"...Esta es la verdad.
La digo para que no hagamos
castillos en el aire,
aunque en esto nadie
será mejor arquitecto que yo..."

Simón Bolívar [1]

Rubén Borré, Sin titulo, (fragmento)

Así como Plutarco comparó el curso de la vida de dos personajes tan resaltantes para la historia de la Humanidad como Pericles y César en su obra Vidas Paralelas, comparar en este momento la vida de dos sociedades como la colombiana y la venezolana, fatalmente encadenadas por la geografía y la historia misma, podría darnos claves para entender la ya larga cadena de desencuentros entre los líderes de ambos pueblos.

¿De dónde venimos?

Los primeros inmigrantes paleoasiáticos deben haber entrado a Suramérica vía el actual Istmo de Panamá. Las serranías andinas sirvieron posiblemente para canalizar los flujos humanos a lo largo de la costa pacífica hasta las tierras australes y las pampas de Chile y Argentina, hacia la costa caribe y los llanos venezolanos, hacia los valles cordilleranos que subían desde las regiones litorales o bajaban desde las alturas del ande hacia las planicies selváticas o sabaneras del Amazonas y las Guayanas, hacia el litoral atlántico que era como el revés de la civilización originada en la región andina, sobre el litoral pacífico. La extraordinaria biodiversidad del ambiente que existe tanto en Colombia como en Venezuela, fue clave para propiciar también una gran diversidad cultural y social en ambas regiones.

La formación social originaria

Mientras que en Perú, Bolivia, Ecuador, el norte de Chile y Argentina los pobladores originarios levantaban imperios y ciudades, en Colombia y Venezuela se desarrollaron desde inicios de la era cristiana sociedades complejas que -aunque sin llegar a alcanzar la monumentalidad de los imperios andinos- constituyeron extensos señoríos. Se trataba, en el caso de Colombia, de poblaciones con una fuerte estratificación social, una organización laboral compleja con especialistas para la manufactura de la alfarería, la lapidaria y la orfebrería, gobernadas por una casta sacerdotal que controlaba la vida social de las comunidades.

Un ejemplo de este proceso de desarrollo sociohistórico es San Agustín, centro ceremonial que surgío alrededor del inicio de la era cristiana en el sur de Colombia y llegó a tener -durante el primer milenio de la era cristiana- una gran influencia sobre las comunidades originarias que habitaban la cordillera central y occidental de Colombia. El cultivo del maíz, la papa y otros cultígenos locales, la utilización de técnicas avanzadas para la agricultura intensiva, la manufactura de la alfarería, la metalurgia del oro, la plata, el cobre y la aleación denominada tumbaga así como el tejido, dentro de una estructura política y laboral orientada hacia la ejecución de tareas colectivas, constituyeron el fundamento de una sociedad fuertemente jerarquizada, gobernada por segmentos sociales o linajes que controlaban la distribución de los bienes producidos por la población [2].

En el occidente de Venezuela se establecieron desde circa 3500 años antes de ahora, poblaciones agroalfareras vinculadas a las antiguas poblaciones formativas como las de la Cultura Valdivia, que habitaron la costa del Ecuador hacia 5000-4000 años antes del presente. A partir de estas antiguas comunidades, se inició un proceso de desarrollo regional que culminó, a inicios de la era cristiana, con sociedades complejas cuya organización social se infiere del estudio de las grandes necrópolis donde enterraban sus muertos. Aquellas poblaciones construyeron sistemas de regadío asociados con el cultivo en terrazas y la arquitectura de tierra.

Federico Brandt, Paisaje, 1924

Esas gentes, de origen arawaco, se expandieron hacia la cuenca del lago de Maracaibo y la península de la Guajira hacia 2500 años antes del presente, hacia el norte de los andes, los Llanos occidentales, la región centro costera venezolana y el Orinoco Medio. Para el siglo XVI de la era cristiana, el Señorío de Manaure se extendía desde el litoral caribe del Estado Falcón hasta los Llanos altos Occidentales. Manaure, Señor de los Caquetío se desplazaba en andas para que sus pies no tocasen el suelo, tenía caciques subordinados y jefes locales que le rendían tributo y órdenes militares que ejercían, al parecer, las formas coercitivas extraeconómicas para la extracción del tributo [3].

