Una cosa -o mejor dicho, un montón de sucesos son- las desverguenzas diarias en que incurre el régimen de Alejandro Toledo vía una parentela infecciosa que no aprenderá nunca a distinguir los temas del Estado con la rapiña de baja escala y otra la actitud nacional frente a hechos que configuran claras ofensas ante las cuales hay que reaccionar con dignidad, entereza y una plena convicción que la exigencia de respeto al país y, sobre todo, a sus 26 millones de habitantes, es una forma de vida irrenunciable.
Se ha pretendido, por boca de supuestas autoridades diplomáticas o periodísticas, decir que el vídeo de LAN es un asunto desdeñable, de poca monta, de ninguna significación importante porque esta aerolínea de bandera chilena ya pidió disculpas y que esto basta para reparar la “inocentísima” metida de pata de esta empresa. Más lejos llegó el ministro de Comercio, Alfredo Ferrero, quien pidió “no politizar” el vídeo. Hay derecho a preguntarse si este señor es peruano y si tiene alguna pizca de identificación con el país cuya gente le paga el sueldo y le aguanta en ese puesto desde los tiempos del gobierno fujimorista.
Entonces, con una lógica discutible, cuanto se diga hay que entenderlo como “cortina de humo”, como tapadera de yerros propios y ajenos y como parte de un siniestro plan que pretendería esconder los escándalos lesa moral en que transita la administración Toledo, el más claro ejemplo, el caso de los planillones con firmas falsas que se ventila en el Congreso.
Con vocación de carniceros y degolladores hay que cortarle la cabeza al canciller Manuel Rodríguez Cuadros porque sería él el culpable del incumplimiento de formalidades con el país sureño. También el autor de la -según varias opiniones- errática política exterior de Perú y -en especial- en este caso grave con Chile, de los desaciertos que incluyen el asunto de la OEA y la supuesta -y anodina- candidatura nonata de Valentín Paniagua.
¿No sería interesante preguntarle a todos los cancilleres desde 1995, vice-ministros, embajadores peruanos que estuvieron en Chile, por causa de qué callaron por años enteros, todo este conocimiento que no podían haber ignorado de ninguna manera?
Caído el fujimorato, fautor -real o supuesto- de gran parte de nuestros cánceres en el decenio 1990-2000, ¿no era el interinato de Valentín Paniagua el llamado a aclarar estos temas de armas durante el conficto del Cenepa? ¿Qué hizo Javier Pérez de Cuéllar?
Cuando ministro de Relaciones Exteriores, Niño Diego García Sayán, en lugar de hurgar e investigar por asuntos ríspidos como las armas vendidas por Chile a Ecuador en plena guerra, ¿no condecoró a la canciller chilena Soledad Alvear en el 2002 aquí en Lima en los precisos instantes que en Santiago se hostilizaba y pulverizaba a Aerocontinente?
Alfonso Rivero, Jorge Valdez y Eduardo Ponce, embajadores en Chile o vinculados ad hoc al acápite Chile, ¿no son acaso los mencionados en múltiples crónicas periodísticas como los involucrados en desmanes en la propia cancillería? Alfonso Rivero no podía ingresar al Perú porque se iba directo al calabozo por un juicio que por difamación le había planteado un ciudadano. Jorge Valdez nunca aclaró del todo su relación con el alquiler de helicópteros y su íntima relación con el fujimorismo. Y Eduardo Ponce batió todos los récords porque perdió, en noches de francachela aberrante, importantes documentos del Perú que Chile devolvió con notas diplomáticas ricas en sorna y burla para con Perú: no todos los días, los embajadores pierden -literalmente- los papeles que les encomienda la patria defender hasta con su vida. ¿Qué autoridad moral tienen o qué referentes son los integrantes de esta troika íntimamente relacionada al régimen inmoral de Kenya Fujimori?
¿No era Allan Wagner Tizón, uno de los pocos embajadores que ha pasado los 2 mts, un visitante asiduo de Chile, país de donde guarda recuerdos imborrables que le acompañarán toda su vida, un conocedor de estos intríngulis uno de los llamados a componer las cosas cuando ocupó, por segunda vez, la cartera de Relaciones Exteriores? ¿Qué hizo entonces?
La estrategia de envilecimiento del Perú tiene a vectores o acompañantes de ruta que a duras penas si distinguen un piano de cola de un teléfono celular, pero su angurria de figuración es tal que no paran mientes en lograr sus propósitos. Tal el caso del parlamentario Gustavo Pacheco quien no dudó en hacer públicos documentos secretos proporcionados desde el interior mismo de la Cancillería, asunto que hasta el día de hoy no ha merecido una exhaustiva investigación punitiva. Pero este señor sólo sigue órdenes: las de Fernando Olivera, “embajador” en España pero que vive más en Perú coyunturalmente.
Es probable entonces que cualquier ofensiva diplomática y estratégica de los países vecinos, al norte y al sur, decline sus planes propios para montarse en la aguda torpeza vernácula que desnuda sub-inteligencias, revela indefinición y termina por presentarnos como un país de confundidas gentes, burócratas incompetentes y hombres y mujeres desnaturalizados con poco o nulo amor por la tierra que los ha visto nacer a la que repudian en la práctica con sus desmanes e improvisaciones.
No hay que ir muy lejos para encontrar las claves del sempiterno desconcierto nacional frente a asuntos tan delicados como Chile para citar uno de los más urticantes.
Algunos quieren negar en actitud proditora lo que Jorge Basadre sostenía: “Nosotros debemos repetir: Acordémonos de que tenemos cinco vecinos y de que nuestro litoral es largo y accesible”.
Dijo el historiador canónico de la república: “Después de la guerra-invasión, contrastes militares, mutilación territorial, empobrecimiento, desolación en campos y ciudades, conflicto posterior creado por la retención de dos provincias más, el Perú se rehizo con sorprendente vitalidad. Quedó, sin embargo, un hondo complejo de inferioridad”.
Hay una trabazón que une a los embajadores que hoy descubren que su labor de años pasados fue una maravillosa contribución para el Perú y a los periodistas o analistas que con virtud zahorí también pergeñan interpretaciones sospechosas que culpan de todos nuestros fracasos a quienes no son de sus simpatías o interfieren con sus planes de apropiarse de lo que llaman opinión en radios, periódicos y televisoras. Un denominador común: ¡Primero los chilenos que Piérola! parece revivir sin vergüenza y con descaro que no sonroja en lo más mínimo a sus escritores que disimulan su labor disociadora, destructora de la espiritualidad nacional, profundamente traidora con la historia patria.
¡Atentos a la historia; las tribunas aplauden lo que suena bien!
¡Ataquemos al poder; el gobierno lo tiene cualquiera!
¡Hay que romper el pacto infame y tácito de hablar a media voz!
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