El mandato presidencial de George W. Bush, marca una ruptura en la historia de los Estados Unidos. Han recomenzando con el proyecto imperial que habían puesto en práctica en el siglo XIX en América Latina y el Pacífico. Están convencidos de que pueden dominar la Tierra ellos solos.

Han llegado a ser la única hiper-potencia y por tal razón se lanzan, cuerpo y alma, en un sueño de conquista que nada parece poder parar, excepto la inevitable catástrofe final a la cual no podrán escapar, «crepúsculo de los Dioses» en donde sucumben todas las megalomanías.

Esta fantasía encuentra su justificación en los atentados del 11 de septiembre de 2001, imputados a un enemigo invisible y al mismo tiempo omnipresente, el complot islámico mundial llamado Al Qaeda. El cual se alimenta del miedo de la gente al mismo tiempo que se atavía falazmente de nobles principios: los Estados Unidos entablan una batalla escatológica contra el «Eje del Mal».

Pretenden sembrar la Democracia en Afganistán y en Irak arrojando toneladas de bombas sobre sus poblaciones civiles. Nos aseguran querer defender la Libertad torturando incluso a niños en Bagram y Abu Gharib. Pretenden promover la Justicia encarcelando a inocentes en el infierno de Guantánamo.

Como cualquier otra locura humana a lo largo de la historia, ésta que se ha apoderado de los EE.UU no es una enfermedad repentina o pasajera, sino el resultado de una larga incubación. Un pueblo de colonos inmigrantes que se liberó del despotismo del rey inglés Jorge III porque los sometía a un impuesto abusivo además de exigirles respetar los tratados indios.

Los Estados Unidos obtuvieron su independencia para concretizar su proyecto religioso, fuera de la tutela anglicana; para realizar su proyecto económico, fuera del fisco británico; para concretizar su proyecto expansionista, expulsando y masacrando a los indios.
Durante todo el siglo XIX han competido con los imperialismos europeos hasta encontrar el ejemplo y modelo ideal de explotación con la Guerra del Opio. Una vez convertidos en primera potencia ―después del fracaso europeo de la I Guerra Mundial―, todavía han tenido que esperar pacientemente frente a la Unión Soviética.

Hoy los EE.UU pueden realizar sus «deseados sueños» desarrollando su economía al mismo tiempo que destruyen naciones, una forma de depredación púdicamente llamada «globalización», pudiendo incluso masacrar nuevamente sin remordimientos cualquier pueblo no cristiano.

El planeta entero se ha transformado en terreno de caza tras la caída de la URSS. El 11 de septiembre de 1990, George H. Bush (padre) exponía ante el Congreso su plan de «El Nuevo Orden Mundial» sin dudar un solo momento en reutilizar y apoderarse de la terminología nazi de «Nuevo Orden Europeo».

Es normal que no encuentre nada de malo en ello, él, que había heredado su fortuna de las ganancias mal adquiridas por su propio padre, Prescott Bush, al negociar con la industria de guerra nazi e incluso con los campos de exterminio de Auschwitz.

Vinieron después la «Tempestad del desierto» y el periodo Clinton, y el Nuevo Orden tuvo que esperar. A partir de 1998, los Bush, apoyándose en los contactos de Richard Mellon Scaife, desestabilizaron la Casa Blanca organizando el caso «Lewinsky», hecho que empujó a más de un demócrata a pasarse al otro bando.
Sirviéndose del Congreso y del Estado Mayor de las Fuerzas Armadas, optaron por el rearme, hicieron votar la Ley para la Liberación de Irak (conflicto de 1991) e impusieron la guerra de Kosovo. Aprovechándose del debilitamiento de Clinton, lograron constituir una Comisión presidida por Paul L. Bremer III acerca del terrorismo internacional y otra presidida por Donald Rumsfeld a propósito de la vulnerabilidad espacial.

Esta fuerza «republicana», a pesar de encontrarse en la oposición, asentó ya todas las bases de su política, fortaleciendo cada vez más sus objetivos. Y mientras iban cumpliendo sus planes no hacían más que demostrar al mismo tiempo que el anfitrión de turno de la Casa Blanca no era nada más y nada menos que un simple demagogo con poco poder. Por ello, sentían la necesidad de reconquistar la presidencia, la cual podría ser ejercida por un miembro intermediario de la secta, ahorrándole así la molestia a un verdadero jefe.

Esto era a fin de cuentas la oportunidad de su vida para George Jr., una inesperada y nueva carrera para el fracasado de la familia. Al igual que el actor Ronald Reagan, iba a protagonizar dicho papel dirigiéndose a las multitudes mientras que otros, desde la sombra, gobernaban el país. Como el guante de terciopelo que oculta la mano de hierro.

No podríamos comprender de otra manera que un personaje de tal mediocridad haya podido acceder a la presidencia de los EE UU si no fuera por el minucioso retrato que nos ha legado James Hatfield. Aquello que podría ser un impedimento para un político se convierte ―paradójicamente en esta situación― en una cualidad notable.

