Dos diarios, hermanados por sociedad comercial y por las similares ideas que esgrimen minimizando el vídeo ofensivo de Lan contra el Perú, empequeñeciendo lo que no podía haber sido sino asco para con quienes nos zahieren en nuestra propia casa, lanzan despachos más o menos abundantes de lo que, según ellos, debió haber sido la candidatura exitosa de Valentín Paniagua a la secretaría general de la OEA. Como aquello no ocurrió, hoy se responsabiliza al gobierno, a Toledo y hasta al canciller Manuel Rodríguez que semejante suceso no ocurriera. Una sola pregunta: ¿qué significado o importancia tiene, fuera de los limitados confines del Perú, el expresidente transitorio? Que se sepa, ninguna.

Somos el país del casi hicimos esto o lo otro. Y nos refocilamos, con onanismo abundante, sobre qué pudo haber sido si lográbamos el anhelo frustrado. Entonces, a algunos se les ha ocurrido que no hay mejor manera de destruir figuras y figurones que a través de esta manida, mañosa y brutal maniobra que no conduce más que a los eternos sueños de opio en que vive el pueblo peruano. Como alguna vez, un futbolista de apellido Palacios, le hizo un gol a Chile, se le coloca siempre cuando se juega con ese equipo, sin perjuicio de sus copiosos años, de sus menguadas condiciones y de su anacronismo en el balompié.

Los brulotes están a la orden del día. Al señor Paniagua, que algún día tendrá que explicar cómo dio pase a la inmoral concesión del Aeropuerto Jorge Chávez a una empresita con US$ 3 mil dólares de capital, Lima Airport Partners, LAP; o al contrato de Camisea (un genuino regalo por cientos de millones de dólares a firmas minúsculas, entre otras, Hidrocarburos Andinos SRL, que después desapareció misteriosamente del consorcio) y muchos otros temas parecidos, se le ha fabricado una imagen de honestidad acrisolada por encima del común de pillos que habita nuestro mundo político. Se le ha puesto por encima del bien y del mal y se le ha investido de un aura de limpieza y ejecutoria que sería interesante preguntarle a los jubilados si es cierta. Ellos podrán decir como don Valentín Paniagua cobraba US$ 3 mil dólares mensuales para no hacer ¡absolutamente nada!

¿Qué se ganaría estableciendo si su candidatura, real o supuesta, a la OEA, hubiera tenido alguna importancia? Yo afirmo que don Valentín Paniagua, de repente, es importante en el Perú porque hay muchos medios que trabajan su candidatura bajo la promesa de mantener todo como está y no tocar ni contratos leyes ni las reglas del juego que sólo favorecen a los grandes consorcios y transnacionales. Pero, fuera del país, es un ilustre desconocido como lo sería cualquier otro. Entonces, un país como Perú, con relaciones exteriores bastante indefinidas y trabazones más bien débiles, no podría cantar victorias que no se han comprobado en el terreno de la dura realidad.

Un ejemplo incontrastable: Chile trabajó con denodado esfuerzo su camino a la OEA. Ellos ostentan una diplomacia que juega con la promesa y oferta y también con los cañones. Sus empresarios acompañan a la diplomacia y militan con la camiseta de Chile. No ocurre como aquí con los mayoritariamente cobardes fenicios peruanos que sólo anhelan cobrar la pitanza y servirse del contrato bajo la mesa y con nombre propio y siempre dando la espalda a su país y a sus 26 millones de habitantes. ¿El resultado?: la secretaría general de la OEA. Es posible que la OEA no haya sido nunca otra cosa que un edificio para paniaguados proclives al boato frívolo y al discurso envilecedor que justifica sueldos. Pero, ya tienen lo que pelearon.

El camino de las naciones no se hace sobre discusiones mamarrachientas sino en torno a grandes propósitos unitarios detrás de los que todos, sin excepción, hacen causa común y quien disienta es traidor a la patria, así sean embajadores, periodistas o chantajistas a secas.

¡Atentos a la historia; las tribunas aplauden lo que suena bien!

¡Ataquemos al poder; el gobierno lo tiene cualquiera!

¡Hay que romper el pacto infame y tácito de hablar a media voz!