Veteranos rusos de la Segunda Guerra Mundial desfilando en la Plaza Roja en el 9 de mayo 2005, día conmemorativo de la Victoria sobre le fascismo-nazismo y el final de la guerra.

Las festividades del Día de la Victoria han tenido un sabor bastante extraño. Por un lado, la celebración ha sido un éxito: los veteranos de la guerra han estado merecidamente en el primer plano durante todos los actos públicos, probablemente, por primera vez porque antes era más bien al contrario y no hacían más que adornar con sus medallas la presencia de los altos cargos. Por otro lado, queda un resabio amargo en la boca y es a lo que quisiera referirme.

Nuestro antiguo aliado de los tiempos de la guerra y de la actual coalición antiterrorista, EE.UU., decidió enseñarle a Rusia la víspera de las fiestas una lección de democracia auténtica. Como siempre, sin preocuparse demasiado por si el momento, el lugar y el tono resultaban apropiados. La corrección política jamás ha sido el punto fuerte de Washington.

El presidente Bush, habiéndole cercado a Rusia en estos últimos años con varios «bushmen», es decir, gobernantes que encuadran en la noción americana de la democracia, quiso anteponer a su visita a Moscú una incursión en Letonia y completó su gira en Georgia tras haber escuchado en ambas partes, benévolo, bastantes palabras que son ofensivas para los rusos.

Poco antes de presentarse en Moscú, Bush había expresado su apoyo a los Estados bálticos que exigen calificar de «ocupación» lo que Rusia llama «liberación» de Estonia, Lituania y Letonia. Lo cual significa que justo el día de la fiesta se le sugirió a los rusos asumir el título de «ocupantes» y pedir nuevamente perdón por el Pacto Ribbentrop-Molotov.

El hecho de que esa componenda fue condenada oficialmente por los rusos hace tiempo y que a ella le había precedido el denominado Pacto de Münich, los norteamericanos lo olvidaron o prefirieron olvidarlo tranquilamente.

La mala memoria, la miopía y la sordera son bajo ciertas circunstancias una baza importante en la política. El líder de la «democracia mundial», por ejemplo, se las ingenió para no ver en las calles de Riga ni a los antiguos veteranos del Ejército soviético que en su día habían peleado contra el nazismo al lado de los soldados americanos, ni a los ex combatientes de la legión letona de la SS que en connivencia con las autoridades locales pueden desfilar hoy, con la cabeza erguida, en la capital de uno de los países de la Unión Europea.

Parece sorprendente que el presidente de EE.UU. no haya pasado por Vilnius para estrecharle la mano al presidente de Lituania Valdas Adamkus, el único de los jefes de Estado sobrevivientes que en la Segunda Guerra Mundial había peleado en persona del lado de la Alemania nazi. Entre agosto y octubre de 1944, Adamkus hizo el servicio en el 2º regimiento de la brigada al mando de Georg Mader, coronel de la Wehrmacht.

Bush debería haber pasado también por la sinagoga de Vilnius, ya desértica. Antes de la guerra, los judíos habían sido mayoría en la capital lituana pero hoy en día sólo quedan unos cuantos gracias al esfuerzo de tales señores como Adamkus y Mader. También podría haber visitado Estonia y hablar con los veteranos de la legión local de la SS que precisamente en esas fechas estaban depositando coronas de flores al pie de los monumentos erigidos en su honor.

Es una cosa sucia la política. Al día siguiente ya, irradiando sonrisas, Bush estaba al lado de los veteranos rusos en la Plaza Roja de Moscú y contemplaba a los «ocupantes» que portaban la bandera izada en su día en la cúpula del Reichstag. Y varias horas más tarde, ya en una plaza de Tbilisi, escuchaba a Mijaíl Saakashvili.

No sé si el presidente de EE.UU. le prestaba mucha atención a su homólogo georgiano pero me gustaría señalar que el orador no se turbó al compararles a los rusos con los persas, los cuales en el pasado habían erradicado a la población georgiana casi por completo.

El bushman Saakashvili tergiversó totalmente la historia silenciando el hecho de que justamente los georgianos le habían suplicado al zar ruso durante muchos años para que los cogiera bajo su amparo. Cosa que Rusia hizo. El dirigente norteamericano, lógicamente, no había estudiado en la escuela la historia de Georgia, así que escuchaba esas absurdidades con benevolencia. En cambio Saakashvili mentía adrede, para complacerle a su invitado. Y este último se sentía a gusto. Quienes no lo estaban eran los rusos.

Ya dije en una ocasión que los rusos no se oponen a pedir perdón pero, puestos a arrepentirnos, hagámoslo entre todos. No estaría nada mal que Tony Blair se arrodillara en medio de una multitud de checos arrepentido de que Chamberlain e Hitler hubieran sido coautores del Pacto de Münich, primero, y de que Churchill y Stalin más tarde se hubieran repartido cínicamente la Europa del Este.

También habrá cabida aquí para el Sr.Adamkus y los legionarios estonios de la SS. La dama del negro, la presidente letona Vaira Vike-Freiberga, podría pedir perdón al menos por el hecho de que ella, simpatizando con la SS, no asigna un solo centavo a la preservación del complejo conmemorativo en el campo de concentración Salaspils, o sea, muestra indiferencia absoluta hacia las personas matadas allí.

El otro día me tocó oír por la televisión el discurso de un historiador letón, de orientación nacionalista, según el cual «calificar como campo de muerte a Salaspils, donde murieron miles de personas, significa profanar la memoria de las víctimas del Auschwitz, donde murieron millones».

Lógica curiosa para una persona que se cree demócrata, especialmente, si tomamos en cuenta que Salaspils era un campo para niños y que a éstos les sometían a toda clase de experimentos y les drenaban la sangre para enviarla a los soldados del Reich.

Pues bien, podemos denominar este campo situado en las afueras de Riga como «versión infantil del Auschwitz», si el historiador obsesionado con la aritmética y la Sra.Vaira Vike-Freiberga se sienten más tranquilos así.

En cuanto al presidente norteamericano, en el fondo ni él mismo sabe por dónde empezar pidiendo perdón: solamente los niños ensangrentados de Irak son capaces de quitarle a otro cualquiera las ganas de sonreír para siempre. Los rusos deberían revisar su historia detenidamente y devolver a cada cual lo que le corresponde.

A la Sra.Vaira Vike-Freiberga, por ejemplo, los famosos tiradores letones que tienen las manos manchadas de la sangre rusa; y al Sr.Saakashvili, los georgianos Stalin y Beria. ¿A pedir perdón? ¿Por qué no? Empezad, ya os seguiremos sin falta.

Fuente
RIA Novosti (Rusia)