En el Bajo Orinoco, donde ya existían sociedades recolectoras cazadoras desde 12000 años antes del presente, las primeras comunidades agroalfareras, la Tradición Barrancas -vinculada a culturas formativas peruanas como Kotosh y Chavín- se hacen presentes en 3000 años antes de ahora, dando origen a la colonización de la cuenca del Orinoco, la cuenca del lago de Valencia y la región antillana [4].

Hacia el año el año 240 de la era cristiana, comenzó a desarrollarse en la altiplanicie cundiboyacense la sociedad muisca. Para el siglo XVI, la región estaba densamente poblada y organizada en dos grandes señoríos denominados el Zipa y El Zaque, cada uno de los cuales estaba gobernado por un Señor e integrado por una federación de cacicazgos subordinados. Ambos señores se hallaban permanentemente enfrentados por el control de los territorios o aldeas fronterizas a cuyas poblaciones exigían el pago tributos.

De la misma manera, los caciques subordinados de cada señorío mantenían enfrentamientos por el control de determinadas aldeas para extraerle como tributo su plustrabajo, de la misma forma como ellos debían también tributar al Zipa o al Zaque. Uno de los servicios que debía tributar la gente del común era la participación en las órdenes militares que tenían por objeto mantener la dominación interna y garantizar el pago de tributos y organizar las guerras de conquista sobre el territorio de los otros caciques o señores [5].

Los integrantes de los linajes gobernantes habitaban grandes viviendas colectivas y se desplazaban generalmente en literas o andas. Se practicaba una jerarquización de la sociedad en términos del género y la condición social, donde los hombres tenían privilegios sobre las mujeres incluso en la calidad de la alimentación. El Señor y los caciques subordinados podían poseer muchas mujeres, lo cual significaba que acumulaban una cantidad importante de fuerza de trabajo femenina cuya producción artesanal: tejidos, alfarería, entre otras, era apropiada por los varones principales. La orfebrería era una tarea productiva masculina que llegó a alcanzar un alto nivel de competencia técnica, particularmente en el campo de la amalgama y la química de los metales.

Desde el punto de vista de la organización territorial, existieron extensas redes de circulación de productos terminados y materias primas que alcanzaban hasta Ecuador y Costa Rica.
La influencia de la cultura chibcha se proyectó hacia la región andina venezolana desde inicios de la era cristiana. Para el siglo X de la era, cristiana ya existían poblaciones originarias que habían adoptado el regadío y el cultivo en terrazas, la arquitectura en piedra y una estructura social dominada por sacerdotes o mohanes, quienes coexistían con las sociedades complejas arawacas que habitaban los valles subandinos y la cuenca del río Tocuyo [6].

Las poblaciones de origen caribe aparecieron en el Orinoco Medio hacia el siglo II de la era. Para el siglo XII de la misma, ya controlaban la cuenca del Orinoco, el litoral centro oriental venezolano y las Pequeñas Antillas, la región suroeste de la cuenca del lago de Maracaibo y la cuenca del Bajo Magdalena. Todo lo anterior nos indica claramente, que las comunidades originarias de la actual Colombia y el occidente de Venezuela, conformaban lo que podríamos llamar una unidad dentro de la variedad cultural regional, sistemas socioculturales en interacción animados por una historia común.

Las formaciones sociales coloniales

Para el siglo XVI, el territorio de la actual Colombia estaba habitado por diversos pueblos: guane, tairona, cuna, páez, quillacinga y pasto. Las poblaciones caribe se extendían por la costa atlántica y los valles del Magdalena, Cauca y Atrato. En los llanos orientales y en la península de la Guajira, habitaban pueblos de filiación arawaca vinculados a los caquetío del noroeste de Venezuela. Pero la mayor concentración demográfica de pueblos originarios se localizaba en el altiplano cundiboyacense, habitada por los muisca o chibcha, región donde Jiménez de Quesada fundó a Santa Fe de Bogotá el 16 de Agosto de 1538. Fue a partir de entonces cuando las tierras descubiertas y conquistadas por Jiménez pasaron a llamarse Provincias del Nuevo Reino de Granada [7].

De manera similar a otras regiones andinas suramericanas donde ya existían poblaciones organizadas, dominadas y encuadradas por los linajes dominantes de los señoríos o Estados prístinos, en Colombia los colonizadores montaron la estructura del poder colonial sobre las que ya existían antes del siglo XVI para el conjunto de colectividades aborígenes y de esclavos africanos que debía convertirse luego en el pueblo colombiano, despojadas de la propiedad de la tierra y sus recursos, convertidos en siervos de las encomiendas, trabajadores de las haciendas y de las minas o servidores domésticos.

