Han bastado apenas cuatro o cinco acciones del nuevo gobierno para que el país empezara a salir de su atonía cívica. Decisiones y gestos lo suficientemente claros como para que muchos hombres y mujeres empiecen a sentir que no son plantas sino ciudadanos de una patria que los requiere. Y los convoca para que estén informados, con opinión, críticos, activos y solidarios y capaces de controlar democráticamente la acción de gobierno.

Un rumbo a favor del pueblo

La reafirmación del poder civil frente a rumores de malestar militar por la autorización del ingreso de los forenses a las unidades militares, denunciadas como posibles cementerios clandestinos. Se trata de un acto, casi obvio, de reajuste institucional, consistente en la reposición de la órbita militar a su condición de aparato subordinado a las instituciones civiles.

Institución militar que, desde la dictadura, ha gozado, para mal sus cuerpos y de la sociedad uruguaya, de un peso y de una autonomía que está reñida con la Constitución, con la tradición del país y la concepción artiguista de la función de las fuerzas armadas.

La rescisión del contrato con la empresa que ha venido lucrando e incumpliendo con los contratos para la construcción del Puente sobre el Santa Lucía y la puesta en conocimiento público de algunas las maniobras graves cometidas contra el patrimonio nacional, el envío al Parlamento de un proyecto de ley que otorga a los uruguayos del exterior la posibilidad de votar y el anuncio de la convocatoria de los Consejos de Salarios, también van en el mismo sentido.

Por ahora son actos que expresan la voluntad del gobierno. Apenas unos papeles escritos. Los efectos sobre la sociedad no serán de un día para otro. Pero llegarán con la fuerza de leyes legítimas y allí estarán los funcionarios para hacerlas cumplir en serio, en beneficio de los que demandan justicia. Y allí estará también un pueblo con la conciencia de sus derechos recobrada para exigir, desde sus organizaciones, que se cumplan las leyes sociales y funcionen adecuadamente las instituciones encargadas de velar por el bienestar, la dignidad y la cultura del pueblo.

Debemos adelantar reflexiones que se propongan avanzar en materia de previsiones. Lo que en otro tiempo se llamaban "reflexiones estratégicas".

Hacia dónde vamos, cómo, desde ahora, damos los pasos que nos permitan superar escollos que se insinúan y que desde ya sabemos que pueden constituirse, a mediano plazo, en obstáculos para el cumplimiento de nuestro programa. El pasaje del Partido Nacional a la oposición, por ejemplo.

Hacia otra integración solidaria

Veamos esta perspectiva estratégica en dos campos. Como se ha dicho, no creo en la existencia de una armonía universal que permita la existencia de auténtica cooperación entre los gobiernos de los países imperialistas, como los EE.UU. y países como los nuestros.
Los pasos dados por el nuevo gobierno en sus primeras decisiones en materia diplomática han sido contundentes: acuerdos con Chávez y Kirchner, estrechamiento de las relaciones económicas con el gobierno de Lula, la ansiada reanudación de las relaciones con Cuba.
Los acuerdos consignados tienen una especial significación favorable para los países signatarios y se alejan de las concepciones imperantes, teñidas por la imposición de las naciones más fuertes o por el absurdo "egoísmo nacional o corporativista" que neutraliza a menudo avances verdaderos en la integración regional como ha sucedido con el Mercosur.

Una concepción latinoamericanista de la integración fue reafirmada en la decisión, difundida ayer domingo, del presidente Vázquez de ordenar a Sol Petróleo, empresa subsidiaria de (la estatal uruguaya) Ancap, que no aumente los precios de la nafta (gasolina) en Argentina y no se sume a las actitudes de la poderosa y arrogante trasnacional Shell, que actúan contra los intereses del pueblo y el gobierno argentino.
La fraternización con Chávez y los acuerdos suscritos, la hospitalidad brindada a los diplomáticos cubanos en la reinstalación de los vínculos históricos que unen a los dos pueblos, todas esas actitudes dignas y soberanas ¿serán del agrado de la gran potencia? ¿Serán vistas con deleite por la turba de delincuentes encumbrados en el poder en los Estados Unidos? O más bien ¿estas actitudes honorables y latinoamericanistas de nuestro gobierno nos pondrán en la honrosa pero árida lista de los estados poco amigos de la actual administración?

¿Seremos, a partir de ahí, objeto de mayores presiones por parte de la gran potencia? Siendo esto altamente probable ¿cómo preparamos a la opinión y a la conciencia de nuestro pueblo para enfrentar con dignidad esas presiones?

Resistencias internas a los cambios

A un razonamiento similar acudo para analizar aspectos de las tareas que el gobierno se propone en el plano interno. La idea, más que justa, "que pague más el que tiene más" no es la primera vez que la izquierda la levanta como camino para revertir la muy injusta distribución de las cargas impositivas en el país. Las clases adineradas en esta región de exageradas desigualdades tercermundistas, suelen llamarse unos a otros de "pudientes". Ellos pueden.
Una parte del odio que Tabaré concita en los trogloditas de las clases poseedoras nativas nace, más que de los pocos pesos que significan aquellos aumentos impositivos, de la "insolencia igualitarista", de la ‘imprudencia plebeya’ del gobierno de Montevideo de "mancillar" el poder simbólico de la clase pudiente.

Por definición el tributo se "impone". ¿Cómo a alguien se le ocurre imponerle algo, por justo que sea, a un "pudiente"? Gran parte del poder del pudiente nace del no-tener del no-pudiente. Ecuación tan sencilla como intolerable en una democracia, que se precia de ser "el poder del pueblo".

Es su primitivismo, las clases poseedoras del capitalismo buitre no han terminado de entender que en los gastos de la comunidad todos tienen que participar y los que tienen más deben aportar más, concepto que desde Brasil a Suecia y desde Francia a los Estados Unidos ya han aceptado la mayor parte de las burguesías del mundo.

¿Qué actitud asumiremos los frenteamplistas cuando, como en los 90, las clases pudientes no quieran aportar no ya la viga sino ni siquiera un pellizco de sus cuantiosas fortunas? ¿No habrá llegado la hora de que los plumíferos que nos ocupamos de estas cosas comprometamos unas opiniones pensadas sobre el futuro de nuestro proceso de cambios populares?