Soldados del ejército soviético liberando la ciudad de Cracovia (Polonia) en 1944.
Fotos archivos Revista Milita Rusa.

El Papa Juan Pablo II acaba de fallecer a consecuencia de su avanzada edad y para la tristeza de miles de católicos. De joven, Karol Wojtyla, se salvó de morir una vez como se salvaría más tarde como Papa de las balas de un extremista en la Plaza San Pedro y ante la mirada atonita de la muchedumbre. Durante la Segunda Guerra Mundial, sus verdugos nazis que lo tenían prisionero, le habían planeado su aniquilamiento. Ironía de la vida, fue un comunista quien salvó al futuro Papa de la muerte. Y será el comunismo que Juan Pablo II combatirá con gran vigor el resto de su vida. Esta historia muy poco conocida apareció por primera vez hace más de veinte años y nunca fue publicada en castellano.

Ha muerto el Papa... de una muerte respetable, se debe cuando se trata del jefe de la Iglesia católica.

Pero, las cosas habrían sido distintas si no hubiese sido por un comandante ruso llamado Sirotenko que luchó contra los nazis en Polonia, en 1944, durante la Segunda Guerra Mundial. Todo habría sido muy distinto...

Siendo profesor de historia en Armavir, ciudad de relativa importancia del sur de Rusia, el doctor Sirotenko, contaba esta anécdota de la última guerra mundial a amigos y periodistas que celebraban su cumpleaños.

Un día de 1978, oyó por radio que, por primera vez, un arzobispo polaco nombrado Karol Wojtila había sido elegido Papa (foto izquierda una vez Papa y de jóven seminarista, foto abajo). Fue como una descarga eléctrica para él, recordaba Vasily Sirotenko antes de agregar: «Primero me dije que aquello no era posible.»

Karol Wojtyla

En 1944, Vasily Sirotenko y ocho miembros más del Estado Mayor del 59 Ejército preparaban la ofensiva contra el eje de Cracovia (ciudad de Polonia). «Tengo el orgullo de haber participado en la operación de Cracovia», decía. «Los aliados habían reducido a cenizas la ciudad de Dresde (Alemania) mientras que nosotros preservamos la primera capital de Polonia para la posteridad».

La ciudad fue salvada, pero ello costó las vidas de miles de soldados rusos que cayeron ante las murallas de los castillos medievales, de los palacios reales y las iglesias asombrosamente bellas de Cracovia.

La inteligencia militar comunicó que los nazis iban a exterminar a los detenidos que trabajaban en una cantera, no lejos de la ciudad. Una unidad de vanguardia, en la que se encontraba entonces Sirotenko, se lanzó a liberar la región antes de que fuera demasiado tarde. Después de duros combates los alemanes huían, y la mayoría de los prisioneros de la cantera fueron salvados de esa manera.

Para poder leer muchos de los documentos que cayeron en sus manos, los soviéticos necesitaban intérpretes, sobre todo un polaco. Uno de los detenidos liberados les aconsejó que buscaran a su amigo Karol Wojtila, quien era «un verdadero políglota», y agregó: «El señor oficial ruso podrá hablar con él ya que Wojtila es rusino de nacionalidad» [Rusinos son los eslavos descendientes de polacos y rusos].

Dos horas después, Karol Wojtila fue llevado ante el comandante Sirotenko. El desconocido llevaba una túnica que le llegaba hasta las rodillas y no tenía nada de antiestética. Por el contrario, subrayaba la finura del rostro macilento y pálido. «Me impresionó la imagen de aquel hombre medio muerto de hambre y de cansancio, de ojos extremadamente expresivos», recordaba Sirotenko.

Primeramente, le dieron de comer a Wojtila y a los demás. Llegaron entonces la seguridad y la policía militar para llevarse a todos los que hablaban ruso y que, por consiguiente, podían haber sido miembros del Ejército Rojo.

Sirotenko les explicó que aquel detenido de aspecto singular no era ruso sino rusino, miembro de una etnia de los Cárpatos, y que no había sido miembro del Ejército Rojo.

Es muy posible que aquellas explicaciones, expuestas ante el propio Wojtila, le hayan evitado al futuro Papa el envío al gulag donde habría encontrado la muerte, como decenas de miles de prisioneros rusos que regresaron al país después de haber sido liberados por los aliados de los campos de concentración y de los trabajos forzados.

«No se puede decir que yo salvé al Papa», decía Sirotenko a sus amigos. «Liberamos a los detenidos, como lo hacíamos en todas partes, y ni siquiera estoy seguro de que la seguridad estuviera buscando soldados del Ejército Rojo.

Dije lo mismo que habría podido decir él mismo. Queda por saber si la seguridad hubiese confiado tanto en su palabra como en la mía, siendo yo comandante del Estado Mayor. Además, yo necesitaba un buen intérprete. Por cierto, después de varios encuentros con Wojtila, me llamaron de nuevo al Estado Mayor y nunca más volví a verlo.»

En el año 2000, el veterano profesor Sirotenko se encontraba de descanso en los alrededores de Moscú. Aprovechando su ausencia, uno de sus colegas escribió al Vaticano. En su carta le preguntaba al Papa Juan-Pablo II si se acordaba de aquellos hechos de la Segunda Guerra Mundial en los que habían participado él y el comandante Sirotenko.

La respuesta llegó a Armavir, con la firma de monseñor Pedro López Quintana, asesor de Curia romana: «Su Santidad me encargó de asegurarle que rezará por el doctor Sirotenko y que solicitará para él la bendición de Dios.»

Fuente
RIA Novosti (Rusia)