Caracas, capital de la Provincia del mismo nombre, fue fundada en 1567 en un valle montañoso que comunicaba con la región litoral, densamente poblado por grupos caribe. La colonización del territorio venezolano supuso, al igual que en Colombia, la confiscación de la propiedad territorial de los pueblos originales y el sometimiento de los mismos a un régimen de esclavitud y servilismo vía el sistema de encomiendas y repartimientos.

A partir del siglo XVII, el sistema de plantaciones y haciendas controlado por la oligarquía colonial dedicado a la producción agro exportadora, utilizaba principalmente el trabajo de los esclavos negros secuestrados en África por los traficantes ingleses, franceses y holandeses. El intenso proceso de mestizaje se tradujo en una población mayoritaria de mulatos que controlaba buena parte de los procesos de distribución, cambio y consumo de bienes para la subsistencia cotidiana.

La formación social republicana

La independencia de Colombia fue sellada luego que el Libertador Simón Bolívar derrotase a las tropas del imperio español en la Batalla de Boyacá el año 1819, con la estrecha colaboración de venezolanos, neogranadinos, quiteños y peruanos, engendrando la fuerza política que habría de culminar con la creación de la Gran Colombia. Como resultado de la conspiración de la oligarquía colombiana, representada por el General Santander, contra el Libertador Simón Bolívar, se exacerbaron las tendencias separatistas que culminan en 1830 con la disolución de la Gran Colombia y la dolorosa muerte del Padre de La Patria.

A partir de ese momento, comienzan a germinar en Colombia las semillas de la rivalidad política entre liberales y conservadores, expresada en sangrientas contiendas civiles que asolaron al país entre 1840 y 1903. En 1849, el General José Hilario López, liberal, introdujo un programa de reformas sociales destinadas, entre otras, a abolir la esclavitud y la propiedad comunal de la tierra que detentaban todavía los resguardos indígenas, a favor de una forma de propiedad individual de las tierras indígenas.

Lejos de contribuir a una mejor justicia social, las reformas desposeyeron a los campesinos de sus tierras, aumentaron el grado de explotación de los pobres por los ricos y propiciaron una redistribución y concentración de la propiedad agraria que favorecía y daba más poder a la todopoderosas oligarquía latifundista que era dueña de Colombia. Los conflictos entre clases sociales y entre los mismos miembros de la élite política y social se agravaron culminando entre 1899 y 1903 con la Guerra de los Mil Días que produjo entre 60.000 y 130.000 muertos. La tragedia de la guerra civil fue coronada con la pérdida de Panamá a manos de Estados Unidos.

Una nueva era de reformas liberales entre 1930 y 1946, legalizó el derecho a la tierra para los campesinos desposeídos, con la oposición de la clase terrateniente, creándose el Instituto de la Reforma Agraria. La hegemonía liberal continuó hasta 1946, cuando el partido se dividió en dos candidaturas: Gabriel Turbay y Jorge Eliécer Gaitán, triunfando el candidato conservador Mariano Ospina Pérez Los conservadores estimularon la represión política contra los liberales y en 1948 es asesinado en las calles de Bogotá Jorge Gaitán, líder del ala izquierda del liberalismo, iniciándose una nueva era de violencia que se intensificó bajo el régimen conservador de Laureano Gómez, quien trato de borrar al liberalismo e instaurar un gobierno de corte fascista.

Sus excesos motivaron el golpe de Estado del General Rojas Pinilla, un líder populista que no pudo cumplir su promesa de corregir los excesos de la oligarquía colombiana. Derrocado a su vez, se instauró en 1957 un Gobierno de Frente Nacional apoyado por conservadores y liberales, cuya gran contribución fue, al igual que nuestro famoso Pacto de Punto Fijo, propiciar una alternancia equitativa de ambos partidos en el poder.

A partir de aquel momento, nuevos actores sociales entran en la escena política colombiana. Los campesinos desposeídos, que ya se habían organizado en guerrillas de estructura muy elemental, se transformaron en un ejército moderno, con cuadros políticos animados por ideas nacionalistas y marxistas, que han llegado a controlar buena parte del territorio colombiano. La oligarquía desarrolló un nuevo negocio, el narcotráfico, muchas de cuyas ganancias son lavadas vía la inversión agropecuaria, propiciando la creación de un capital agrario de respetable valor. Para defender su narco riqueza de la amenaza guerrillera, crearon los cuerpos paramilitares. Para proteger el estatus de su poder y su riqueza, garantizando su control sobre el Estado colombiano, crearon la narco política. Para garantizar la perpetuidad de su dominio, la narco política colombiana se alió con el gobierno de Estados Unidos. De esa unión grotesca, nacieron el Plan Colombia y el Plan Patriota.

