Meses atrás el sociólogo chileno Eugenio Tironi emitió las siguientes reveladoras concepciones: “.....creo que uno de los patrimonios de Chile es que su clase empresarial y su élite tienen un sentido nacional. Esto explica que tengamos un mundo empresarial, que más allá de las críticas que podamos formular, invierte, se juega, vibra con Chile. Lo que hemos visto en las últimas semanas (empresarios chilenos recomprando empresas que habían pasado a manos de inversionistas extranjeros) es una muy buena señal del compromiso que el empresariado chileno tiene con el país. No es lo que vemos en otras naciones donde el empresariado coloca su dinero en paraísos fiscales, vive gran parte de su tiempo en el extranjero, tiene su mente, sus intereses emocionales afuera e incluso sus hijos educándose en otras partes del mundo. El nuestro es un empresariado bastante anclado acá. Eso es un gran valor”.

¿Podríamos suscribir, los peruanos, expresiones similares sobre nuestros “empresarios”? Me temo que la respuesta es categórica, apotegmática, directa, puntual y descarada: ¡de ninguna manera! El 95% del empresariado peruano, o la taifa de lo que constituye ese grupo, vive pensando en cómo aprovechar del Estado y cómo sacar leyes o contratos de estabilidad para no pagar impuestos y robarle, así de simple, al país y a su gente. Comerciantes de última, no sólo merodean en torno a un Estado corrupto con dirigentes envilecidos, sino que ¡para colmo de males! carecen criminalmente de cualquier sentido patrio o histórico de hacer las cosas.

Dijimos en una columna anterior que el empresariado chileno se alinea con el designio geopolítico portaliano y pinochetista, variaciones en el tiempo de una misma ambición imperialista, de su Estado y de sus gobiernos. El propósito sureño de invertir o lograr la concesión de los principales puertos peruanos estriba en que con eso evitan que los suyos se remitan a simples trámites comerciales porque no tendrían cómo competir con Marcona, por ejemplo.

¿Es importante la historia? ¡Sin duda alguna! Dirigente empresarial que vive pensando en el lucro sin adiestrar a su personal ni entrenarlo con educación de alto nivel, sólo produce el espectáculo que aquí vemos a diario cuando los empresarios claman por el TLC, por las sinecuras que dan las conexiones en el gobierno y en las empresas diversas porque las licitaciones tienen nombre propio y dedicatoria. No es cuestión de calidad ni mejor oferta, sino de quiénes son los postores y cuántos familiares tienen en buenos puestos y ¡no hay que olvidarlo! de qué tamaño o volumen será la coima que repartan.

Así como carecemos de clase política dirigente, sólo hay -en gran mayoría- payasos mediocres dedicados a dar discursos, es una característica peruana el que no tengamos empresarios de fuste, con sentido histórico o nacional de un Perú libre, justo y culto. Apenas son tributarios sumisos de migajas ajenas que vienen con el altísimo precio de enajenar nuestro patrimonio comprometiendo el destino de 26 millones de peruanos.

No hay malas ni buenas masas, sólo buenos o malos dirigentes. ¿Es tan difícil comprenderlo?

¡Atentos a la historia; las tribunas aplauden lo que suena bien!

¡Ataquemos al poder; el gobierno lo tiene cualquiera!

¡Hay que romper el pacto infame y tácito de hablar a media voz!