“La gente se pregunta a menudo sobre el papel que desempeñan los periodistas. No obstante, los periodistas están en vías de extinción. El sistema ya no quiere más periodistas. En este momento, puede funcionar sin ellos o, digamos, con periodistas reducidos a meros obreros de una cadena de montaje, como Charlot en la película “Tiempos Modernos”, es decir, meros trabajadores que hacen retoques en los partes de los funcionarios".

Ignacio Ramonet
Director de Le Monde Diplomatique.

La frase que antecede no provoca mayor optimismo a quienes, como quién escribe estas líneas, dedicaron su vida a una profesión-pasión, más que difícil, con sinsabores que, también, implican una forma de vida, abriendo las vías a un muy escaso halago social, pero también a la persecución (de la que podemos dar fe) y a la agresión que se expresa de muchas maneras, especialmente con el ninguneo.

Una profesión que se ha definido como la más peligrosa, en la que también hay actores circunstanciales que actúan en la misma y muchas veces se mantienen en sus cargos por su condición de ser simples “mensajeros del zar”, función que nada tiene que ver con el periodismo en donde pululamos “jerarquizados protagonistas” de una sociedad que nos valora, no por nosotros mismos, sino por el instrumento que tenemos circunstancialmente en nuestras manos.

Cuando ocurren en nuestro país cosas inadmisibles para una sociedad madura, como la remoción de programas por el hecho de haber “tocado” a personajes con poder [1], es bueno hacer una pausa y reflexionar sobre esos elementos que están entrelazados los que conforman, valorizan o destruyen aspectos inalienables de una profesión que solo tiene sentido en el marco de la democracia y la libertad, valores que todos debemos defender pues, de lo contrario, no podrían existir como tales.

Ser periodista no es ser amanuense del poder, y menos aun convertirse en un “tirador de centros” para que los personajes se luzcan sobrellevando las entrevistas sin alternativas que no les sean positivas. Tampoco es ser un crítico implacable, un personaje que haga temer por sus palabras. Ello es bien claro, pues en definitiva, la información nada tiene que ver con la propaganda.

El periodismo de investigación y sus resultados, por más que sea negativo en ocasiones para algunos personajes, es una necesidad para la sociedad que avanza o retrocede en sus valores y, para que ello sea posible, requiere de normas claras que vayan en defensa de los actores que no deben estar expuestos a las lamentables claudicaciones de empresas que usufructúan ondas del Estado, las que enfrentadas al conflicto cortan por el lado más débil, el del periodista.

Y menos aun de organismos públicos, plagados de jerarcas temerosos en su soberbia, que en lugar de abrirse a las necesidades informativas del conjunto de la sociedad, prefieren una melindrosa actitud, negándose a las consultas, intentando preservar una intimidad institucional que nada tiene que ver con la función pública y menos aun con su condición de integrantes de un gobierno elegido sobre la base de mecanismos democráticos.

Actitud que, como copia lamentable, se repite en otros sectores de la sociedad, que han comenzado a excluir a la prensa de actos, sin siquiera advertir que la falta de información que esa actitud determina, los malogra.

Por otra parte muchos errores informativos que se cometen son el resultado de esa actitud de los jerarcas que prefieren el silencio a la aclaración, rehuyendo siempre la confrontación de ideas cuando no, en un plano más reducido, de informaciones.

Los espacios cambiantes

Una profesión, la de periodista, que además de tener que ir adaptándose a las condiciones cambiantes del mundo, que si bien avanza en lo que ha dado llamarse las “nuevas tecnologías”, un ámbito que concierne directamente a esta profesión, no ha logrado cambiarla en su esencia de informar a quienes tienen el derecho inalienable de conocer. Sin embargo, como decimos más atrás, las puertas se están cerrando y los comunicadores estamos siendo presionados para convertirnos en meros trasmisores de hechos sin interpretar.

