La historiografía venezolana se ha caracterizado, hasta ahora, por la exaltación de las élites, de hechos y de individuos singulares. En esa tarea, muchos personajes provenientes del pueblo, entendido como la mayoría de hombres y mujeres que han intervenido en la forja de nuestra nación han sido relegados, olvidados o mal intepretados, sin que se hayan generado espacios para tratar con esos colectivos, con sus ideas, creaciones, logros, condiciones de vida, trabajo creativo, luchas sociales y demás. No existe una tradición historiográfica que aborde de manera orgánica las luchas sociales de los colectivos populares.
La desocialización de la historia
Los procesos de exclusión social que han vivido los colectivos sociales venezolanos, su marginación en la toma de decisiones sobre aspectos de la vida que les atañen directamente; las dependencias, deudas y obligaciones a las que han estado secularmente sometidos poseen un origen. Es necesario crear una historiografía comprometida con la tarea de desvelar ese origen como paso necesario para una cabal comprensión del proceso de exclusión, para entender que el desarrollo de la desigualdad social ocurrió en diferentes tiempos y espacios, en distintos contextos de interacción, con diferentes ritmos y en varias escalas.
La marginación de grandes sectores de la población implicó una creciente acumulación de poder por parte de minorías, quienes manipularon los contextos sociales en los cuales operaban; existieron disparidades en el acceso a recursos naturales, tecnologías, conocimientos e información, todos ellos empleados como medios de control para poder disfrutar de beneficios y gratificaciones. Pero así como surgió la exclusión, también lo hizo la resistencia, la lucha contra las imposiciones, la búsqueda de la liberación del oprobio y la desvaloración.
Además de las dificultades inherentes a una práctica científica dependiente de los centros metropolitanos, neocolonizada y al servicio de intereses foráneos, en la investigación historiográfica venezolana se suman aquéllas relativas a una ausencia en la búsqueda de la totalidad, a no tener en cuenta la multiplicidad de aspectos y factores que intervinieron en la gestación de la exclusión de los colectivos sociales.
Dentro de este panorama historiográfico, es notoria la ausencia del abordaje de los colectivos de las mujeres, pues dentro de esa ideología de la exclusión destaca la patriarcal, usada para invisibilizar y dominar a los colectivos femeninos. Es necesario, entonces, para una percepción precisa del proceso de exclusión entender cuáles fueron las contribuciones de las mujeres para que se diera la vida social en cada momento histórico, cómo y por qué fueron marginadas socialmente, cómo participaron -en suma-en la construcción de la nación, ya que no se puede obtener una comprensión de la exclusión social si se prescinde de dar un significado exacto a la mitad de la población.
El papel de las mujeres a lo largo de la historia de Venezuela constituye un aspecto vital para entender la construcción del país como nación, para comprender los aspectos propiamente sociales de la actividad colectiva. Toda nación se estructura gracias al trabajo tesonero y cotidiano de sus habitantes, hombres y mujeres, a sus ideas y a sus luchas diarias, pues la nación se desarrolla no solo en los llamados grandes momentos o en los momentos cruciales de su historia, sino básicamente en la cotidianidad de la vida social.
Estas ideas deben estar aún más presentes en nuestro espíritu cuando nuestro país atraviesa actualmente por un proceso de profundos cambios sociales. En estas nuevas condiciones, aumenta la necesidad de contar con una ciencia histórica que sirva para ayudar en el avance de esos cambios, que rompa con el dogma positivista de los privilegios de los científicos y los especialistas que supuestamente se mueven solamente dentro del espacio de la ciencia. Las nuevas realidades que estamos viviendo en Venezuela requieren explicaciones, exigen la aparición de una ciencia histórica que optimice la totalidad, que rechace las explicaciones parciales, lo que podría significar la comprensión del todo social en continuo proceso de transformación.
Durante los casi 15 milenios de vida social organizada que caracterizan la historia de nuestro país, los colectivos de mujeres han aportado su trabajo de variadas maneras; han ofrecido su creatividad, sus múltiples conocimientos; han educado, amado, cuidado y hecho posible la vida de cientos de generaciones de venezolanos y venezolanas; también han participado protae nuestro territorio, de nuestra independencia y de nuestra soberanía para que nos convertiéramos en una nación independiente. Los pocos ejemplos de mujeres protagónicas que conocemos desde la Independencia, deben haber sido los más notorios, más no los únicos.
