Anoche domingo, una sorpresiva lluvia intensa, hizo parecer Lima una gran capital con sus calles mojadas, la gente huyendo del chubasco y los carros derrapando por las calles aminorando velocidades y respetando con algo más de cuidado las señales de tránsito. Debí salir a comprar y evoqué noches de Buenos Aires, Santiago, Sao Paulo o cualquier otra ciudad que tiene el bálsamo recurrente y limpiador que son sus lluvias caudalosas y frecuentes.
Ciertamente si aquí lloviera como en el resto del continente, Lima no resiste muchas horas y serían decenas de miles las casas que se vendrían abajo y complicado el sistema de drenaje que prácticamente no existe, porque somos una ciudad de 8 millones de habitantes que carece de lluvias decentes. Lo de anoche fue una de esas golondrinas que, como bien se sabe, no hacen verano. Sin duda alguna que muchos de los limeños actuales reconocen su origen en el interior por tanto no son ajenos a los chaparrones de sus andinas proveniencias.
Ni desde las municipalidades ni desde el gobierno central hay prepararación ciudadana para afrontar un diluvio que aplanaría Lima y la convertiría en un lodazal sin atenuantes. Es cierto que las poblaciones que padecen fríos intensos y lluvias ostentan mejor preparación para hacer frente a la naturaleza, pero Lima, es de fríos moderados, más bien demasiado húmedos y de calores intensos, polvorientos y sin casi una gota de precipitación.
Pero vayamos al lado anecdótico del asunto. La gente guarecida debajo de los edificios, con cartones en la cabeza (aquí los paraguas son prácticamente objetos raros) o bolsas plásticas improvisadas, daban a Lima un tinte especial, mundano, sibarita, hasta moderno. ¡Había que correrle a la lluvia pero seguir en las calles o ir a los cines o a tomar un café mientras que fuera el cielo limpiaba la ciudad con más eficacia que 100 carros municipales!
Ciudad de techos planos, mugrientos, llenos de desperdicios y cachivaches, Lima se debate entre la prisión de los arenales que inundan con su polvo hasta el rincón más escondido y la contaminación que brota de los escapes de autos, industrias que se preocupan nada de la polución y, como no hay educación cívica, contra el daño al medio ambiente, entonces vivimos en la misma mata de destrucción del aire y lo contaminamos todos los días.
Ha poco debí pasar la experiencia de una enfermedad pescada en alguna parte. Y es curioso, los médicos sostienen que buena parte de los limeños han desarrollado sus propias inmunidades, no todos sin duda, pero esto que mataría como epidemia letal, acaso convive con nosotros, dejando sus secuelas nocivas para más adelante en los nuevos ciudadanos. ¿Hay que contemplar cómo se viene la muerte de a pocos por falta de patrones de prevención e higiene?
El domingo por la noche, Lima emuló a Buenos Aires, y acaso en la analogía haya que encontrar la alegría efímera que pareció matrimoniar dos ciudades tan distintas como distantes pero con un rasgo común: ¡bullentes humanidades aspirantes a ser seres de este mundo presente y futuro!
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