Anders Aslund expone su decepción en el Washington Post. El diplomático sueco, quien militó durante largo tiempo a favor de la transformación del antiguo bloque soviético en un paraíso capitalista, añora su sueño de una gran noche liberal en Ucrania. Algunos meses después de la «revolución» naranja, el balance esperado no ha sido alcanzado. El nuevo equipo de dirección no cambió las estructuras del Estado sino que las puso en funcionamiento para su beneficio exclusivo. El crecimiento disminuye mientras que la inflación se dispara. Sin embargo, esta desilusión raya con la ingenuidad: incluso antes de las elecciones y de la «revolución» explicamos en estas columnas cómo la CIA manipulaba a la oposición ucraniana para colocar en el poder a vasallos suyos y, por supuesto, no para mejorar algo en ese país. Encerrado en su antirrusismo primario, Aslund vio en ello, por el contrario, un movimiento popular espontáneo y firmó una solicitud contra Vladimir Putin. Hoy observa con realismo los resultados pero se niega a reconocer sus errores de análisis y prefiere creer que las promesas fueron traicionadas.
Por su parte, en Gazeta SNG, el diputado ruso Viatcheslav Irgunov asegura que el dúo Yushchenko-Tymoshenko está en plena crisis. El único deseo de los nuevos dirigentes ucranianos es nacionalizar los bienes de otros oligarcas, para volverlos a privatizar, pero esta vez para su propio beneficio. La dificultad radica en el hecho de que ya han devorado prácticamente el pastel y les queda muy poco por repartirse.
En el mismo diario, Yuri Pomanenko, del Instituto de Estrategias Globales de Kiev, se divierte con la esquizofrenia de los dirigentes ucranianos, georgianos y otros vencedores de las revoluciones coloreadas que deben su poder a Estados Unidos y conciben cierta fuerza contra Rusia, pero a quienes los intereses nacionales llevan por el contrario a acercarse a Rusia contra Estados Unidos. Tal vez esta visible contradicción, mucho más que la decepción económica, sea la que explique en realidad la amargura de Anders Aslund y sus amigos, punto de vista que parece confirmar Evgueni Chervonenko, nuevo ministro ucraniano de Transporte, en Vremya Novostyey. En contra de cualquier expectativa, Chervonenko se alegra del acercamiento entre Kiev y Moscú, y precisa que estas relaciones gozan hoy de mejor salud que en el pasado. En una palabra, al manipular a la oposición ucraniana para colocar en el poder un gobierno lacayo, Washington habría apostado por oportunistas que una vez alcanzado su objetivo habrían decepcionado a sus padrinos para retornar a los intereses nacionales.

EuropaNova, una asociación euroentusiasta de jóvenes líderes franceses, comparte su alegría respecto de la Constitución Europea con los lectores del Figaro. Para este grupo, el principio de una Constitución para Europa es bueno en sí mismo, es por lo tanto superfluo ponerse a discutir precisamente su contenido. Hay que votar «sí» en el referéndum. El problema, como nos lo ha demostrado en nuestras columnas el jurista argentino Alejandro Teitelbaum, es que este tratado de Constitución solo tiene el nombre y corresponde de hecho a la adaptación para 25 de un Acuerdo de Libre Comercio derivado de los tratados de la OMC.
Entre los partidarios del «no», el ex primer ministro socialista Laurent Fabius debe recurrir a sus dotes de pedagogo para convencer a los lectores de Le Monde de que no es racista oponerse a que los países ricos compitan con los países pobres. Ante sus precauciones oratorias podemos medir de manera retrospectiva hasta qué punto una parte de la izquierda francesa ha usado y abusado del calificativo «racista» para desacreditar al Frente Nacional y dividir a la derecha y cuánta incomodidad le provoca votar «no» junto a ese mismo Frente Nacional. En cambio, los partidarios del «sí» no experimentan por su parte ninguna vergüenza al votar junto a la presidenta letona y sus amigos SS.
Algo más sorprendente, el señor Fabius continúa denunciando las medidas secretas que, en su opinión, los partidarios del «sí» desearían poner en práctica luego de alcanzar la victoria. Por supuesto, el ex Primer Ministro habla de sus adversarios de derecha, pero trata de esta forma de distanciarse de su imagen de «liberal económico» y de calumniar a sus falsos amigos del Partido Socialista.