Destacamos las contribuciones femeninas no por que creamos que son más importantes que las masculinas, sino porque la historiografía tradicional ha enfatizado siempre la presencia masculina en la historia de Venezuela y, por contraposición, ha ignorado o disminuido el papel de las mujeres. El anonimato de las mujeres no implica que hubiesen estado ausentes como actrices sociales hasta 1998. Todo lo anterior ha contribuido a crear una imagen de la historia de Venezuela totalmente desocializada, como si fuese el producto de ciertos individuos y no como el resultado de las acciones colectivas. Sin embargo, una revisión profunda de esa historia nos revela que la norma fue la riqueza y diversidad de los aportes colectivos, donde destacan los femeninos.
Los sesgos que se observan en la producción de conocimiento sobre la historia de Venezuela han dado lugar a los diversos estereotipos negativos que manejamos hoy día y que condicionan nuestras percepciones y conductas. Esas manifestaciones valorativas, presentes en nuestra cotidianidad, sirven para discriminar a las mayorías mestizas quienes constituyen la base de nuestro ser nacional. Esto ha propiciado entre nosotros una visión distorsionada de nosotros mismos, permitiendo el surgimiento de condiciones proclives a la neocolonización [1].
La exclusión social
La marginación social es el proceso por medio del cual las minorías crean relaciones socioeconómicas que les permiten establecer distinciones entre ellas y las grandes mayorías. Basadas en las nociones de superior vs. subordinado/dependiente, esas minorías manipularon el trabajo y la distribución de los recursos sociales, controlando la información, la educación y la tecnología, elementos críticos para el éxito económico. Todo ello hizo posible que se orquestara una red de interdependencias que impidió el acceso al poder a las personas que se encontraban fuera del pequeño círculo de relaciones de las minorías, quienes se vieron marginadas de las posiciones donde podían ejercer una influencia sustancial en términos políticos o económicos. Este proceso, que se inicia en Venezuela con las sociedades tribales estamentarias hacia los siglos iniciales de la era, sentó las bases para una permanente desigualdad social [2].
Con la invasión europea en el siglo XVI y con la colonia entre los siglos XVII y XVIII, se inician nuevas formas de exclusión social, fortalecidas con la aparición de las clases sociales y de una ideología racista que discriminaba a los mestizos y a los pobres [3].
La situación de minusvalía de los colectivos se ve fuertemente enfatizada en la colonia, momento en el cual se institucionaliza la ideología patriarcal, destinada a construir la diferencia de los géneros como desigualdad social. Se legitimaron los ámbitos de actuación de los géneros, el público-masculino y el privado-femenino, recluyendo a las mujeres al espacio doméstico como manera de negarles toda posibilidad protagonismo.
El empoderamiento político, económico y social de las mayorías
Colectivos sociales empoderados significa para nosotros que tengan la capacidad de tomar decisiones en todos aquellos asuntos que les atañen. Desde ese punto de vista, los colectivos sociales venezolanos no han alcanzado su empoderamiento.
Como elementos positivos tendientes al empoderamiento femenino podemos citar cómo, actualmente, las mujeres venezolanas continúan con la línea histórica que establecieron sus predecesoras, ejerciendo las más variadas profesiones: médicas, soldadas, estudiantes, ingenieras, periodistas, abogadas, obreras, educadoras, trabajadoras domésticas, odontólogas... Aunque las mujeres populares de las áreas urbanas se encuentran sumergidas en la lucha por la sobrevivencia como principal objetivo [4], al mismo tiempo se han transmutado en participar protagónicamente para asumir, como género, un control político efectivo del proceso social bolivariano.
Ello se vislumbra, entre otros ejemplos, en la mayoría femenina que se observa entre los/las reporteros/as comunitarios/as, en las mesas de negociaciones entre los/as representantes de los comités de tierras urbanas y las instituciones del Estado, o en la composición mayoritariamente femenina de las manifestaciones y marchas políticas que han caracterizado el presente proceso político venezolano en los últimos seis años.
La participación de las mujeres de los pueblos originarios es un elemento a destacar pues decollan como educadoras bilingües y en la lucha por los derechos de los pueblos indígenas. Las wayúu, por ejemplo, son mujeres muy activas en el actual proceso político.
El papel de las mujeres como agentes de socialización es fundamental en estos momentos cuando son tan necesarias en la construcción social de la cohesión y solidaridad sociales, ambas imprescindibles para el logro de una Venezuela plenamente soberana. Dicha construcción comienza, obviamente, en los núcleos familiares.
