Los británicos se muestran fascinados por las parejas reales y cuando los Windsor pierden su esplendor, las primeras planas de los diarios son ocupadas por las parejas de estrellas del rock, deportistas, actores o millonarios. Parece que la fascinación por los reinados prolongados se ha extendido también a la esfera política y que a los británicos les gusta que un partido ocupe el poder por largo tiempo. Hoy, el nuevo partido laborista de Tony Blair se dispone a ganar por tercera vez las elecciones antes de hacerlo tal vez por cuarta vez, para gran desconcierto de sus adversarios.
La supremacía del rey Blair es una de las más notables si tenemos en cuenta hasta qué punto es detestado este hombre. Blair gozó de gran popularidad en 1997, lo que ya no es así, pero su carácter sigue siendo un enigma. Sabíamos desde el principio que era un hombre contradictorio, jefe de un partido socialdemócrata que no pronuncia nunca la palabra «socialismo» y habla de la libertad del mercado en términos de los que no habría renegado ningún primer ministro conservador pero que ningún dirigente laborista había utilizado antes que él. Esto me preocupó vagamente en 1997 pero estábamos entonces en plena luna de miel con el New Labour y preferí no pensar en ello. En estos momentos, muchos de sus partidarios siguen manteniendo la actitud que yo tenía en 1997 y le dejan hacer lo que le viene en gana.
En 1997, dijera lo que dijera e hiciera lo que hiciera, tenía un aura de estrella del pop. En su primera conferencia al partido, justo después de su elección, The Economist, que cubría el evento, citó a un observador anónimo señalando que «Blair podría anunciar que acaba de masacrar a su hijo y de todas formas sería aplaudido a rabiar». Hoy, Blair ordenó de hecho una masacre y nadie se levanta para aplaudirlo. El misterio sigue intacto: ¿por qué aceptó esta guerra? ¿Por qué siguió la política de George W. Bush y de Paul Wolfowitz? Parece ser que Blair le vendió su alma al diablo sin siquiera haber obtenido algo a cambio. Esta es una dimensión trágica del personaje, hizo daño al querer hacer el bien. Hasta podríamos sentir simpatía por él... si hubiera dado muestras de remordimiento.
Nos aferramos entonces al manifiesto del Partido Laborista como última apariencia de esperanza. Desde el 11 de septiembre los políticos británicos y norteamericanos son liberticidas. Si esta tendencia se mantuviera, sería entonces necesario que los partidarios laboristas hicieran todo lo posible por desalojar a Blair del poder. En mi caso, la creación de un delito de «incitación al odio religioso» sería la gota de agua que haría desbordar la copa. Esta medida sacrificaría la libertad de expresión y tiene el único objetivo de calmar a los electores musulmanes irritados por la guerra en Irak. En el peor de los casos podrían persuadirme para que votara por un Blair fanático del control (incluso desgastado), pero en ningún caso si se supiera que está confabulado con los inquisidores religiosos.
El New Labour debería comprender que los defensores de la libertad de expresión constituyen una cantera de electores mucho más importante que los islamistas y que jugar la carta comunitarista puede demostrar ser una estrategia peligrosa que le haría caer de su trono.

Fuente
The Telegraph (India)

: « King Tony’s Reign », por Salman Rushdie, The Telegraph, 14 de abril de 2005.
« L’honneur perdu du roi Tony Blair », Libération, 3 de mayo de 2005.