El Congreso, vía uno de sus grupos políticos, pretende bajar a 61 los votos para vacar al presidente de la república. Con el desparpajo que da la estulticia, los autistas de Plaza Bolívar, pretenden instituir la ilegitimidad del inquilino de Palacio con un mamarracho pseudo-democrático y absolutamente manipulador. ¡La sartén le dice a la olla: no me tiznes! La política de letrina del Perú ha llegado a los niveles más fétidos posibles.

Como los operadores mediáticos, generosamente pagados con el dinero del pueblo, y que hacen de las suyas en Palacio, han tenido cancha libre para disparar todos sus dardos envenenados contra el Apra, el partido respondió con artillería pesada. O, lo que es peor, lo que a ellos se les antoja como tal, cuando en realidad no es más que la devolución de la miasma, vía conferencia de prensa y expresión mediocrísima de sus voceros. ¡Cómo cuesta creer que la herramienta popular creada por Haya de la Torre, es hoy, no plataforma de ideas revolucionarias, sino podio de miopes cuasi ciegos y fronterizos!

¡Tú me zahieres, entonces yo te suelto a los perros! Pero -las puertas del letrinazgo nacional están siempre abiertas- si hay algún consenso, todo sigue como está y nos ponemos de acuerdo “por la democracia”. No es otra que ésta, la lectura de cómo se entienden las pandillas políticas en el Perú. No hay ideas, sólo conveniencias, amarres, compadrazgos, cuchipandas mermeleras, festivales y repartijas. La bacanal fue declarada abierta y sólo entran los que tienen pase especial. ¡Qué desastre asqueroso!

¿Es el Congreso, representante real del pueblo peruano? Dudo mucho que alguien cuerdo sostenga tamaña tontería. La mejor definición sobre el Parlamento la dio Manuel González Prada cuando afirmó que hasta el caballo de Calígula se avergonzaría de formar parte de semejante corporación. El conjunto de individuos que está en la Plaza Bolívar es uno de los peores que haya existido alguna vez. Los delincuentes fujimoristas gozaban porque eran ladrones por vocación y convicción. Los actuales parlamentarios se llaman a sí mismos “demócratas”.

Es curioso comprobar cómo las instituciones se han venido abajo. Ni el Congreso ni Palacio gozan de respaldo significativo. En cambio, son vastos, enormes, los renglones ciudadanos que abominan de su existencia. Por tanto, que uno acuse al otro, deviene en una payasada repudiable digna de sus autores. La sarten le dice a la olla: ¡no me tiznes!

Me atrevo a pensar que el sainete actual sólo sirve para medir fuerzas y ver hasta donde llega cada quien en su esfuerzo de letrina política. No hay otro interés que persistir viviendo del Estado y de las sinecuras que el pueblo paga con silencio preocupante. No debe olvidarse que a las tormentas borrascosas precede -casi siempre- esa calma engañosa. ¡Y ay de los responsables!

La casta política que tiene más de 30 ó 40 o más años, ya está muerta. Los remiendos sólo son manotazos en el naufragio. ¡El paredón moral tiene que empezar a fusilar a todos estos pobres diablos!

¡Atentos a la historia; las tribunas aplauden lo que suena bien!

¡Ataquemos al poder; el gobierno lo tiene cualquiera!

¡Hay que romper el pacto infame y tácito de hablar a media voz!