Ha sostenido el analista internacional César Arias Quincot que los peruanos tenemos en estos últimos años “envidia” de los chilenos por sus logros económicos y su estabilidad democrática, amén que un bajo grado de corrupción oficial. ¿Alguien podría noticiar al ilustre personaje que hubo en 1879 una guerra entre el país del sur y el nuestro con el concurso episódico de Bolivia? ¡Y que esas secuelas de horror, ultraje, odio injustificado (ni siquiera limitábamos con Chile en aquella aciaga fecha), han quedado, de generación en generación como marchamo luctuoso de hechos que fueron absolutamente innecesarios para con un pueblo vencido por mal armado y peor gobernado!

Hay que anotar de paso la peruanísima costumbre de colocar siempre un marchamo al desempeño público. Se pueden pronunciar estupideces académicas del más alto calibre y estridencia, como el caso presente, pero siempre hay que etiquetar la presentación. No se trata de burros a secas, sino de señores burros.

El gobierno traidor de Iglesias que firmó el Tratado de Ancón fue sufragado por la fuerza invasora chilena. Si no hubiera sido por la resistencia en La Breña al mando del inmortal Andrés Avelino Cáceres y sus tropas harapientas pero heroicas, acaso la vergüenza nos habría cubierto por siempre. Pero no. Aquellos hombres de acero sabotearon al invasor, en no pocas veces, le hirieron malamente y el peruano genuino (no el bamba o recién llegado) dio testimonio vívido que podía morir de pie y con orgullo. ¿Qué envidia puede albergar o generar un pueblo que pelea hasta la muerte?

Perú posee reservas y riquezas minerales inmensas hasta hoy no cuantificadas. Tanto en tierra como en el océano. Por eso, los regalones de lo que no es suyo, pretenden a troche y moche, un TLC con Chile que favorecería, obviamente, al país austral, más que al nuestro. Guste o no a los chilenos, ellos poseen una larga faja de más de 7 mil kilómetros y su parte más ancha apenas si supera los 150 kms., por tanto, su natural deseo de expansión apunta, no a cualquier sitio, sino al Perú que es una posición geopolítica feraz y mucho más provista de cualquier clase de minerales, alimentos, elementos biodiversos, animales y vegetales. Todo esto, pareciera ignorarlo o pasarlo por alto, el sesudo razonamiento del analista internacional César Arias Quincot que acaba de hacer notar su sorprendente sabiduría.

Hay que asociarnos con quienes nos traigan capitales, tecnología y siempre bajo un esquema de respeto mutuo y creación indetenible. Crear contratos tributarios o cerrojos legales para que los delincuentes de las transnacionales no paguen impuestos al fisco o se eviten pagar bien a los empleados es simplemente seguir con el juego actual de consagración de abusos en nombre de un desarrollo que no se ve sino en los bolsillos de minorías privilegiadas y sumamente exclusivistas.

Este mamarracho de pensamiento hecho público por Arias Quincot no es nuevo. Antes ha dicho que hay que adherir al Perú a la Convención del Mar para resolver el problema del límite marítimo con Chile. Lo curioso es que la Convemar no sirve para nada en ese acápite puntual y los chilenos han dicho que jamás usarán este instrumento internacional del que son parte, para cualquier clase de delimitación. ¿Entonces, de nuevo la estupidez académica? ¡Pamplinas!

¡Atentos a la historia; las tribunas aplauden lo que suena bien!

¡Ataquemos al poder; el gobierno lo tiene cualquiera!

¡Hay que romper el pacto infame y tácito de hablar a media voz!