Con una desverguenza que sonroja, dueño de un desparpajo inolcultable, el ministro del TLC y Asuntos Foráneos (oficialmente de Comercio), Alfredo Ferrero Diez Canseco, acaba de anunciar que su portafolio fletará el viaje, a todo dar, de treinta congresistas a Cartagena a la próxima ronda de negociaciones del TLC en que Perú dice participar. ¿Qué, como bien ha dicho con dignidad indignada Javier Diez Canseco, el Legislativo necesita que el Ejecutivo sufrague un viaje pomposo y hasta ocioso? TLC: ¿comprando parlamentarios?

Con su habitual generosidad crítica Raúl Wiener ha dicho que la patota de legiferantes iría al cuarto del costado como se llama al espacio de consuelo que hay para que la gente de los países se entere qué impone Estados Unidos a sus eventuales contertulios. ¡Yo apuesto, doble contra sencillo, que ninguno de estos congresistas va a llegar siquiera a dicho sitio! ¡Todos van a estar en la majestuosa pista de baile que tiene la discoteca La Escollera al pie del mar en ese bello sitio del Caribe colombiano!

¡Es impresionante el fervor, no tan exento de intereses particulares y de futuro horizonte, que muestra por la firma del TLC con Estados Unidos, Alfredo Ferrero. No sólo que es un vector descarado en pro de un pacto comercial que tiene acápites peligrosos en cuanto al agro y a la propiedad intelectual cuanto a los derechos de autor, sino que también nos amenaza en el ámbito cultural con riesgo de enajenarnos, con sus millones de dólares, cualquier expresión autóctona y de historia inabdicable. Ferrero calcula para cuando deje el ministerio y ya debe tener algunas ofertas para hacer de cabildero del TLC en la empresa privada.

No otra cosa se puede decir del otro “negociador” Pablo de la Flor, exfuncionario de AID y también socio del principal propulsor del TLC Chile-Estados Unidos, Tironi. Sus disfuerzos oratorios, envueltos en cháchara pseudo-moderna predican un entreguismo sin recatos. He sostenido que a estos funcionarios públicos hay que escrutarlos al milímetro y no hay que dejar que abandonen el país y mucho menos que aprovechen las plataformas del Estado para la consecución de sus feniciados particulares. Y en este caso, de flagrante y reciente pasado concomitante con ambiciones de séquito, hay que ser estrictos y estar con el látigo que castigue a los vendepatria.

¿Para qué van treinta parlamentarios a Cartagena? ¡A pasear, bañarse en las aguas tibias de ese mar infestado de tiburones y a tomar ron colombiano! Más allá de degustar el sancocho, pasear en calesas por la vieja ciudad en compañías más que alegres, ¡no van a hacer! ¿Es necesaria una pandilla de este número para enterarse de lo que se hace, mejor dicho se obedece, en cuanto al TLC? ¡No, de ninguna manera!

El motivo confeso y público del ministro del TLC y Asuntos Foráneos, Alfredo Ferrero es asegurar que no le hagan mucha bronca en el Congreso. Entonces, ya tendría por lo menos 29 de los 30 turistas, asegurados como votos para las futuras sesiones. ¿Puede interpretarse de otro modo el “generoso” gesto de Comercio con los dineros del pueblo?

¡Es el colmo!

¡Atentos a la historia; las tribunas aplauden lo que suena bien!

¡Ataquemos al poder; el gobierno lo tiene cualquiera!

¡Hay que romper el pacto infame y tácito de hablar a media voz!