En la actualidad se han borrado los límites entre los espacios de vida tradicionales. Hoy día no sólo los hombres participan de la esfera pública, sino también las mujeres quienes en su gran mayoría han devenido cabezas de familia. Por ello, esa división de espacios es una abstracción que alude a situaciones y experiencias concretas y produce una referencia esencialista de las actuaciones femeninas, ya que en aquellos casos donde se difuminan los límites entre esos espacios, la acción colectiva de las mujeres disminuye el aislamiento femenino en la esfera doméstica [5].
Sin embargo, en el presente proceso sociopolítico venezolano todavía está ausente un empoderamiento real de los colectivos, ya sean masculinos o femeninos. Si bien existe participación femenina en el sector formal de la producción, ésta no ha incrementado la independencia o el poder doméstico de las mujeres. Aunado a la segregación ocupacional de la fuerza de trabajo femenina, la cual tiende a agruparse en la base de la pirámide ocupacional de la economía formal, está la ocupación por parte de las mujeres de los espacios en el sector de servicios y en el de la economía informal. No obstante, si el principal principio estratégico en el desarrollo del empoderamiento político es la acción colectiva [5], entonces los colectivos sociales venezolanos -femeninos y masculinos- se encuentran actualmente en un proceso que tiende hacia el empoderamiento político.
Se observa la participación femenina creciente en los movimientos políticos urbanos contemporáneos, en los cuales una mayoría de mujeres ha asumido un papel protagónico en la construcción del proyecto bolivariano, siendo notoria su actuación en el derrocamiento de la dictadura de Carmona; otras, sobre todo de las clases media y media-alta, se han alineado en torno a las propuestas de derecha, de corte fascista.
Simultáneamente con el papel que están jugando en la construcción social del empoderamiento político de las mayorías, las mujeres venezolanas han comenzado a combatir por sus demandas, han comenzado a crear nuevas relaciones sociales que les permitan luchar contra la existente asimetría en el poder.
Esa lucha fructificará sólo si los colectivos femeninos logran superar valoraciones y comportamientos culturales centenarios, de carácter negativo, que ellas mismas, paradójicamente, reproducen. En tal sentido, creemos que la cultura ha sido un proceso central en el establecimiento e institucionalización de la desigualdad. Por ello es necesaria la participación de las mujeres en la construcción de un nuevo imaginario colectivo femenino que implique el conocimiento de la historia real, de manera que permita comprender -y eventualmente eliminar- el origen o las causas de la subvaloración de las mujeres en todos los órdenes, especialmente en lo que atañe a sus aportes productivos, ideas introyectadas en nuestras mentes desde la aparición de las sociedades tribales estratificadas, expresadas a través de la ideología patriarcal, así como por el androcentrismo de las ciencias sociales, que las han confinado, tradicionalmente, a la vida doméstica y a los papeles reproductivos.
El éxito en las luchas de los colectivos sociales, en especial los femeninos, contra los valores y patrones de comportamiento generados desde la colonia, luce como necesario para alcanzar una soberanía nacional plena. Ello revertirá fundamentalmente contra la ideología racista y de la exclusión que propicia el autodesprecio étnico y social, elemento que ha creado y estimulado las condiciones para la consolidación de una ideología neocolonial y de la dependencia.
Un aspecto vital para la reflexión en este sentido es la comprensión de que es necesario un proyecto cultural del Estado bolivariano que subvierta el imaginario de la dominación existente desde la colonia. En la generación de ese proyecto verdaderamente revolucionario, debemos tomar conciencia de que la lucha independentista del siglo XIX si bien acabó con las estructuras políticas de la metrópoli, no logró borrar de nuestras mentes la conciencia de estar dominados/as; de allí el neocoloniaje contemporáneo.
Es necesario, asimismo, que los colectivos femeninos tomen conciencia sobre la posibilidad de su participación en la construcción social de la nueva ciudadanía, necesaria en el actual proceso sociopolítico signado por los cambios que vive Venezuela. En tal sentido, es imprescindible, sobre todo, que conozcan y rescaten el conocimiento histórico sobre comportamientos socio-culturales solidarios y cooperativos de tradición milenaria, resemantizándolos a la luz de la situación histórica actual, a través de nuevas organizaciones civiles, de carácter comunitario.
