El grupo místico criminal denominado Mara Salvatrucha, originario de El Salvador, puede haber rebasado ya el medio millón de integrantes, constituída esencialmente de desempleados centroamericanos. Después de implantarse en el territorio chiapaneco (Chiapas, estado del sur mexicano) sin que las autoridades migratorias mexicanas hayan siquiera medido su alcance geopolítico, ahora lanza sus efectivos a la conquista de la América que habla inglés.

Los representantes de los gobiernos de América Central y del Norte tienen con frecuencia reuniones de emergencia sobre seguridad, en un intento por detener la rápida proliferación de las llamadas «Maras», que son pandillas transnacionales mayormente integradas por jóvenes centroamericanos víctimas del desempleo, ahora vinculadas al crimen organizado.

El origen, alcance y bestialidad de las maras pinta el cuadro de una nueva etapa tenebrosa. _ Es un mal presagio -que por ahora sólo involucra a cientos de miles de personas. Sobre ello el general mexicano Jorge Carrillo Olea, especializado en asuntos de seguridad nacional prevé que pronto la Mara habrá de convertirse en el fenómeno de decenas de millones de desamparados que emigran por todo el mundo tratando de hacer una vida donde no la hay, «a menos que nos libremos del libre comercio y la globalización».

Estas pandillas de jóvenes pobres que cruzan fronteras hasta Panamá por el sur y por el lado opuesto hasta Estados Unidos, ahora se dirigen hasta Canadá, funcionando como el brazo armado del tráfico ilegal de armas y drogas y como un proyecto de geopolítico de debilitamiento de las fronteras en el sur del planeta mediante la criminalización de las poblaciones limítrofes.

Los traficantes de mano de obra emigrante las usan para aterrorizar, mutilar o asesinar a emigrantes que no pagan sus deudas. Con tatuajes repugnantes que los distinguen y usando señas satánicas como parte de su formación sectaria, estos jóvenes han llegado a tal grado de deshumanización, que en varios lugares ya han adoptado el método de las decapitaciones a modo de represalia.

Esta no es una operación pequeña. El número de los maras se calcula que va de los 100 mil a los 600 mil, según algunos órganos de difusión. Varios funcionarios de Estados Unidos, México y Guatemala los consideran incluso una amenaza a la seguridad nacional.

¿Quién es responsable?

Los neoconservadores y los racistas anti-inmigrantes están aprovechando la crisis de las maras para publicitar la tesis del Samuel Huntington, de que el principal enemigo de Estados Unidos son los hispanos, dentro y fuera de su territorio. El profesor Huntington de la Universidad de Harvard es un fascista que ha difundido la mentira de que un «choque de civilizaciones» entre los musulmanes y Occidente es inevitable.
Exaltando el miedo, los círculos conservadores difunden la línea de que los terroristas de al-Qaeda contrataron a las maras para introducirlos en Estados Unidos.

Según un militar norteamericano versado en el tema, se desconoce la veracidad de tal afirmación. (La inteligencia estadounidense es tan ineficaz, que sólo podemos conjeturar, y ni siquiera con mucho detalle, según afirmó).

Sin embargo, la gente de Huntington exige la deportación en masa y el cierre de la frontera sur de Estados Unidos, para empezar. Sus contrapartes centroamericanas exigen -como solución- la imposición de la pena de muerte a los pandilleros.

¿Puede una sociedad que ordena la ejecución en masa de sus propios hijos -a modo de solución al salvajismo que crean sus propias políticas- sobrevivir?
Los expertos en las maras concuerdan en que más que nada las integran niños. Según un estudio de mayo de 2004 realizado por una experta antidrogas de El Salvador, 51,9 por ciento de los maras de su país tienen entre 11 y 15 años de edad; 2% sólo tiene entre 7 y 10 años; y el restante 49,6 por ciento son menores de 25.

De hecho, las maras son en parte hijas del proyecto del crack de cocaína del Irán-contra de George Bush padre. Primero las formaron a mediados de los 1980 en Los Ángeles, California, con los hijos del más de un millón de refugiados empobrecidos que huían de las guerras en América Central. Ante la estructura pandilleril existente en Los Ángeles, los jóvenes salvadoreños y hondureños fundaron su propia pandilla.

En esos años, «George Bush: el supercapo de la cocaína», el crack era introducido a los guetos de Estados Unidos, empezando con las pandillas de Los Ángeles, para crearle un nuevo mercado a la cocaína traficada por las redes del Irán-contra del Gobierno secreto de Bush.

Cuando las guerras en América Central cesaron a principios de los 1990, Estados Unidos empezó un programa de deportación generalizada de estos jóvenes pandilleros criminalizados a sus países de origen, países que no tenían nada que ofrecerles y ninguna capacidad para controlar el delito. Los acuerdos de «paz» de América Central no trajeron ningún desarrollo económico, pero sí el libre comercio y con él, el mercado negro de armas y decenas de miles de ex guerrilleros y soldados desempleados con los que el narcotráfico hizo su agosto.

La globalización convirtió a América Central en reserva de mano de obra barata para Estados Unidos. El usurero pago de la deuda extranjera -deuda que nunca sirvió para construir un dique o una fábrica- canibalizó tanto las economías, que los centroamericanos prefieren jugársela para llegar a Estados Unidos y conseguir un empleo, por mal pagado que sea, a fin de enviar dinero a sus familias.

¡Semejantes políticas han llevado a la cuarta parte de los salvadoreños a huir a Estados Unidos!

Tal como la política de deportación en masa de los 1990 amplió la estructura pandillera de Los Ángeles de vuelta a América Central, así las políticas de «cero tolerancia» adoptadas por los Gobiernos aterrorizados de El Salvador y Honduras en el 2002-03 han exportado a miles de maras a Guatemala, México y de regreso a Estados Unidos.

Jóvenes delincuentes de la Mara Salvatrucha detenidos en una comisaria de la policía.

Hacer valer la ley es necesario, pero hasta que no creemos millones de empleos en torno a un programa urgente de construcción de infraestructura en América Central y Estados Unidos, empleos que brinden capacitación y sean fuente de orgullo, no habrá solución.

El ministro de Planificación de Guatemala, Hugo Beteta, ha dicho en octubre al Washington Post que más de la mitad de los guatemaltecos tienen menos de 18 años, y que la mayoría carece de oportunidades de empleo. _ Los jóvenes ven dos alternativas: emigrar a Estados Unidos, o unirse al narcotráfico, dijo.