ALCA: Integración económica capitalista

Estados Unidos de América es en la actualidad la primera potencia mundial, en todo sentido. Con un producto bruto interno de 11 billones 125 mil millones de dólares al año, su economía resulta, por lejos, la más desarrollada del orbe. Quien le sigue en términos de desarrollo, Japón, es 16 veces más pequeño.

De todos modos, la pujanza de décadas atrás, la fuerza que le caracterizó desde mediados del siglo XIX y que permitió que el XX pudiera ser considerado un “siglo americano”, han comenzado a detenerse. Hoy por hoy, caído el campo socialista de Europa, la presencia estadounidense hegemónica en el planeta se muestra incontrastable, y su monumental fuerza militar no deja lugar a dudas: continúa siendo la potencia intocable, más aún que durante el auge de la Guerra Fría.

Pero su economía ha perdido pujanza, y eso lo saben sus estrategas. Muy lejos de poder decir que es un “gigante con pies de barro”, de todos modos la tendencia que signa su desarrollo no es de fuerza arrolladora; han aparecido en escena una Unión Europea ya totalmente repuesta de los estragos de la Segunda Guerra Mundial con un euro fortalecido y una China que, con una rara combinación de capitalismo y control estatal de un todavía declarado partido comunista, se muestran como polos de mayor dinamismo, de mayor pujanza que los Estados Unidos, y que sin dudas comienzan a hacerle sombra.

En este nuevo escenario, con una economía que creció en forma desproporcionada consumiendo un 30 % de la producción mundial con una población que no llega al 5 % del total global, la dinámica socio-cultural que caracteriza a Estados Unidos hace que, pese a la ralentización de su nivel de crecimiento, el acceso al confort no baje, motivo por el que, en buena medida, todo el país va entrando en un proceso de lento pero irremediable colapso, viviendo cada vez más del crédito, y dependiendo en forma creciente de la riqueza de otros (recursos materiales e inyección financiera). Mantener su hegemonía significa para Washington seguir un nivel de vida que ya no puede sostener, pero que se afianza -y se seguirá afianzando al menos en el mediano plazo- con la lógica de la fuerza bruta (léase: dominación imperial basada en las guerras de dominación).

En ese contexto, buscando crear áreas de dominación que le permitan continuar su papel hegemónico a escala mundial, surge la estrategia del Area de Libre Comercio para las Américas -ALCA-. La misma representa un proyecto geopolítico de Washington que, aunque comience con la creación de una zona de libre comercio para todos los países del continente americano, busca en realidad el establecimiento de un orden legal e institucional de carácter supranacional que permitirá al mercado y las trasnacionales estadounidenses una total libertad de acción en su ya tradicional área de influencia (su patio trasero latinoamericano).

De hecho ya se han dado importantes pasos en su concreción: desde 1994 funciona el NAFTA (sigla inglesa de “Tratado de Libre Comercio para América del Norte”), acuerdo suscrito entre Estados Unidos, Canadá y México -y que en realidad sólo ha beneficiado al primero- y en estos momentos está en proceso de aprobación el DR-CAFTA (“Tratado de Libre Comercio para América Central y República Dominicana”), siendo ambas instancias preámbulos para la suscripción del ALCA como mecanismo panamericano.

Los países que lo suscriban tendrán que “constitucionalizar” los arreglos surgidos de esta normativa, viendo aún más debilitada su capacidad de negociación y debiendo renunciar a su soberanía en la implementación de políticas de desarrollo.
Según expresara con la más total naturalidad Colin Powell, ex Secretario de Estado de la administración Bush: “Nuestro objetivo con el ALCA es garantizar para las empresas americanas el control de un territorio que va del Artico hasta la Antártida y el libre acceso, sin ningún obstáculo o dificultad, a nuestros productos, servicios, tecnología y capital en todo el hemisferio.”

Dicho en otros términos: un continente cautivo para la geoestrategia de dominación de Washington basada en el saqueo institucionalizado de materias primas, recursos naturales, mano de obra barata y precarizada e imposición de sus propias mercaderías en una zona de reinado del dólar. Por supuesto que la dependencia se asegura también, en último término, en las armas.

