Desde ayer Lucio Gutiérrez, uno de los políticos más brutos de que se tenga memoria, está asilado en la embajada de Brasil en Quito. Poco tiempo atrás había sido votado por el pueblo ecuatoriano para la primera magistratura. Esa misma corporación valiente, en marchas y protestas interminables, le echó de un puesto que no merecía y que le idiotizó totalmente porque no veía lo obvio, ignoraba lo palmario y creía que el pasado comicio le había extendido un cheque en blanco. Dice el refrán: ¡cuando las barbas de tu vecino veas cortar, pon las tuyas en remojo!

¿Quién no recuerda en la crisis argentina de años atrás a Fernando de la Rúa caminando cual sonámbulo de absoluta mirada perdida en la Casa Rosada? Su autismo genético apenas si tuvo lucidez cuando subió a un helicóptero para tomar las de Villadiego produciendo la eclosión jubilosa del noble pueblo hermano para celebrar su caída. ¿Cómo son los autistas?: se creen sus mentiras, comulgan en sociedad con sus robos que incluyen clanes familiares o a patotas de empresarios rentistas, apátridas, patanes que presumen que los dólares suplantan al espíritu popular humilde pero protestante que bota presidentes y hunde en la miasma de su asco a todos los vendepatrias.

Los empresaurios firman y gozan los grandes negociados. Pero hay una clase infame que vende su saber por cualquier precio, siempre y cuando se le garantice la miseria de sus propios lujos y vanidades frívolas: los tecnócratas. Para estas pandillas, no hay sino un fin en la vida, desde la cuna a la tumba: el lucro y lo que ellos llaman eficiencia que en Latinomérica es explotar por poco dinero al hombre o mujer de la calle porque quien se oponga sale despedido de su puesto de trabajo. Sin los tecnócratas, es decir esos quintacolumnas que facilitan el regalo del patrimonio peruano en nombre de las supuestas inversiones que llegan o en poca monta o reiteran más de lo mismo, es decir las cadenas de sujeción financiera y tecnológica del Perú hacia los países más poderosos, no habría la perversa diferencia de ingresos ni la desigualdad oprobiosa que nos distingue como un ghetto en el que apenas 5% concentra el 90% de la riqueza.

Pero ni los políticos autistas o cretinos, en el gobierno, en el Parlamento; o los empresarios pusilánimes que viven sólo a expensas de préstamos o licitaciones amañadas; o los tecnócratas alquilables y traidores a su propio país que no conocen pero regalan generosamente, son mayoría ni representan a sectores sociales que les otorguen legitimidad alguna. Disponen del Perú como si de su chacra se tratara, no ven lo que ocurre en la eclosión social diaria pero obsequian cuanto pueden y no faltan medios de comunicación y periodistas inmorales que celebren sus “logros”.

¿Con qué derecho una administración, reconocida como mala entre las malas, corrupta por mérito propio, carente de inteligencia o tino mínimos, pretende enfeudar Perú a un TLC con Estados Unidos, con apenas 10% de respaldo popular? Quiere decir que 90% desconoce legitimidad a este régimen. Por tanto ¿no sería lo más prudente, aguardar que otro gobierno concluya, previa explicación exhaustiva al pueblo, cualquier convenio como, por ejemplo, el TLC tan voceado y cacareado por los Ferreros, los de la Flor y toda esa gavilla de esquiroles bien pagados y que ya tienen el puesto prometido?

Lo de Ecuador está muy cerca. Y sus llamas queman. No hay peor sordo que el -o los-no quieren oír.

¡Atentos a la historia; las tribunas aplauden lo que suena bien!

¡Ataquemos al poder; el gobierno lo tiene cualquiera!

¡Hay que romper el pacto infame y tácito de hablar a media voz!