Ramonet define la profesión de periodista afirmando: “Teóricamente, hasta ahora, se podía explicar el periodismo de la siguiente manera. El periodismo tenía una organización triangular: el acontecimiento, el intermediario y el ciudadano. El acontecimiento era transmitido por el intermediario, es decir, el periodista que lo filtraba, lo analizaba, lo contextualizaba y lo hacía repercutir sobre el ciudadano. Esa era la relación que todos conocíamos. Ahora este triángulo se ha transformado en un eje. Está el acontecimiento y, a continuación, el ciudadano. A medio camino ya no existe un espejo, sino simplemente un cristal transparente. A través de la cámara de televisión, la cámara fotográfica o el reportaje, la mayoría de los medios de comunicación (prensa, radio, televisión) intentan poner directamente en contacto al ciudadano con el acontecimiento”.

¿Entonces? ¿Cuál es el sentido de la profesión de periodista ante la definición, casi apocalíptica, del director de Le Monde Diplomatique?

Nosotros apuntamos, claro está, a consolidar elementos sin los cuales nuestra profesión no tendría sentido, que son las libertades democráticas, todo eso bañado con un fuerte contenido humanista. Y esto dicho de manera responsable.

Vivimos en un sistema de producción superabundante de informaciones. Lo podemos observar en los distintos medios a nuestro alcance: los escritos, los radiales que tienen la singularidad de su profundidad y extensión que atrapa en cualquier lugar al escucha, la televisión, que, con el fenómeno del “cable” y los satélites, reproduce en tiempo real hechos que se producen en cualquier lugar del planeta, y el avance que arrollador de la prensa electrónica, mecanismo novedoso y con un crecimiento vertiginoso y exponencial.

¿Qué significa esto en la práctica? Durante mucho tiempo, la información era muy escasa o incluso inexistente y el control de la información permitía dos cosas. En primer lugar, una información escasa era una información cara, que podía venderse y dar lugar a una verdadera fortuna. Por otro lado, una información escasa proporcionaba poder a quienes la poseían. En un sistema en el que la información es superabundante, resulta evidente que estas dos consideraciones sobre los beneficios de la información no actúan de la misma manera.

¿Qué relación, entonces, se establece entre libertad e información, cuando ésta es superabundante? Ramonet entiende que si un sujeto dispone de información cero, entonces su nivel de libertad es también cero; y su nivel de libertad sólo aumenta a medida que crece su información. Si tiene más información, tiene más libertad. Cada vez que se añade información, se gana en libertad. En nuestras sociedades democráticas, se tiene la idea de que necesitamos más información para poder tener más libertad y más democracia. ¿No habremos alcanzado ya un grado de información suficiente? ¿No estaremos estancados? Es decir, no por añadir información, aumenta la libertad.

Sin embargo, en nuestra pequeña comarca esa polémica es de actualidad dudosa. Aquí todavía la información tiene restricciones de todo tipo, que se han ido acentuando con el paso del tiempo por el crecimiento de prácticas del modelo económico que se aplicaron, tendientes al encubrimiento, por ejemplo, de la procedencia de flujos de capitales.

El proclamado “secreto bancario”, no es más que una fuerte restricción a la información que estableció la legislación que enmarca al sistema financiero, con el fin de encubrir el dudoso origen de capitales, seguramente de procedencia ilícita. ¿Qué otro sentido tiene esa restricción? En el Uruguay, hoy por hoy, es prácticamente imposible establecer el enriquecimiento ilícito de un funcionario o de un gobernante, pues con el simple mecanismo de depositar el dinero en un banco, tiene la impunidad del secreto.

El “secreto bancario” se estableció en nuestro país con el fin convertir nuestra plaza en una especie de “paraíso fiscal”, una “caja negra” que encubría o encubre todo tipo de malversación que ocurriera fronteras afuera y adentro. No vemos la necesidad de un secreto de esas características para los depositantes que lícitamente buscaron en nuestro país mejores condiciones para su dinero. ¿Se imagina el lector cuanto dinero mal habido debió estar depositado en nuestro sistema financiero antes de la crisis de los primeros meses del año 2002?

Supervivencia de la burocracia

Pero eso no es lo único. También en el ámbito público existen restricciones a la información. De cómo la burocracia estatal que, por razones culturales y también de supervivencia, mantiene un secreto pesado, amorfo y casi siempre infranqueable sobre documentos que contienen información que debiera circular sin cortapisas.

