El 18 de Germinal del año X (8 de abril de 1802), el Cuerpo Legislativo de la República Francesa adopta y promulga el Concordato, que pone fin a 12 años de guerras civiles y religiosas. En 1790, la Constitución civil del clero había instituido una Iglesia nacional con obispos y sacerdotes electos por los fieles, remunerados por el Estado y obligados a prestar un juramento de fidelidad «a la nación, a la ley, al rey». Al condenar Roma ese juramento, Francia se vio dividida entre el clero juramentado o constitucional y el clero no juramentado o refractario. En marzo de 1800, para consolidar su propio régimen, Bonaparte inicia negociaciones con el nuevo papa. Este último renuncia a los bienes confiscados durante la Revolución. Por su lado, «el Gobierno de la República Francesa reconoce que la religión católica, apostólica y romana es la religión de la gran mayoría de los franceses» pero conserva el control de la organización de la Iglesia católica. El clero debe jurarle fidelidad. En 1808, los ministros de los cultos católico, luterano, calvinista e israelita se convierten en funcionarios y pueden ser llamados a comparecer ante el Consejo de Estado en caso de desobediencia.