Los países de América Latina y El Caribe saldrán perdiendo con la liberación total del comercio y la inversión que plantea el ALCA. Se trata ahora de profundizar los procesos de apertura y ajuste neoliberal de los años 90 que constituyeron un duro golpe contra la producción nacional. Al quedar abiertas la industria y la agricultura latinoamericanas a una competencia desleal e injusta con las de Estados Unidos, ambos sectores entrarán en un proceso de bancarrota y destrucción de incontables puestos de trabajo. La pobreza y la exclusión social se agravarán.

Las negociaciones comenzadas en Québec en el año 2000 entre los diversos países del continente tendientes a la implementación del ALCA, iniciaron con la existencia de abismales diferencias, no sólo en el tamaño de las economías, sino igualmente en extraordinarias diferencias en los niveles de desarrollo.

Para tener un proyecto de real integración con visos de éxito habría que reducir estas inmensas desigualdades inicialmente existentes; caso contrario es imposible negociar con equidad. Si no se concretan las acciones para mejorar las condiciones del entorno social y productivo, países muy desiguales serían tratados como iguales desde la imposición hegemónica de Estados Unidos, viéndose obligados a competir bajo las mismas reglas a pesar de sus rezagos y debilidades, lo cual habla de la perversidad en juego en la supuesta “libertad” de comercio.

Dadas las explosivas e irritantes diferencias económico-sociales que agobian a la región (Latinoamérica es la zona más inequitativa del planeta con mayor concentración de riqueza en pocas manos), se plantea entonces la imperiosa necesidad de fortalecer y hacer más eficaz el funcionamiento de los Estados para dar respuesta a los múltiples problemas presentes.

Pero en los principales acuerdos de libre comercio que están siendo negociados en el hemisferio, lo que está propuesto es normativizar las reformas liberadoras que han puesto en peligro a gobiernos democráticos al socavar sus bases de apoyo social y político empobreciendo más aún a sus poblaciones. Sin un Estado regulador eficaz (tal como sucede en los países desarrollados, Estados Unidos entre otros) es absolutamente imposible plantear políticas coherentes para combatir la pobreza, el atraso y la exclusión. Y el ALCA, justamente, busca la casi extinción de los Estados nacionales.

Sin ningún lugar a dudas, las negociaciones en curso no son transparentes. Se ha afirmado y ratificado el compromiso de realizar consultas que permitan una amplia participación de la sociedad civil en el proceso de negociación del tratado en juego, pero hasta el momento ha sido muy limitada la transparencia. Solo después de una fuerte presión de las sociedades fue dado a conocer el primer borrador de las negociaciones en junio de 2001.

El segundo se hizo público en noviembre de 2002. Los borradores muestras grandes limitaciones, ya que es imposible saber cuáles son los países que introducen cada posición y cuáles son las posturas de negociación de sus respectivos gobiernos. De hecho, las posturas secretistas de los representantes niegan de antemano toda posibilidad de debate público informado, democrático. Son éstos, precisamente, los costos necesarios de la democracia. Tamaña secretividad habla por sí sola de la dudosa conveniencia para las grandes mayorías de lo que se está pergeñando.

El gobierno de Estado Unidos se muestra especialmente urgido de implementar el ALCA. La urgencia por imponer este acuerdo se asienta en la necesidad de aprovechar la todavía débil integración regional y subregional que aún le permite disfrutar de una relación influyente y hasta dominante sobre los países de la región. El proceso de la integración latinoamericana y de los países del Caribe es hoy, por diversas circunstancias, muy frágil.

Sin embargo, la victoria y consolidación de fuerzas democráticas progresistas en países con gran potencial económico del hemisferio como Argentina, Brasil, Venezuela, a los que se suman otros donde la izquierda se impone (Uruguay), puede imponerse (Bolivia, Nicaragua) o es gobierno (Cuba), es percibida por Washington como una probabilidad real de que tome cuerpo una región latinoamericana y caribeña unida frente a las fuerzas hegemónicas externas. Y esto es una verdadera amenaza para el neoliberalismo que todavía domina el pensamiento de buena parte de las elites políticas y empresariales de la región.

