La fecha del referéndum sobre el Tratado Constitucional en Francia se acerca y ha llegado la hora de los grandes llamamientos colectivos. El debate sigue provocando reacciones en los países vecinos.
En el Reino Unido, la cuestión es mucho más importante ya que con toda probabilidad la organización o no de un referéndum en ese país dependerá del resultado del referéndum francés. Es también la ocasión propicia para el ajuste de cuentas de una clase política que no aceptó la oposición francesa a la guerra de Irak. Este es el caso de Denis MacShane, quien dejó de ser ministro de Asuntos Europeos luego de las últimas elecciones y ya no tiene que respetar el lenguaje diplomático al que estaba antes obligado. En The Independent da finalmente rienda suelta a su ira contra el presidente francés Jacques Chirac: está viejo, sólo piensa en comer, tiene a Francia estancada, rechazó la guerra de Irak y su impopularidad actual hará fracasar el referéndum sobre el Tratado Constitucional. El ex ministro, quien hasta hace poco alababa la influencia de Francia en el Tratado para darle valor ante los ojos de los electores franceses, llama a Francia a cambiar de política después del referéndum, cualquiera que sea su resultado, y a acercarse al modelo anglosajón. Por su parte, el diputado conservador Boris Johnson, quien se opone al texto, se burla del «no» francés en el Daily Telegraph al mismo tiempo que hace votos por un resultado negativo. Al votar «no» por razones erróneas (los problemas sociales y el libre comercio), los franceses permiten a los conservadores anular un texto que éstos consideran encierra muchas más regulaciones económicas. El autor admite que el Tratado no impone restricción alguna a la competencia o a la circulación de capitales, pero al permitir la regla de la mayoría en algunas esferas priva a los británicos de su derecho al veto, algo inaceptable pues permitiría atacar el liberalismo anglosajón.

En Francia no existe ese temor por un texto que no sería lo suficientemente liberal. En Le Figaro, un colectivo de diputados neoliberales de la UMP se pronuncia a favor del «sí» y afirma que no hay por qué temer nuevas regulaciones de Bruselas con el Tratado. Por el contrario, este permitiría imponer cambios económicos que aún no han sido aceptados en Francia. El texto es apoyado por otro llamamiento, publicado el mismo día en el mismo diario. Cien directores de empresas franceses, miembros del Instituto de la Empresa, se pronuncian a favor del Tratado. Gracias a este texto, Francia proseguirá las reformas económicas necesarias para la buena salud de las empresas. Como saben que esta opinión puede resultar inquietante para muchos ciudadanos, tratan sin embargo de atenuar un poco las cosas: el Tratado permitirá asimismo preservar el modelo social francés. Al leer el nombre de algunos de sus signatarios, como es el caso de Denis Kessler, no nos queda otro remedio que cuestionarnos el carácter ornamental de tal diplomacia lingüística.

Además de la orientación neoliberal del texto, el atlantismo del proyecto es también uno de los fuertes argumentos que esgrimen los partidarios del «no». Una vez más en Le Figaro, Pierre Lellouche, diputado UMP y presidente de la Asamblea Parlamentaria de la OTAN, intenta convencer a los lectores gaullistas de que el Tratado no renuncia a la Europa potencia. Afirma que el texto no es atlantista y minimiza por consiguiente el alcance del Artículo I-40 sobre la subordinación de la defensa europea a la OTAN. Por el contrario, nos dice que al desarrollar sus capacidades militares la Unión Europea podrá convertirse en una Europa potencia, con o sin la OTAN.
Otro tema de preocupación que le permite acumular votos al «no» es el papel de los países de Europa Oriental en la construcción europea. El neoliberalismo y el atlantismo de la mayoría de los gobiernos de esta región inquietan a los electores franceses. André Erdos, Pavel Fischer, Maria Krasno-Horska y Jan Tombinski, embajadores en Francia de Hungría, la República Checa, Eslovaquia y Polonia, respectivamente, firman junto a Georges Mink y Jean-Pierre Pagé, co-secretarios ejecutivos del Foro de Europa Central, una tribuna cuyo objetivo es tranquilizar a los lectores de Libération. Los nuevos miembros aprecian el concepto de Europa potencia, siempre que éste no vaya en contra de sus relaciones con Estados Unidos. Además, el texto incluye progresos sociales que fortalecen el modelo europeo.

Por su parte, la abogada feminista Gisèle Halimi denuncia en Le Monde un texto que en su opinión es un atentado contra los derechos de las mujeres. Al favorecer los vínculos con las iglesias sin hablar de laicidad, al mencionar el «derecho a la vida» pero sin conceder ningún derecho a la interrupción voluntaria del embarazo, la Constitución Europea pone en peligro las conquistas de las pasadas luchas. Llama por lo tanto a las feministas a rechazar el texto.

Para terminar, los ex primeros ministros argelino y tunecino, Sid Ahmed Ghozali y Mohamed Mzali, examinan en Le Figaro los debates sobre Europa. Para ellos, poco importa el resultado de la consulta, lo interesante es el debate ya que puede constituir una fuente de inspiración para el Maghreb a favor de su propia unidad. Lamentan sin embargo que el diálogo transmediterráneo no sea abordado con mayor profundidad. En efecto, consideran que Europa debe convertirse en contrapeso de la «hiperpotencia» en la región.