La lucha debe estar orientada, de igual manera, contra los valores culturales y los patrones de conducta generados y estimulados a partir de la entronización de la condición neocolonial, sobre todo durante la IV república, fijados en la población a través del sistema educativo formal y los medios masivos de comunicación utilizando mensajes antinacionalistas. Ello implica superar la necesidad del paternalismo y el asistencialismo del Estado, entre otros males sociales, a través de la participación, el control social y la corresponsabilidad; en suma, tratar de lograr un empoderamiento social.
Los colectivos sociales deben contribuir al cambio del modelo de desarrollo socioeconómico en Venezuela que ha predominado desde la colonia. Ello determinará las características de la inserción de los colectivos femeninos en los mercados de trabajo. Para que tal cosa ocurra, es necesario asumir la ruptura de los ámbitos naturalizados de participación de los géneros, sobre todo en lo que atiende a la transformación de la categoría ámbito femenino-doméstico -servicios. Esto es fundamental, toda vez que en la unidad doméstica es donde se construyen y expresan con más fuerza los valores y comportamientos culturales de la desigualdad.
Las mujeres indígenas tendrían que orientar sus luchas contra el modelo indigenista, integracionista y paternalista de la IV república, afianzando la autonomía de los pueblos indígenas en el marco de la Constitución Bolivariana de 1999: jurisdicción sobre sus territorios, control sobre los recursos, legitimidad de sus lenguas, creación de un sistema educativo y de recreación propios y de un sistema de salud. Fundamental es entender que en el actual proceso de cambios, el empoderamiento de los pueblos indígenas pasa necesariamente por la solución de problemas relacionados con sus derechos a sus territorios ancestrales, a sus recursos, a la autodeterminación, a la lucha contra la persistente exclusión y discriminación social y racial a que los somete la sociedad criolla.
Pero en el caso específico de las indígenas, ellas deben combatir contra las fuerzas retrógradas que impiden la participación y la representación de los pueblos indígenas en general y de las mujeres indígenas en particular en los aparatos del Estado, sobre todo aquéllos que generan políticas que los/as afectan. Esos colectivos femeninos deben crear sus propios mecanismos de participación, a nivel comunitario y a nivel regional-nacional. El éxito en la realización de estas tareas está determinado, en gran medida, por la comprensión de la historia real, sin las distorsiones introducidas por la antropología y la historiografía tradicionales de corte androcentrista.
Las mujeres indígenas tienen que luchar por el reconocimiento de los derechos femeninos a un trato igualitario y equitativo, a lo interno de sus comunidades y en la relación de éstas con el resto de la sociedad nacional. La batalla por la autonomía de los pueblos indígenas no puede estar disociada de la lucha por el reconocimiento y respeto de los derechos femeninos, ya que éstos constituyen parte integral de esa batalla. Dentro de esos derechos, se hace necesaria una definición equitativa de las responsabilidades de las mujeres, que se respete lo que piensan y que no estén subordinadas y sometidas, que puedan cuestionar prácticas y costumbres violadoras de sus derechos, que traten de lograr un reconocimiento a la diversidad y a la pluralidad cuturales, pero también a la diferencia de los géneros.
Las mujeres venezolanas, criollas campesinas, criollas populares urbanas, indígenas y de todas las clases sociales deben tomar conciencia que sus actitudes proclives a la participación y a la lucha contemporáneas no son de gratis.
El que hoy día asuman una actitud protagónica, se debe -en gran medida- a las tradiciones de luchas femeninas a lo largo de la historia; esas tradiciones no se inventan de un día para otro. La revolución bolivariana necesita la incorporación plena de los colectivos femeninos en el proceso de cambio histórico, como lo demostró la lucha del 13 de Febrero de 2002 que culminó con la derrota del alevoso golpe de estado contra la nación venezolana.
De la misma manera deben estudiar, profesionalizarse, prepararse para asumir las nuevas tareas que demanda la construcción social de la revolución, única manera de superar la discriminación y la exclusión que ha privado a las mujeres de lograr un espacio reconocido en la historia venezolana.
[1] Maritza Montero. Latin American Social Identity. 1997
[2] Jeanne Arnold. Social Inequality, Marginalization, and Economic Process. 1995
[3] Cristina Iglesias. Indias, mestizas y cautivas. 1992
[4] Luisa Bethencourt. Lo cotidiano de la sobrevivencia: Organización doméstica y rol de la mujer. 1992
[5] Tessa Cubitt y Helen Greenslade. Public and Private Spheres. The End of Dicotomy. 1997
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