Estimado señor Presidente:
Le escribimos para pedirle que nos acompañe. Esperamos nuestro pedido no lo sorprenda muy ocupado, o quizá cansado, en cuyo caso le ofrecemos nuestro banquito del mercado para que se siente, pero eso sí, le pedimos nos acompañe.
SEIS peruanos, SEIS fueron los que el primer y segundo día del año murieron en Andahuaylas. Cuatro de ellos probablemente al momento de partir -y sin despedirse-, habrán pensado que cumplían con ese “deber” que todos los meses les permitía honradamente llevar 400 soles para mantener a las familias que, como usted señor Presidente, ellos también tenían (¿cómo será volar al más allá así señor Presidente?). Los otros dos, llegaron a Andahuaylas sin saber por qué, atraídos por la oferta de algún político que seguramente tampoco nunca podrá cumplir (¿acaso la ilusión de cambiar las cosas y poder tener qué comer?). La muerte de todos ellos tiene el mismo valor.
El tiempo pasa y parece que la calma se nos está secando. ¿Será acaso el sol del verano que calienta y nos calienta preocupantemente ? ¿Cuándo señor Presidente el día será día y la noche noche? ¿Cuándo nos ayudarán los políticos y no los políticos se ayudarán de nosotros? ¿Cuándo los mercaderes dejarán de apostar (nos parece haber oído que pelean por la rifa número 2006), parados al lado de nuestros muertos sin enterrar?
Pero no, hoy no le escribimos por eso señor Presidente, hoy lo hacemos para contarle que estamos muy tristes y sólo le pedimos nos acompañe en esta tristeza con un minuto de silencio por esos SEIS peruanos, SEIS que murieron por ese ruido de la montaña que algunos dicen no escuchar ni entender y a muchos nos está comprimiendo el pecho todos los días. Un minuto apaguemos los ruidos por su dolor, por lo que fueron y quisieron ser y ya no lo serán:
Esperando no haber perturbado demasiado con esto sus importantes ocupaciones,
atentamente quedamos de usted señor Presidente.
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