Además del total desequilibrio entre los derechos de los inversionistas y los derechos de los Estados, hay también un gran desequilibrio entre los compromisos y disciplinas de naturaleza mercantil que se establecen en el texto de los diferentes capítulos del ALCA y los compromisos que se adquieren en los terrenos de los derechos humanos, laborales, culturales y ambientales.

Todos los países que participan en la negociación del ALCA son firmantes de una amplia gama de acuerdos y tratados internacionales cuya finalidad es precisamente la protección de derechos humanos y la protección ambiental. En ocasiones los compromisos asumidos por un país en un nuevo tratado o acuerdo bilateral, multilateral o global puede entrar en tensión o contradicción con otros acuerdos previamente firmados y ratificados. Incluso los laborales internos o reivindicaciones laborales.

Considerando que todo esto es la esencia verdadera del mecanismo de integración que propone Washington, el ALCA no va a traer, no puede traer, bonanza para Latinoamérica y el Caribe.

La integración tradicional se enfoca en la liberación del comercio y de las inversiones. Poca importancia se le otorga a la libre circulación de las personas y a la lucha contra la pobreza y la exclusión social. Terminar con estas injusticias implica corregir las asimetrías y disparidades de los países de la región, por lo que es urgente enfrentar problemas tales como: a) el intercambio desigual que prevalece como expresión de un orden económico internacional injusto; b) los obstáculos que enfrentan los países en vía de desarrollo para tener acceso a la información, conocimiento y tecnología; c) las disparidades y asimetrías entre los países del Sur y del Norte; d) el peso de la deuda externa impagable que absorbe fondos indispensables para la inversión pública, sumado a los ajustes impuestos por el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, controlados por Estados Unidos y el gran capital mundial; e) los problemas que afectan la consolidación de una verdadera democracia, tales como la monopolización de los medios de comunicación social.

Ahora bien: si la integración se centra sólo en el lucro económico de las empresas, ninguno de estos aspectos va a ser tenido en cuenta, por lo que la integración no servirá a las grandes mayorías. Es necesaria, entonces, una integración basada en otros criterios.

ALBA: Integración popular y solidaria

El desarrollo humano requiere que haya un crecimiento económico sostenible y equitativo, mayor equiparación entre hombres y mujeres y que las personas participen en las decisiones que afectan sus vidas. Contrariamente a lo dicho hasta el hartazgo por la prédica neoliberal, la liberación del comercio no basta para lograr automáticamente el desarrollo humano. La expansión comercial no garantiza un crecimiento económico inmediato ni un desarrollo humano o económico a largo plazo. Es más: la liberación no es un mecanismo fiable para generar un crecimiento sostenible por sí mismo ni para emprender una real reducción de la pobreza. Los países empiezan a desmantelar las barreras comerciales conforme se van haciendo más prósperos internamente.

América Latina, desde el momento mismo de su independencia -formalmente el primer territorio libre del área fue Haití, en 1804- ha sufrido de interminables guerras civiles que la fragmentaron, dejando la dirección de las sociedades en manos de aristocracias vernáculas que jamás tuvieron visión de bloque unitario como proyecto continental sino que, por el contrario, vivieron enriqueciéndose a costa de sus pueblos dentro de sus limitadas geografías nacionales, no crearon bases para grandes mercados internos, y se aliaron a los imperios de turno: ayer Gran Bretaña, hoy Estados Unidos. El sueño integracionista duerme empolvado desde hace dos siglos, y los intentos de concretarlo, por los más diversos motivos, nunca prosperaron.

En función de los principios de un genuino desarrollo humano, pensando no tanto en el dios mercado y en el beneficio empresarial sino en los seres humanos de carne y hueso, en las poblaciones sufridas, marginadas, históricamente postergadas, y retomando el proyecto de patria común latinoamericana efímeramente levantado en el momento de las independencias contra la corona española, contra la nueva iniciativa de dominación del ALCA surge entonces la propuesta del ALBA -Alternativa Bolivariana para América Latina y El Caribe-.