En el medio de los actores políticos enfrentados en una lucha feroz y sin cuartel, está la mayoría del pueblo colombiano: campesinos desplazados, empobrecidos, desposeídos, dirigentes campesinos u obreros, intelectuales, políticos progresistas asesinados por el sicariato de la oligarquía, o empujados al exilio.

En Venezuela, a diferencia de Colombia, la Guerra de Independencia fue sangrienta y destructiva, se quebró la estructura territorial de la población y desapareció buena parte de la oligarquía colonial que era dueña de la propiedad territorial agraria, la cual pasó a manos de una nueva oligarquía republicana donde figuraban prominentemente los antiguos generales de la Independencia. Al igual que en Colombia, a partir de 1840 comenzó un período de contiendas civiles alimentadas por la confiscación del derecho de los campesinos a la propiedad de la tierra. La primera década del siglo XX marca el deslinde de los procesos históricos de Colombia y Venezuela.

Mientras en la primera la crisis social continúa dominada por el problema agrario, en Venezuela el inicio de la explotación petrolera disparó el proceso social venezolano hacia dos polos contradictorios: la sumisión de la oligarquía republicana al imperio transnacional estadounidense y anglo-holandés, por una parte, y por la otra la rebeldía antiimperialista de los movimientos políticos progresistas. Mientras Venezuela comenzaba a escapar del ámbito de la oligarquía colombiana, esta hizo todo lo posible por impedir que ese alejamiento se concretara, manteniendo sus designios territoriales sobre la cuenca del lago de Maracaibo y la apertura del norte de Colombia hacia el Caribe y el Atlántico.

Es dentro de este marco político de referencia como se puede entender la presión política militar colombiana que culmina con el Tratado de Límites de 1941, el cual nos confiscó una importante porción territorial del occidente venezolano, el intento de confiscar el islote de Los Monjes, la provocación de la corbeta Caldas, las incursiones paramilitares en la frontera y en Caracas misma y la actual violación de la soberanía venezolana.

¿Integración o vidas paralelas?

Venezuela, como ya lo hemos dicho en otros trabajos [8], es una pieza clave para el mantenimiento de la hegemonía estadounidense en Sur América, el Caribe y el mundo. Mientras nos gobernaron los partidos políticos de la IV República, genuflexos y serviles ante el Imperio, la clase político-empresarial corrupta de Acción Democrática y Copei era considerada como un modelo democrático para el mundo. Cuando el gobierno democrático del Presidente Chávez, electo, reelecto y reconfirmado por numerosas elecciones populares, apoyado por pueblos y gobiernos latinoamericanos, inicia una política nacionalista que pone los recursos del Estado al servicio del bienestar ciudadano, se le descalifica como terrorista, integrante del llamado "eje del mal".

Le ha tendido una mano sincera al Presidente Uribe, invitándole a asociarse a una agenda de importantes proyectos socioeconómicos binacionales, pero ha recibido en cambio una afrenta terrible contra la soberanía de la nación venezolana. Por el contrario, un régimen controlado por la narco oligarquía y la narco política como es el colombiano, autor de graves violaciones a los derechos humanos de sus ciudadanos, es considerado por el gobierno de Estados Unidos como un aliado militar privilegiado al nivel de Israel, destinatario de la segunda mayor cantidad de ayuda militar y económica que concede aquel país a uno de sus aliados.

¿Por qué es tan importante para el gobierno de Estados Unidos mantener en Colombia un régimen opresivo dominado por la narco oligarquía y la narco política? Colombia es un enorme territorio poseedor de una importante biodiversidad y de grandes recursos acuáticos, el objetivo imperial del siglo XXI. Tiene además fronteras estratégicas con Panamá, Ecuador, Perú, Brasil y Venezuela, acceso a dos importantes cuencas hidrográficas como el Amazonas y el Orinoco y constituye, en las actuales condiciones, una pistola apuntada al corazón petrolero de Venezuela. La guerra civil que asuela a Colombia desde hace más de medio siglo, debilita sin embargo la posición política tanto interna como externa del régimen colombiano, el cual al mismo tiempo paraliza y descalifica toda acción cívica emprendida por el pueblo colombiano para lograr la paz negociada.