Secreto, por supuesto, que también permite distorsionar la vida de la comunidad y encubrir la corrupción y el delito. Distorsión contra la cual es muy difícil luchar de no establecerse un mecanismo idóneo de “habeas data”, que le otorgue a los ciudadanos el derecho inalienable de conocer lo que contienen documentos por lo menos sobre su persona - para utilizar un ejemplo extremo pero vigente - que fueron atesorados y utilizados hasta hace poco para una enormidad de trámites burocráticos, algunos de corte antidemocrático.

Aunque parezca insólito en un país en que se reconquistó la democracia, hay ministerios que manejaban ficheros elaborados en tiempos de la dictadura para conocer antecedentes añejos, pero decisivos, que podían ser tomados en cuenta en trámites que afectaron a personas ¿No es acaso paradigmático el caso de la fiscal que proceso al ex canciller de la dictadura es sintomático?

La libertad y la información

Uruguay es un país con características propias. Mantiene restricciones que niegan el sentido mismo de la libertad a la información, pero a la vez - con el avance de los medios electrónicos - al integrarse al fenómeno de Internet, tiene una creciente superabundancia de la información. ¿Aumenta ello la libertad del individuo? Es una interrogante con respuesta dudosa, ya que con esa superabundancia nos encontramos en una época en la que aumenta la confusión. La cuestión que se plantea es si se continúa añadiendo información, ¿no acabará disminuyendo la libertad?

¿Adónde vamos con esta interrogante? Con el advenimiento de la televisión por cable, o en sus versiones más actualizadas, por satélite, el flujo informativo es de tal característica, que ya es prácticamente imposible evitar el demoledor influjo cultural de otras sociedades sobre la nuestra. Formas de vivir, mecanismos para la imitación social, paradigmas a los que acercarse o desechar. Todos elementos esenciales para la existencia, que en el camino globalizador de las nuevas tecnologías, se han ido trastocando, con aspectos positivos pero con otros negativos.

Siempre hemos hablado de los paradigmas de hoy, vinculados más bien al atesoramiento de dinero, desapareciendo otros valores. Beethoven, quizás hoy en nuestra sociedad, pasaría desapercibido o sería señalado como un genio marginado del esquema de convivencia. Y no vayamos a esos extremos: ¿Qué consideración social tiene hoy el buen padre de familia, trabajador o quizás desocupado, que hace de la austeridad su forma de vida?

Son los males de la cultura del dinero, que le da más importancia al flujo de capitales oportunistas que al éxodo de jóvenes que, por miles, deben asilarse en otras regiones, porque este país no tiene un lugar ni un trabajo para ellos. Y, en alguna medida, también los periodistas vemos modificar la esencia de nuestra profesión que tiende, a ojos vista, a bastardearse.

Al plantearnos estas cuestiones, muchas de ellas de estricta actualidad, debemos decir que no tenemos el convencimiento de que una información de tipo cuantitativo resuelva los problemas planteados.

Pensamos, por lo tanto, que la información debe tener siempre algún elemento cualitativo, el que le da el periodista. Y ello superponiéndose a otros dos aspectos, que son un basamento esencial del periodismo: credibilidad y fiabilidad. Por muy abundante que sea una información, lo que más debe interesar es que la misma sea creíble y fiable y, por tanto, debe desecharse la que no tenga un mínimo de garantías relacionadas con la ética, la honestidad, la deontología o la moral de la información.

Los medios ya no pueden presentarse simplemente como un ojo que observa y analiza a la sociedad. Esta metáfora puede aplicarse hoy a pocos medios de comunicación, que han dejado de tener esa característica propia de un instrumento óptico para convertirse, como decimos anteriormente, en un cristal que apenas se percibe, a través del cual se trasmuta, sin mayor análisis, lo que ocurre en la sociedad.

Todo el mundo los ve y todo el mundo sabe de alguna manera que no son perfectos. La gente espera de los medios que hagan también una autocrítica, que se analicen a sí mismos. De la misma manera que los medios pueden ser exigentes con tal o cual profesión o sector, ¿por qué no lo son con ellos mismos? Eso es algo que nosotros intentamos.

Ustedes, los lectores, son nuestros jueces.

[1Canal 12 de Montevideo sacó del aire el programa “ lanata.uy “, que dirigía el periodista argentino Jorge Lanata