Hace 90 años, el 22 de abril de 1915, se había producido un acontecimiento que cambió el mundo. Aquel día, en el Frente Occidental de la Primera Guerra Mundial, los alemanes utilizaron contra las tropas franco-británicas estacionadas cerca de la ciudad belga de Ieper un gas asfixiante.

El ataque con gas había durado apenas cinco minutos, pero se llevó la vida de 15 mil personas, cinco mil de las cuales murieron en el campo de batalla. Fue así como empezó la era de las armas de destrucción masiva.

El 12 de julio de 1917, otra vez en las cercanías de Ieper, los alemanes utilizaron contra las unidades franco-británicas un líquido volátil con efecto vesicante, y que por su olor pasó a llamarse «gas mostaza». Pero también se le conoce como «iperita» por el nombre de la localidad donde fue utilizado por primera vez.

Aquel mismo año, los ingleses inventaron los «lanzagases», aparatos para disparar gases mortíferos. Entre 1915 y 1918, las partes beligerantes habían empleado más de 125 mil toneladas de sustancias tóxicas, que llegaron a causar casi un millón de muertes.

El 17 de junio de 1925 fue suscrito el Protocolo de Ginebra sobre prohibición de gases asfixiantes, vesicantes y otros, así como de medios bacteriológicos. Fue el primer documento internacional que prohibía el empleo de armas químicas y bacteriológicas. No obstante, esas armas no desaparecieron.

Fueron utilizadas por la Italia fascista en la guerra contra Abisinia, en 1935-1936. También las empleó el Ejército japonés contra la población civil de China durante la Segunda Guerra Mundial. Las tropas alemanas las utilizaron en los campos de exterminio. Hitler había tenido planes de aniquilar a la población de Leningrado, sitiado por las tropas de la Wehrmacht, con 720 mil proyectiles rellenos de sustancias tóxicas. Pero él sabía que la Unión Soviética también tenía esas sustancias y podría emplearlas en caso extremo. Finalmente decidió no arriesgarse y abandonó sus planes.

Pero ni siquiera después de la Segunda Guerra Mundial las armas químicas quedaron en el olvido. Las volvieron a emplear las tropas norteamericanas durante la guerra en Vietnam a mediados de los setenta. Más de 72 millones de litros del tristemente célebre «Agent Orange» fueron vertidos sobre la jungla.

Como resultado, quedaron exterminados más de 20 mil kilómetros cuadrados de bosques y 2 mil kilómetros cuadrados de campos. Sadam Husein asimismo había utilizado sustancias tóxicas contra la población kurda de Irak y contra las tropas de Irán. Precisamente las armas químicas, que supuestamente poseía Irak, habían servido de pretexto para la ocupación de ese país por EEUU y sus aliados.

El régimen iraquí fue derrocado, pero el Pentágono no encontró armas químicas.

En 1993 fue aprobado el Convenio internacional sobre prohibición de desarrollo, producción, almacenamiento y empleo de armas químicas y su total eliminación.
Los países que poseen las mayores reservas de sustancias tóxicas -EEUU (32 mil toneladas) y Rusia (40 mil toneladas)- todavía no han cumplido cabalmente las cláusulas del Convenio aunque aplican para ello todos los esfuerzos. Moscú y Washington alegan distintas causas que les impiden destruir de una vez y para siempre sus armas químicas.

EEUU, por ejemplo, no logra elegir el método más seguro para neutralizar las sustancias tóxicas a pesar de haber quemado ya el 25% de sus reservas en el atolón de Johnston, en el Pacífico. En el caso de Rusia, el problema radica en la escasez de medios financieros y en la injustificable demora con la ayuda internacional que se le había prometido prestar (en particular, EEUU).

A pesar de todo, en el poblado de Gorniy (provincia de Sarátov, región del Volga) funciona con todo éxito una planta de destrucción de iperita y lewisita. Ya han sido neutralizadas casi mil toneladas de esas sustancias de las 1.160 que estaban guardadas en los almacenes locales.

Un soldado quemado por el gaz mostaza durante la Primera Guerra Mundial.

Además, se construyen similares plantas en otros lugares del país: en los poblados de Pochep (provincia de Briansk), Leonidovka (provincia de Penza), Maradikovski (provincia de Kirov) y Kizner (Udmurtia), así como en los aledaños de la ciudad de Schuchie (provincia de Kurgán) y en la ciudad de Kambarka (Udmurtia).

Victor Jolstov, subdirector de la Agencia Federal de Industria (organismo encargado en Rusia de la destrucción de armas químicas) no duda que la parte rusa cumplirá con todos los compromisos que emanan del Convenio, y lo hará sin falta para el mes de abril de 2012, plazo ya concordado con los respectivos organismos internacionales.

Fuente
RIA Novosti (Rusia)