Anunció, con tono apocalíptico, el ingeniero Juan Sheput, asesor presidencial, la pertinacia atribuida a los familiares del jefe de Estado y la censuró con palabras puntuales. ¡Muy bien! La pregunta es: ¿qué está haciendo, en concreto y no en la vaguedad de cháchara que ya no impresiona, porque esto termine, culmine o se haga justicia metiendo a la cárcel a todos los sospechosos de majaderías sólo por el hecho de ser parientes del mandatario? De promesas y condenas simbólicas también está empedrado el suelo del infierno.
¿Es esta fórmula oratoria la escogida para parecer fustigadores o en realidad Sheput ha transmitido el mensaje, bajo cuerda, de que se va terminar con esta lacra que ensucia, aún más, la imagen de un ultra-alicaído gobierno que no pasa de mediocre? Si así fuera, y hay razones que estriban en la cordura de Sheput, entonces, estaríamos en el pórtico de acciones razonables y drásticas. En cambio, si no se concreta nada, el asesor debería considerar un viaje de vacaciones al Tibet, por ejemplo, a filosofar y a meditar sobre el abstruso tema de la inmortalidad del mosquito.
De la mala influencia, merced a múltiples escándalos, casi todos de nivel abyecto, que ejerce parte de la familia presidencial, hay multitud de datos. Por tanto, casi es ocioso recordarlos. A menos que estemos en el inane propósito de realizar un inventario de imposturas y estupideces. Felizmente, no es mi caso, por lo menos.
Entonces, ¿qué puede haber ocurrido como para que Sheput haya salido con ese tenor de declaraciones muy bien difundidas? Me atrevo a pensar, como dije líneas antes, que recibió un encargo especial y de muy alta responsabilidad. O, de repente, que se fue por la libre en un acto de independencia rarísimo en los funcionarios de este gobierno. ¿O quiere marcar, a casi cuatro años del régimen (algo tarde, ¿no?), una presencia autónoma, distinta o de perspectiva u horizonte para más adelante? Intríngulis que sólo los días que vienen se encargarán de desentrañar.
Lo cierto es que la incredulidad ciudadana con cualquier representante gubernamental es un tema que no admite réplicas. Así sea el señor Sheput quien ha brindado lampos de inteligencia, aunque muy de cuando en cuando. La carencia de imaginación de que hacen gala los del entorno oficialista, es clamorosa. Hablan de lo mismo y en muy diversas formas pero casi nunca se salen del libreto. ¿Será ésta una de esas ocasiones?
El Perú y, especialmente su gobierno, está clamorosamente huérfano de ideas. Sólo trasluce una cacofonía tartamuda, rica en dicterios y calificativos para quienes no piensan como el oficialismo (95% de la población) y en cambio transita con recurrencia abominable por las vías de políticos desahuciados por su vulgaridad autista y suicida. ¿Cree acaso -y está en eso el señor Sheput- que tienen algún futuro para el 2006? Si consiguen 2 ó 3 parlamentarios, tienen que darse agradecidos golpes en el pecho.
La sordera política es la más cancerosa de todas. Cuando quienes deben oír por sus becas sobre gobernabilidad, adefesio e invento que sirve para cohonestar cualquier cosa, no lo hacen, se auto-incineran lenta pero eficazmente. ¿Qué terrible idiotez, no?
¡Atentos a la historia; las tribunas aplauden lo que suena bien!
¡Ataquemos al poder; el gobierno lo tiene cualquiera!
¡Hay que romper el pacto infame y tácito de hablar a media voz!
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