Carlos Mesa

No pasaron 10 días desde su amenaza de renuncia, cuando el presidente
Carlos Mesa nuevamente usó la transmisión por televisión, para anunciar
una nueva forma de renuncia: un proyecto de convocatoria a elecciones
generales adelantadas.

Mesa hizo un discurso bien vertebrado para resaltar la popularidad que le
rodea -de acuerdo a sus propias encuestas-, quejarse por la falta de apoyo
en los otros poderes del Estado, condenar a los partidos políticos,
satanizar a los movimientos sociales y anunciar el adelanto de elecciones
generales para que, en septiembre próximo, haya nuevo presidente y
parlamento renovado al que, además, quiere endilgarle la tarea
constituyente.

La pesadilla del gas

La piedra de toque de esta crisis es la ley de hidrocarburos. Desde el
referéndum de julio que definió los puntos centrales de esa ley, el
presidente Mesa ha ordenado marchas y contramarchas a sus ministros. El
resultado fue una lenta y trabajosa aprobación en la Cámara de Diputados
que, este martes 15, aún tenía 10 o más artículos pendientes de
aprobación, entre los cuales se hallaba el más importante: la definición
de la forma en que debían incrementarse los beneficios para el país.

Frente a la posición de las organizaciones sociales y los partidos
populares, para que se aumente el porcentaje de regalías (compensación
directa por la explotación de un recurso no renovable) del 18 al 50%, el
gobierno proponía mantener inalterable la regalía y crear un impuesto
complementario del 32% que sería gradual conforme aumente la producción y
compensado en el impuesto a las utilidades. A lo largo de los últimos
meses, se estudiaron diversas modalidades. Unas veces el gobierno
participaba de los análisis, otras veces se retiraba creando un vacío que
trabajosamente podía remontarse.

La tarde de este martes, el Ministro de Hidrocarburos anunció que el
gobierno aceptaba la propuesta que hacía, de ese 32%, un impuesto directo,
inmediato y no descargable en ninguna otra obligación. Sin embargo, a la
media hora, el presidente Mesa daba marcha atrás, retirando a sus
ministros de la Cámara de Diputados. Dos horas después, emitía su mensaje
al país.

Los naipes mal jugados

Desde su renuncia, el domingo 6 de marzo, el presidente Mesa intentó jugar
a las cartas en la desgastada mesa política. Rechazando dialogar con los
representantes sociales -con quienes aceptó conversar una sola vez- buscó
alianzas con los partidos tradicionales que tienen representación
parlamentaria. Firmó un acuerdo con ellos, los recibió separada y
conjuntamente para discutir tácticas de acción parlamentaria y, por
último, se reunió ostensiblemente con los jefes de esos partidos.
Carlos Mesa no pudo o no supo convencer a sus eventuales aliados de llevar
adelante una estrategia común.

Aunque mucho se ha mencionado que, esos partidos, hicieron depender sus decisiones de un acuerdo sobre cuotas de
poder, lo cierto es que los contactos no tuvieron la consistencia que
permitiese llegar a una concertación. Todo parece indicar que no hubo
ningún principio de acuerdo. El punto culminante fue el momento de las
declaraciones de prensa de los jefes de partido, a la salida de sus
respectivas entrevistas con el presidente; simplemente dijeron, de diversa
forma, no estar de acuerdo con Mesa.

La bancada frustrada

Por otra parte, durante algunas semanas, el presidente movió diversas
fichas en busca con constituir una bancada que le fuese útil en el
Congreso Nacional. Un grupo de senadores y diputados dieron la cara en esa
jugada, sosteniendo que otros muchos les seguían discretamente. En algún
momento parecieron adquirir consistencia, pero muy pronto fueron
abandonados a su suerte por el propio Carlos Mesa.
Los rumores muestran un presidente dubitativo, sin capacidad de diálogo y
sin dotes de autoridad. Después del último mensaje presidencial, los mas
conspicuos representantes de ese grupo -que se llamó "bancada patriótica"-
anunciar su adhesión a las decisiones presidenciales y, seguidamente,
abandonaron el recinto del Congreso.

Se llamaba Orgullo

A lo largo de su mensaje -podría ser el último si se acepta su propuesta-
Carlos Mesa sostuvo que nunca tuvo la comprensión del Congreso Nacional al
que, además, calificó de no representativo y falto de capacidad; se quejó
que el Ministerio Público se negó a apoyarlo; acusó a Evo Morales -el
dirigente sindical y político más importante del país- de bloquear el país
y declaró sin rubor que no podía gobernar en esas condiciones.
Pese a esa declaración, tuvo arrestos para reclamar por su popularidad,
que detalló con fruición, y desafiar a quienes considera sus enemigos para
que lleven a cabo las tareas que él no puede o no quiere cumplir.
Con esa armadura de orgullo que ha construido el presidente Mesa, vuelve a
poner al país en crisis, apenas 9 días después de su primera amenaza. Todo
indica que no ha estado y no está a la altura de las circunstancias.