Ni el gobierno colombiano puede derrotar a las FARC y al ELN, ni éstas pueden derrotar al régimen colombiano. La ayuda militar y la intervención estadounidense en el conflicto, aparte de intensificar la violencia de la guerra, no parece conducir a una derrota previsible de los ejércitos guerrilleros. Los líderes de la guerrilla se encuentran también en un terrible dilema: no pueden ganar la guerra, no pueden tampoco ganar la paz ni pueden transformarse en un partido político so pena de ser aniquilados físicamente como ya ocurrió con la Unión Patriótica. En tanto, el gobierno de Estados Unidos contempla cómo la iniciativa del ALCA, fundamento de su hegemonía en Suramérica, comienza a desvanecerse y los pueblos de la región van tomando conciencia del dilema: integrarse como naciones soberanas o convertirse, de una vez y para siempre, en colonias de un Imperio que ha entrado ya en la decadencia.

Por ello pretenden borrar de un manotazo la Revolución Bolivariana e intimidar militarmente al resto de los países suramericanos. Pero las circunstancias históricas actuales de una comunidad de pueblos suramericanos cada vez más alertas y conscientes de su destino, no favorecen esos perversos designios.

Mientras la narco oligarquía y la narco política colombiana se crispan tratando de resolver un teorema político sin solución visible todavía, el gobierno de Estados Unidos se empantana en una supuesta cruzada contra el terror que está minando su fuerza económica, su prestigio internacional y la confianza de su propio pueblo. Venezuela, en tanto, despega hacia el siglo XXI como factor político importante del nuevo mundo multipolar, dueña en plenitud de las más grandes reservas petroleras y gasíferas del mundo, resolviendo con sinceridad, justicia y eficacia el enorme déficit social y cultural heredado de los regímenes pro imperialistas de la IV República.

Al mismo tiempo, promueve la creación de una comunidad integrada de naciones suramericanas que podría devenir en un nuevo polo del poder mundial. De allí el empeño inútil de los gobiernos de aquellos dos países por destruir la Revolución Bolivariana y repartirse sus valiosos despojos.

¿Opción para la paz e integración?

Desde su óptica reaccionaria, los gobiernos de Bush y de Uribe consideran que no tienen otra alternativa que destruir la Revolución Bolivariana para evitar que se consolide la comunidad de naciones suramericanas, que se concrete la posición de Venezuela en el sistema mundial al lado de China, Rusia, La India e Irán, para impedir que Cuba y Venezuela logren estabilizar un sistema de integración solidaria que consolide la democracia y la soberanía en el Caribe Oriental, debilitando el poder político de la camarilla de políticos cubano americanos que mantienen confiscada la política latinoamericana del gobierno de Estados Unidos, orientándola hacia una escalada de conflictos con cualquier país que intente escaparse de su cerril ortodoxia.

El pueblo colombiano podría encontrar una opción de paz y civilidad democrática, sólo si los narco oligarcas y los narco políticos reconociesen la necesidad de instaurar un régimen de justicia social en su país, lo que obligaría a la guerrilla a negociar un acuerdo político. Estados Unidos tiene suficientes recursos científicos, tecnológicos y financieros como para ayudar a resolver los problemas del atraso y la injusticia social no sólo en América Latina, sino en el mundo entero. Para ello debería abandonar la prepotencia y el chauvinismo que caracteriza su relación con América Latina y con Venezuela en particular.

Colombia y Venezuela, como hemos visto, comparten una historia común. Sus vidas paralelas podrían volver a integrarse como una nación en un futuro, sólo si aquellos acuerdos de paz se hiciesen realidad.

[1Miguel Acosta Saignes. 1983. Bolivar: acción y utopía del hombre de las dificultades

[2Mario Sanoja e Iraida Vargas-Arenas. 1999. De Tribus a Señorios: Los Andes Septentrionales. Historia de América Latina

[3Mario Sanoja e Iraida Vargas-Arenas. 1992. Antiguas Formaciones y Modos de Producción Venezolanos. 3ra Ed

[4Mario Sanoja. 1979. Las Culturas Formativas del Oriente de Venezuela

[5José Rozo Gauta. 1978. Los Muiscas

[6Mario Sanoja e Iraida Vargas-Arenas. 1999. Orígenes de Venezuela

[7Javier Ocampo López. 1989. Breve Historia de Colombia

[8Mario Sanoja e Iraida Vargas Arenas. 2004. Razones para una Revolución