Este mundo no tiene memoria. Ahora resulta que el gobierno de Hugo Chávez “es una nueva forma de autoritarismo”. Lo ha dicho Robert Zoellick, nominado como asistente del Secretario del Departamento de Estado, y lo cita el diario Tiempo, de Colombia, que denunció este domingo que Estados Unidos busca dotar a la Organización de Estados Americanos (OEA) de un "instrumento" que le permita intervenir en Venezuela.

Para contar con semejante “permiso”, se va a “modificar la carta democrática del organismo en la próxima asamblea general de los 34 países". La reunión tendrá lugar en julio próximo en -¿adivinen?- La Florida. Tal como dice hoy el acta de la OEA, esta organización puede intervenir en un país donde se ha roto el orden constitucional mediante un golpe de Estado o el ascenso de una dictadura. Pero como ninguno de estos dos casos es el de Venezuela, en la nueva redacción de la carta se añadirá el caso de los gobiernos “autoritaritarios”, que significa, en pocas palabras: “país que, apegado a todas las normas de la sacrosanta democracia, EE.UU. decide castigar porque no se porta como es debido.”

Lo extraordinario es como se transmutan las palabras y como la amnesia imperial borra todo lo que no le conviene, sin que se levanten oleadas de protestas por la imposición de la nueva retórica. El ensayo Los dictadores y las dobles medidas, de la ex embajadora de Ronald Reagan ante la ONU, Jeanne Kirkpatrick, se hizo célebre en 1979 por ofrecerle una argumentación legal al doble rasero de la política norteamericana. Desde su poltrona en Naciones Unidas, la señora hizo una sesuda distinción entre los regímenes “autoritarios” y “totalitarios”. Inventó nada menos que una semántica para justificar la colaboración de EE.UU. con los dictadores latinoamericanos.

Según la Doctrina Kirkpatrick, los dictadores autoritarios son gobernantes pragmáticos preocupados por el poder y la riqueza, aunque indiferentes a los problemas ideológicos.

En contraste, los líderes totalitarios son fanáticos conducidos por la ideología que ponen todo en juego por sus ideales -léase los de los países socialistas-, de modo que, mientras uno puede tratar con los gobernantes autoritarios que reaccionan racional y predeciblemente a las amenazas materiales y militares, los líderes totalitarios son más peligrosos y hay que enfrentarlos directamente.

Para ilustrarlo afirmaba que el gobierno de Videla, en Argentina, era un "típica administración autoritaria". Si asesinaba, torturaba, robaba niños y hundía al país en nombre de la "civilización occidental y cristiana", resultaba preferible, porque su objetivo a fin de cuentas era “la lucha contra el comunismo.” La señora defendió a capa y espada a las “democracias centroamericanas” -responsables de asesinatos horrendos, incluso contra ciudadanos norteamericanos-, y felicitó con entusiasmo el milagro que había permitido que Chile dejara de ser una República bananera. O sea, hizo un abierto elogio al baño de sangre y al holocausto de la democracia en la región, mientras celebraba la Junta Militar de El Salvador y a Papá Doc, Ríos Montt, Stroessner, Pinochet... Estos, “sus queridísimos chicos autoritarios”, eran los héroes de Occidente.

La gran ironía es que ahora, de un plumazo, los señores de la Casa Blanca nos están diciendo que la OEA tiene que cambiar su Carta y auspiciar la intervención militar en los regímenes “autoritarios”, porque, como diría un amigo, intelectual venezolano, “conviene otra jodida actualización del diccionario”. Por supuesto, siempre en contra de que gobierne, soberanamente, la mayoría.

Cubadebate