combined Exchange Training ad Other Special Forces Training, Naval Small Craft Instruction and Technical Training School, Service Academies, Spanish helicopter Institute for Security Cooperation y Western Hemisphere Institute for Security Cooperation .

El Pentágo obtuvo la participación militar directa de El Salvador, Honduras, Nicaragua y Republica Dominicana y el respaldo político explícito de Colombia y Costa Rica la Coalition of the Willing que atacó Irak (uno de los países que conforman para Washington el «eje del mal»). En octubre de 2002 el senador republicano Henry Hide había expresado en una carta al presidente Bush que existía un «eje del mal» en América Latina, compuesto por Brasil, Cuba y Venezuela. Si bien no se conocen expresiones públicas de los militares estadounidenses en esa dirección, ciertos oficiales observan que algunas manifestaciones sociales en la región pueden contribuir, mediante su manipulación, al avance del terrorismo.

Em más reciente envío de tropas sudamericanas a Haití después de la caída del gobierno de Jean-Bertrand Aristide en febrero de 2004 puede ser interpretado como la articulación de una Coalition of the Willing regional que no resultó de un consenso tripartito chileno-brasileño-argentino, sino de decisiones unilaterales - presentadas luego como convergentes - que, de hecho, le evitavan a Washington un dolor de cabeza adicional en mediop de la resistencia a su ocupación de Irak y del proceso electoral estadounidense.

Colombia, donde Estados Unidos tiene hoy la segunda embajada más grande del mundo después de Irak, se ha convertido en el primer receptor de asistencia (en especial militar y policial) estadounidense en América Latina y el cuarto en el mundo (después de Israel, Egipto e Irak). Entre 1998 y 2003, ese país recibió aproximadamente 2.884 millones de dólares; en 2004 obtendrá unos 751 millones y en 2005 se proyetan 724 millones. El Congreso estadounidense ha autorizado la presencia en colombia de hasta 800 militares y 600 contratistas privados. El nuevo comandante del Comando Sur, general Bantz J. Craddock indicó que le aprece una prioridad contencer el «derrame de inestabilidad» en la frontera entre Colombia y Panamá.

Es prudente recordar la vigencia de la llamada Enmienda De Concini de 1978, que se incorporó a la ratificación por el senado estadounidense de los Tratados Torrijos-Carter entre Estados Unidos y Panamá. Ella dice: «Conforme al Tratado concerniente a ala Neutralidad Permanente y al Funcionamiento del Canal de Panamá, Panamá y Estados Unidos tienen la responsabilidad de asegurar que el Canal de Panamá permanezca abierto y seguro a naves de todas las naciones. La interpretación correcta de este principio es que cada uno de los países, de conformidad con sus respectivos procedimientos constitucionales, defenderá el Canal contra cualquier amenaza al régimen de neutralidad y por conseguiente tendrá el derecho de actuar contra cualquier agresión o amenaza dirigida contra el Canal o contra el tránsito pacífico de naves por el Canal»...

Esto significa que, por ejemplo, si guerrilleros, paramilitares o narcotraficantes colombianos afectan con sus actos el Canal de Panamá, Estados Unidos podría invocar la Enmienda para defenderse. La existencia de ésta le brinda a Estados Unidos un recurso legal para usar su poder militar.

El Pentágono está inclinado a inducir lo que podría llamarse una doctrina de insistente en combatir las «nuevas amenazas» (que son un catálogo de peligros polimorfos diferentes de los enormes problemas socioeconómicos de la región), en el contexto de «espacios sin gobierno» (fenómeno anterior a la consolidación de los «Estados fallidos») mediante una labor indistinta entre militares y policías, borrando las frontras entre defensa externa y seguridad interna. El efecto de esto sobre la frágil democracia en el área podría ser devastador.

En resumen, la centralidad alcanzada por el Departamento de Defensa y la dimensión militar en la actual política internacional de Estados Unidos han ido fortaleciendo el papel del Comando Sur en el manejo y control de las relaciones interamericanas. Las turbulencias que se vienen multiplicando en América latina -entre las cuales el caso de Colombia es apenas la punta del iceberg- alientan y alimenta el papel institucional y político del U.S. Southern Command. La pasividad, la resignación o la indiferencia del liderazgo latinoamericano ante esa proyección militar desde Estados Unidos parece legitimar el momento proconsular en el área. Así entonces, el Comando Sur -por razones burocráticas, presupuestarias y estratégias-, se sentirá tentado de transformar este momento en una era proconsular.