De repente el ministro del TLC y Asuntos Foráneos, oficialmente de Comercio Exterior, Alfredo Ferrero, se dio cuenta de la inflexible posición norteamericana y que este asunto de la negociación del TLC era un tema político. Primero, Ferrero ha sido cómplice número 1, (el número 2 es Pablo de la Flor) de frases claudicantes como aquella vertida por el presidente Toledo: “se firma -el TLC- sí o sí”. De manera que su sorpresa no es tal y yo diría que su caradurismo le revela tal cual es.

Antes que una negociación comercial sobre preferencias, desgravamientos, propiedades o tribunales, el TLC -o tratado de libre comercio- era -y es- una negociación política de posiciones. Somos tributarios serviles -como anhelan Ferrero, de la Flor, Toledo y la pandilla de pseudo-negociadores- de Estados Unidos o proponemos nuestras propias e imprescindibles condiciones. Por ejemplo, ¿qué significa que hay que acabar con los juicios a empresas norteamericanas en el Perú antes de firmar un TLC?: ¡un vulgar chantaje!

Aquí se ha querido dar la impresión que había una urgencia de vida o muerte para firmar el TLC. Antes de la elección de noviembre, Ferrero “advirtió” que era fundamental rubricar cuanto antes el TLC porque asomaba el peligro que una administración demócrata revisara todo lo “avanzado” con Perú. No fue así porque Bush ganó y, por supuesto, todos los panegiristas saltaron de alegría. Lo que no entendieron es que ellos no son sino operarios y que la política norteamericana no la deciden lobbies criollos por bien pagados que estén.

En más de una oportunidad, en las diversas rondas de negociación, Perú se ha salido por la tangente abandonando a Colombia y Ecuador a su suerte, en una especie de caudillismo propugnador de un rastrerismo condenable y humillante. Más papistas que el Papa, la posición peruana es digna de una crónica de absoluta vergüenza.

Como los gonfaloneros a rajatabla, los Ferreros, los de la Flor, del TLC ya tienen su futuro asegurado, porque serán los próximos ejecutivos, guardianes por encargo, del fiel cumplimiento del TLC en nuestro país, a ellos preocupa, remachar lo que llaman negociaciones pero encuentran que los gringos no dan paso atrás y por el contrario se muestran más tercos que mulas empedernidas. Y esto los descoloca, desnudando su triste papel de simples trebejos en un ajedrez mundial que se juega a muy alto nivel.

Para colmo de males, los asustadizos fanáticos del TLC, no quieren un referéndum porque saben que si bien no hay una comprensión total de qué es este instrumento, bastaría con ilustrar a la gente sobre sus inconvenientes como el tema de la propiedad intelectual que amenazaría nuestra profusa biodiversidad, el asunto de los tribunales de competencia que haría inútiles nuestras propias leyes a favor de las poderosas transnacionales, como para entender que la gente rechazaría con asco un tratado así de derrotado y claudicante.

En más de una oportunidad, y lo reitero, he sugerido que a los funcionarios que están metidos en estas “negociaciones” hay que escrutarlos al milímetro y vigilarlos antes que se escapen del país y retornen como funcionarios de las grandes empresas norteamericanas y con las inmunidades que eso genera. A los regaladores de lo que no es suyo, simplemente hay que fusilarlos por traición a la patria.

¡Atentos a la historia; las tribunas aplauden lo que suena bien!

¡Ataquemos al poder; el gobierno lo tiene cualquiera!

¡Hay que romper el pacto infame y tácito de hablar a media voz!