Ratzinger representa la continuidad y aún la radicalización de lo que fue el pontificado de Juan Pablo II. Como éste, Ratzinger es enemigo a ultranza del laicismo, de la libertad y de la diversidad sexual y también de la disidencia dentro de la Iglesia. Es, obviamente, el perfil de un Papa otra vez amigo de Bush y del conservadurismo a ultranza, sobre lo cual cabe añadir que además de predicar contra la homosexualidad o la teología de la liberación, Ratzinger fue uno de los principales jerarcas que en las últimas campañas presidenciales en Estados Unidos apoyó a Bush contra Kerry instando a los sacerdotes a no dar el sacramento de la comunión a los políticos pro aborto, como calificaba la derecha a Kerry.

La vida y obra de Ratzinger nos demuestran su vocación ultraderechista. A diferencia del cardenal Wojtyla, cuando asumió el pontificado, Ratzinger sí es bien conocido en el mundo y en la iglesia, por haber estado al frente de la Congregación para la Doctrina de la Fe, una especie de Santo Oficio, desde donde ha castigado y hostilizado a célebres teólogos de la izquierda dentro de la iglesia, como es Leonardo Boff.

Resulta significativo que la biografía de Ratzinger incluya en su juventud, la participación en las juventudes hitlerianas así como, décadas después, el rechazo de movimientos estudiantiles por cuestionar principios de autoridad. Desde luego, los apologistas de Ratzinger alegan que su participacíón hitleriana fue un episodio juvenil e incluso que fue "obligado" por los nazis a unirse a ellos, excusas que carecen de fuerza si consideramos que a lo largo de su vida Ratzinger se ha mantenido de muchas formas fiel a ese espíritu ultraderechista y autoritario simbolizado en el episodio mencionado. También se ha dicho que esa experiencia lo convenció de que la iglesia debe tener una posición contestataria ante el poder, pero lo cierto es que Ratzinger ha apoyado a Bush, el Hitler de nuestros días, sin que ahora pueda alegar su corta edad ni su imposibilidad de rebelarse.

Asimismo, el Vaticano les pide a los católicos no obedecer las leyes contrarias a las doctrinas derechistas sobre la moral sexual, e incluso elogia a quienes luchan abiertamente contra ellas. Pero en su juventud Ratzinger en lugar de unirse a una resistencia valiente contra el nazismo decidió plegarse a él, sea por simpatía o para evitarse problemas.

Sin duda, la elección de Ratzinger fue inusitada bajo la idea de que, como en el caso de Juan Pablo II, se trataría de una sorpresa para el mundo. La sorpresa, paradójicamente, radica en la obviedad de las maniobras con las que la ultraderecha gobernante en el Vaticano pudo imponer a su candidato favorito.

Se ha hecho evidente también que Ratzinger está siguiendo la estrategia de aprender a ser mediático y en particular de recurrir al llanto y a otros alardes emocionales, como Hitler, para impresionar a la gente, pero sería muy desafortunado para el progreso de la iglesia y del mundo, que los fieles católicos cayeran en esa maniobra burda y que comenzaran a idealizar a Ratzinger meramente por sus alardes histriónicos con los que obviamente quiere repetir la experiencia de Juan Pablo II y quitarse la imagen de ser un personaje frío y calculador.

El nuevo Papa apoyará con todo su poder a la ultraderecha, y en particular a la de América Latina, encarnada en sectores del clero, en grupos radicales como las organizaciones provida y en sectores de partidos derechistas y que usará todo su poder para que el clero y los laicos adopten la misma posición. Por ello es probable que presenciemos intervenciones directas del pontificado para apoyar a grupos de ese corte y desde luego para apoyar el poder de la derecha y la política de Bush, aunque luego a Ratzinger se le ocurra ponerse vestimentas autóctonas y llorar públicamente por la suerte de los pobres, para que la gente se conmueva y los medios digan que es un santo.

Se dice que el pontificado de Ratzinger será transición, dada la avanzada edad del nuevo Papa, nacido en 1927, hijo de un devoto policía, pero esto es muy relativo si consideramos todo lo que puede hacer en ocho o diez años al frente de la Iglesia para fortalecer a la ultraderecha y para reprimir aún más las corrientes progresistas.

Queda para los católicos el reto de manifestar desde un principio del pontificado de Ratzinger sus opiniones genuinas sobre el rumbo del Vaticano, rechazando las consabidas manipulaciones mediáticas.