Este hijito de papá tuvo la capacidad de multiplicar bancarrotas y estafas en el negocio petrolero, consiguiendo al mismo tiempo una interesante cartera de contactos, como sus fructíferos negocios con la familia Bin Laden. Mentiroso incorregible, que se hace elegir gobernador de Tejas con un programa ecologista para que una vez elegido dé «carta blanca» al lobby del petróleo, posee unas cualificaciones que resultan muy valiosas a la hora de vender guerras, como la de Afganistán o Irak.
Alcohólico y cocainómano, maravillosa encarnación del vaquero indolente y despreocupado, que sabe seducir esta América e invitarla a una borrachera en la cantina, sin pensar en el mañana. Pero siempre habrá un despertar de jaqueca y resaca.

Después de haber hecho trampas en la elecciones presidenciales del 2000 y permitido que los atentados del 11 de septiembre de 2001 ocurran bajo su mandato, como otros en el pasado dejaron quemar el Reichstag, George W. Bush desenfundó su ley USA Patriot Act, que suspende las libertades individuales hasta el 2005 para, según dice, combatir el terrorismo. Ha desatado una cacería de brujas de musulmanes como en la época del maccarthysmo, fichando a todos los practicantes y obligando a aquéllos que son extranjeros a controles regulares en las comisarías.

Ha lanzado su cruzada en Afganistán. Ha permitido la eliminación de los mujadines, que su padre contrariamente había reclutado cuando era vicepresidente para luchar contra los soviéticos en Afganistán y que la CIA y Osama Bin Laden habían continuado dirigiendo posteriormente para proseguir su lucha contra los rusos en Chechenia.
No es que los mujadines se hayan sublevado contra el amo que los alimentaba, sino que no podían respaldar una armada convencional al mismo tiempo que mantenían ejércitos de asalto. Era su «noche de los cuchillos largos» en versión afgana.

Los Bush comenzaron la predación de los campos petrolíferos. Han confiscado las materias primas de Irak y han entregado el país a empresas comerciales de derecho privado para que lo administren, bajo la mirada benévola de la Autoridad provisional dirigida por su amigo Bremer y antes de instalar un gobierno autóctono fantoche.

Han dado un golpe de Estado y secuestrado al presidente Jean-Bertrand Aristide apenas se supo de la existencia de los primeros yacimientos de petróleo descubiertos a lo largo del litoral de Haití.
Han multiplicado las tentativas de golpe de Estado contra el presidente Hugo Chávez, culpable ante sus ojos de haber tomado el control y la gestión de la compañía petrolera de Venezuela. Y están listos para invadir Sudán después de haber incitado a la guerra para hacerse con los pozos explotados por la Compañía Nacional China.

Los Bush han comenzado a reorganizar los EE.UU. Actualmente el jefe del Estado Mayor del Ejército se ha convertido en el cuarto personaje más importante de la nación en lugar del portavoz de la Cámara de Representantes. La super-bowl se ha convertido en la ocasión ideal para una demostración militar, como en los Juegos Olímpicos de 1936 en la Alemania nazi.

Se ha formado un gobierno militar fantasma, apto para remplazar en cualquier momento la administración civil si ésta fuera liquidada por un atentado. Se ha creado un nuevo Comando Conjunto que reagrupa las fuerzas armadas presentes sobre el territorio nacional US, las fuerzas nucleares y espaciales, bajo la autoridad única del general Ralph E. Eberhart.

Este mismo comandante se ha encargado de vigilar a las poblaciones civiles, de fichar y clasificar las opiniones políticas, las convicciones religiosas y las tendencias sindicales. Soldados con uniformes de combate ocupan ahora los lugares públicos. Así como los nazis preferían instalar sus campos de concentración en Polonia u otros lugares, se han creado centros de tortura en bases miliares situadas en unos veinte países extranjeros.

Pero anunciando su victoria en Irak, en uniforme militar sobre un portaviones, George W. Bush ha cruzado el Rubicón, ha eliminado su función de presidente civil por la de comandante en jefe del ejército, pero también se ha eliminado a él mismo, porque quien a hierro mata, a hierro muere.
Los militares que se han amparado del poder podrían sin ningún problema cambiar la marioneta de la Casa Blanca cuando ésta les parezca demasiado usada.

Por el momento sigue destruyendo el Derecho Internacional que han marcado siempre un respeto en las relaciones internacionales civilizadas de la humanidad. En su discurso de investidura de su segundo mandato, advierte a los dirigentes del mundo entero de someterse, otorgándose al mismo tiempo el unilateral derecho de intervenir en donde sea y en cuando se le de la gana, a fin de extender su imperio.
Para poder avasallar y dominar, el maestro de la mentira se ha acaparado y adueñado falazmente de las palabras libertad y democracia, al mismo tiempo que sigue adelante, en sus tenebrosos proyectos.
Sí, efectivamente, la «bestia inmunda» está de regreso.

Libros: La biografía no autorizada del gobernante norteamericano.

«El Nerón del Siglo XXI. George W. Bush presidente»