La misma fue presentada en sociedad por el presidente venezolano Hugo Chávez Frías en ocasión de la III Cumbre de Jefes de Estado y de Gobierno de la Asociación de Estados del Caribe, celebrada en la isla de Margarita en diciembre del 2001; se trazan ahí los principios rectores de una integración latinoamericana y caribeña basada en la justicia y en la solidaridad entre los pueblos. Tal como lo anuncia su nombre, el ALBA pretende ser un amanecer, un nuevo amanecer radiante.

El ALBA se fundamenta en la creación de mecanismos para crear ventajas cooperativas entre las naciones que permitan compensar las asimetrías existentes entre los países del hemisferio. Se basa en la creación de Fondos Compensatorios para corregir las disparidades que colocan en desventaja a las naciones débiles frente a las principales potencias; otorga prioridad a la integración latinoamericana y a la negociación en bloques subregionales, buscando identificar no solo espacios de interés comercial sino también fortalezas y debilidades para construir alianzas sociales y culturales.

La noción neoliberal de acceso a los mercados se limita a proponer medidas para reducir el arancel y eliminar las trabas al comercio y la inversión. El libre comercio entendido en estos términos sólo beneficia a los países de mayor grado de industrialización y desarrollo, y no a todos sino a sus grandes empresarios.

En Latinoamérica podrán crecer las inversiones y las exportaciones, pero si éstas se basan en la industria maquiladora y en las explotación extensiva de la fuerza de trabajo, sin lugar a dudas que no podrán generar el efecto multiplicador sobre los encadenamientos sectoriales, no habrá un efecto multiplicador en los sectores agrícola e industrial, ni mucho menos se podrán generar los empleos de calidad que se necesitan para derrotar la pobreza y la exclusión social. Por eso la propuesta alternativa del ALBA, basada en la solidaridad, trata de ayudar a los países más débiles y superar las desventajas que los separa de los países más poderosos del hemisferio buscando de corregir estas asimetrías.

“Es hora de repensar y reinventar los debilitados y agonizantes procesos de integración subregional y regional, cuya crisis es la más clara manifestación de la carencia de un proyecto político compartido. Afortunadamente, en América Latina y el Caribe sopla viento a favor para lanzar el ALBA como un nuevo esquema integrador que no se limita al mero hecho comercial sino que sobre nuestras bases históricas y culturales comunes, apunta su mirada hacia la integración política, social, cultural, científica, tecnológica y física”, sintetizó Hugo Chávez el corazón de la propuesta.

El principio cardinal que guía la puesta en marcha del ALBA es la solidaridad más amplia entre los pueblos de la América Latina y el Caribe, sustentándose en el pensamiento de Bolívar, Martí, Sucre, O”Higgins, San Martín, Hidalgo, Morazán, Sandino y tantos otros próceres que apostaron, sin nacionalismos egoístas ni políticas nacionales restrictivas, por la construcción de una Patria Grande en la América Latina.

Para muchos países de América Latina y El Caribe la actividad agrícola es fundamental para la supervivencia de la propia nación. Las condiciones de vida de millones de campesinos e indígenas se verían muy afectadas si ocurre una inundación de bienes agrícolas importados, aún en los casos en los cuales no exista subsidio por parte del gobierno federal de Estados Unidos. Hay que dejar claro que la producción agrícola es mucho más que la producción de una mercancía. Es, más bien, un modo de vida. Por lo tanto no puede ser vista ni tratada como cualquier otra actividad económica o cualquier producto sin su correspondiente cosmovisión cultural. El ALBA, justamente, intenta rescatar ese punto de vista.

Otro gran dilema que impone el ALCA es el de la propiedad intelectual. Las grandes corporaciones trasnacionales se enfrentan a los países del Sur, especialmente a las poblaciones campesinas y aborígenes, habiendo logrado imponer un régimen obligatorio y global de protección de la propiedad intelectual de acuerdo a sus exigencias, a partir de propuestas formuladas por las trasnacionales farmacéuticas.

