Cada 11 de septiembre Chile se dividía entre los que recordaban y los que celebraban la caída de Allende y la instauración de la dictadura de Pinochet. Esta división para la nueva clase dirigente chilena no podía continuar, para que Chile creciera tenía que hacerlo unido. ¡El pueblo unido jamás será vencido!, la vieja consigna socialista se aplicó a las nuevas condiciones.

Las Fuerzas Armadas chilenas, en un acto que las dignifica, han reconocido la violación sistemática de los derechos humanos durante la dictadura, han pedido perdón a su pueblo y con ello han empezado a cerrar heridas. En la práctica, esto les permite consolidar su frente interno y con este paso atrás estar en mejores condiciones para dar cualquier salto hacia delante.

Mientras tanto, cada 7 de junio el Perú recuerda a sus muertos en Arica desde lejos, sin flores en su camposanto y Chile celebra la toma del Morro.

Ni la clase dirigente chilena, ni su pueblo, han comprendido que una buena relación -ni siquiera digo integración- con el Perú empieza por reconocer y pedir perdón por los horrores y tropelías de la Guerra del Pacífico: Usurpación del territorio desde Tarapacá hasta Arica con el cautiverio de su gente y la apropiación de sus empresas y riquezas naturales. Toma de la capital, incendio y saqueo de Chorrillos. Ocupación del país con sistemática violación de los derechos humanos (especialmente de los ciudadanos de los territorios de Tarapacá, Arica y Tacna). La existencia de la primera "Caravana de la Muerte" del ejército chileno denominada "Expedición Lynch", que recorrió el Perú sembrando la muerte y la destrucción del aparato productivo. Robos al Estado, a su patrimonio cultural, a la Biblioteca Nacional y a los ciudadanos comunes.

Incumplimiento del Tratado de Ancón ocupando Tacna y Arica con una violenta política de chilenización hasta 1929. Mantenimiento del Huáscar en calidad de trofeo de guerra. Incumplimiento tardío y espurio del Tratado de 1929 con la entrega de un muelle inservible que falta al espíritu del Tratado.

Una buena relación con el Perú pasa por dejar de enconar a nuestros vecinos -en particular el Ecuador- en contra nuestra, como sistemáticamente lo ha hecho a través de la historia republicana. La última prueba está en la entrega de armas a nuestro hermano del norte en pleno conflicto del Cenepa, al margen de si era o no Garante. A estas alturas de la historia no nos van a decir que Pinochet y las fuerzas armadas de Chile no sabían en 1994 de los planes de sus ahijados, los militares ecuatorianos, de invadir el Perú y que las armas que les vendió o "vendió" no tenían ese claro propósito.

Es elocuente observar la conducta de la sociedad chilena actual que juzga sin miramientos al ex dictador por genocida y por ladrón, y con él a sus generales, pero que sin embargo calla y los encubre cuando de traicionar al Perú se trató con esa venta de armas.

Otra explicación y otro perdón sí importan cuando los intereses y el futuro de los pueblos están de por medio, pero la petulante dirigencia chilena, obnubilada por el triunfalismo y su flamante y frágil posición de nuevo rico no lo quiere entender así y, al parecer, su pueblo y sus gentes más inteligentes tampoco lo demandan.

Es cierto que en Perú, en toda nuestra historia republicana, hubo peruanos que jugaron para Chile. Lo hicieron en 1837 contra la Confederación, en 1866 enviando la escuadra a pelear en Abtao contra España, lo hicieron también durante la Guerra del Pacífico contra Cáceres, lo hicieron con Fujimori al callar la venta de armas y recibir un muelle inservible en Arica y los podemos observar vivamente hoy desde sectores gubernamentales, empresariales, políticos y mediáticos que buscan minimizar nuestro actual enfrentamiento "para no atentar contra las inversiones", "porque tenemos superávit en nuestro comercio", "porque podemos venderle el gas", "porque no se puede evitar que "concesionen" nuestros puertos", "porque Lan es una empresa nacional de capitales extranjeros".

Chile ha crecido mucho, pero no tiene la grandeza de las grandes naciones, no aún. El Perú con todos sus problemas, errores y conflictos no resueltos es un país joven con una vieja nación. Su historia ya ha pasado por tiempos de más glorias y más riquezas que las que Chile hoy tintinea y quizás por eso es que el Perú ha sabido ser un pueblo grande y ha sabido perdonar y tender el brazo amigo cuando se le necesitó. El exilio chileno del 73 así lo comprobó.

Para una buena relación con el Perú, Chile tiene que aprender a ser grande, tiene que aprender de Alemania que a través del extraordinario Willie Brandt pidió perdón de rodillas ante el monumento del holocauso en Auschwitz, de Helmut Köhl pidiendo perdón a los aliados en el 50 aniversario de Normandía y reiterado estos días por Gerard Schröder. El presidente Lagos o su sucesora tendrían que aprender de Junichiro Koizumi quien recientemente expresó su "profundo remordimiento" por la guerra imperialista en la que Japón invadió el territorio chino y cometió todo tipo de atrocidades.

Para una buena relación de Chile con el Perú tiene que empezar por dejar de lado su pequeñez y tiene que aprender a decir perdón, entonces veremos qué medidas concretas tendrá que tomar para que las palabras no se las lleve el viento o sean formas políticas sin contenido y sin veracidad. Por lo pronto, ya hay puntos en esa agenda.