El citado régimen protege aquello en lo cual los países más fuertes tienen ventaja, mientras que, básicamente, deja sin protección aquello en lo cual los países y pueblos del Sur tienen una indudable ventaja: en la diversidad genética de sus territorios y en el conocimiento tradicional de los pueblos campesinos y aborígenes. En esa lógica, entonces, podríamos terminar comiendo, y pagando, tortillas, tacos o empanadas marca Coca-cola o Walt Disney, patentadas en Los Angeles o en New York. El ALBA, apuntando a trabajar contra la pobreza de las grandes mayorías y contra las profundas desigualdades y asimetrías entre países, es un punto de partida para ir contra esas inequidades.

Dijo el presidente Chávez: “Sólo si un grupo de países y de presidentes acordamos y hacemos en los próximos meses planteamientos contundentes, transformadores, entonces sí es posible participar en el ALCA, aunque esa transformación pudiera derivar en otro modelo, y es allí dentro de esa visión transformadora y alternativa donde a nosotros se nos ha ocurrido plantear la idea del ALBA. Si se toman en cuenta las necesidades de nuestros pueblos y se hicieran cambios importantes al modelo planteado, entonces pudiéramos seguir adelante.”

La propuesta en ciernes es muy ambiciosa: además de crear el ALBA para integrar Latinoamérica, propone crear un gigante petrolero latinoamericano -Petroamérica-, que bien podría convertirse en punta de lanza de un amplio proceso de integración económica de la región cuestionando seriamente el monopolio energético que manejan las grandes compañías petroleras, estadounidenses en su gran mayoría. El presidente Chávez, mentor de la idea, considera que el ALCA es un “proyecto destinado a robar la soberanía de los países de la región”, opinión compartida igualmente por el presidente cubano Fidel Castro.

El ALBA aún no está afirmado en su posición. Es todavía un enunciado de buenos deseos. Se necesita desarrollar la propuesta lanzada por el mandatario venezolano Hugo Chávez -de momento acuerpada por Cuba- con mayor profundidad. Para ello deberán participar los países interesados, los grupos de reflexión y las corrientes alternativas de América.

E igualmente podrán aportar buenas voluntades de todas partes del mundo. Realizar un trabajo de integración entre países para que se puedan realizar numerosas e interesantes contribuciones desde las experiencias particulares. Se puede tomar como punto de partida la experiencia de tratados de integración regional anteriores, hayan tenido o no éxito, como CEPAL, ALADI, SELA, el actual MERCOSUR, y otros. Hay trabajos y propuestas elaboradas, que admiten modificaciones y mejoras. Hay técnicos capaces en cantidad suficiente que podrían realizar aportes interesantes a esta propuesta.

Insistimos: de momento es una propuesta, todavía sin grandes resultados políticos pomposos. Pero algo ya comienza a moverse. De hecho el ALCA, según el diseño original de Washington, debía estar ya jurado y sacramentado para enero del 2005, pero la presión de pueblos y gobiernos “díscolos” impidió que así sea. De ahí la urgencia del gobierno estadounidense por firmar a toda costa tratados bilaterales o subregionales (como el DR-CAFTA) para ir preparando la aprobación final del tratado. No hay dudas que la iniciativa del ALBA le duele, aunque aún no se haya hecho una realidad palpable y con profundas consecuencias concretas.

“Hay una alianza izquierdista y populista en la mayor parte de América del Sur. Esta es una realidad que los políticos de Estados Unidos deben enfrentar, y nuestro mayor desafío es neutralizar el eje Cuba-Venezuela”, escribió recientemente Otto Reich, ex secretario de Estado adjunto para Asuntos del Hemisferio Occidental, en el artículo titulado “Los dos terribles de América Latina”, en la revista derechista estadounidense National Review, en referencia a los presidentes venezolano Hugo Chávez y cubano Fidel Castro, preparando las condiciones para el desprestigio de la contrainiciativa surgida de estos países.

De todos, latinoamericanos y no latinoamericanos, depende que esta propuesta integracionista neoliberal del ALCA no prospere. ALBA, o como se llame, los pueblos merecen una alternativa distinta y no sólo miseria y represión.