Cada quince días 50 familias del sector de Vallegrande en la zona nororiental de la ciudad, aportan veinte mil pesos ($ 20.000) cada una a fin de comprar un mercado colectivo de frutas y verduras. Gustavo Escobar y otros vecinos encabezan este proceso desde hace algún tiempo. Lo han forjado, según él, para aliviar las condiciones de hambre de muchos habitantes. "Gente que por su falta de capacidad económica se unieron a este programa de los mercados colectivos como le llamamos por acá", manifiesta Escobar, quien además es comunero y presidente de la Asociación de Padres de Familia del colegio que acoge el mayor número de estudiantes en la Comuna 21.

Por los veinte mil pesos las familias reciben en la puerta de su casa entre 25 y 30 productos de primera necesidad, adquiridos en una central de alimentos cercana. Todo este programa se lleva a cabo a través de la Corporación Solidaria Comuna 21 que tiene carácter de ONG y desarrolla también labores sociales en el área de reciclaje.

A muchos kilómetros de distancia, en el barrio Unión de Vivienda Popular se despliega desde hace un año otra experiencia afín. Doce jóvenes pertenecientes a las Casas de la Juventud del barrio están al frente de lo que se ha llamado La Mercaplaza, un lugar en el que se ofrecen productos alimenticios a los habitantes de la Comuna 16 a precios más económicos que los que establecen los grandes y medianos comerciantes. Aunque el objetivo de los gestores del proceso es comprar directamente los productos a campesinos negros e indígenas de la región, por ahora, al igual que en Vallegrande, se abastecen de una central. "Los jóvenes se han capacitado en el Servicio Nacional de Aprendizaje -SENA- a través de un convenio que aborda temas ligados a la agricultura, al manejo y proceso de los alimentos antes de llegar a la ciudad, calidad de los mismos, entre otros", cuenta Josefina Ayala, una de las líderes de la Casa de la Juventud.

Logros aislados

Dada la precaria e inestable organización social urbana en Colombia y específicamente en Cali, este tipo de proyectos comunitarios que crecen en medio de dificultades de tipo económico, logístico e ideológico aparecen como opciones esperanzadoras y merecen el reconocimiento de propios y extraños. No obstante, el análisis de su realidad no se queda en las palmaditas sobre la espalda. Los dos casos mostrados caracterizan de buen modo lo que son este tipo de iniciativas en la capital del Valle. En primera instancia hay que puntualizar que son esfuerzos emergentes que se dan básicamente en las zonas periféricas de la ciudad y que cuentan, en muy poca escala, con el apoyo de organizaciones públicas o privadas, como en el caso de La Mercaplaza que se ha desarrollado con contribución de recursos del situado fiscal de la comuna 16. En su gran mayoría son el resultado de titánicas luchas de unos cuantos líderes que aunan ideas y cortos capitales en pro de generar procesos productivos, lo que de raíz complica sus posibilidades de éxito.

Este panorama convierte las experiencias, por ahora, en esfuerzos atomizados que se enmarcan como una más de las diversas actividades comunitarias encabezadas por instituciones pertenecientes a los barrios y comunas. En las zonas periféricas estas instituciones, como el caso de la Corporación Solidaria Comuna 21 y las Casas de la Juventud del barrio Unión de Vivienda Popular, trabajan en diversas áreas del desarrollo social y su grado de organización es apenas aceptable.

A pesar de esto, los gestores de las propuestas creen que es mucho el terreno que se ha abonado y se trazan objetivos ambiciosos a mediano y largo plazo. En el caso de Vallegrande, se busca llegar a dos mil familias más por medio del colegio Compartir, y está planteada la lucha con la administración municipal por un terreno adyacente al río Cauca en el que quieren que los habitantes del sector siembren los productos, lo que abarataría los precios además de generar empleo. Por su parte, La Mercaplaza pretende beneficiar a más pobladores del sector y directamente al campesinado productor para reducir aún más los gastos del comprador.

Plantean además que un futuro auspicioso de estos programas se logrará si se transforman en procesos autosostenibles a fin de lograr independencia y ser alternativa fuerte en lo alimentario. En este sentido parece esencial que se organicen y trabajen mancomunadamente -por objetivos comunes- con grupos de otros sectores de la ciudad. Pero esa es precisamente una de las más serias amenazas que acechan a estas iniciativas: no hay trabajo en red. Las propuestas parecen poco ambiciosas al respecto. Al indagarles a los líderes de ambos proyectos , manifiestan saber de otras experiencias pero no proyectan lineamientos concretos en tal sentido. Dadas las dificultades de orden económico y organizativo, el aislamiento y la fragmentación son sin duda enemigos de los grandes objetivos. Quizás esto se pueda explicar en razón a que los intereses de cada propuesta o de cada grupo de líderes no son iguales o al hecho de que las mismas no están planteadas con un norte claro en el marco de políticas de desarrollo social.

Parte de un todo

Otro aspecto que se observa dentro de este tipo de organizaciones es que no se inscriben dentro de una ideología o proyecto político. Se podrían denominar como alternativas aisladas de organización económica que buscan hacerle frente a la dura realidad que afecta sus bolsillos. Voluntaria o involuntariamente no hay una conciencia de que su trabajo se inscribe como una estrategia de resistencia frente al sistema socioeconómico reinante. Si bien es claro que entienden que tras su trabajo se están generando procesos de movilización ciudadana, no lo contemplan como un capital de orden político o ideológico, capital que a otros les haría agua la boca. Entre algunos de los gestores incluso hay temor al hacer consideraciones de ese tipo, lo que explicaría algunas de las razones para no asociar su trabajo a movimientos sociales a gran escala. No se puede hablar entonces de movimientos o alianzas sociales urbanas como sí ocurre en otros lugares de Latinoamérica, donde se gestan organizaciones con una visión más global del nivel económico, que plantean posiciones claras y desarrollan diversas estrategias de alternatividad y lucha.

Es precisamente ese vacío ideológico, una situación que hace que los procesos arriesguen su estabilidad y autonomía. En el caso de Vallegrande, aunque Gustavo Escobar, uno de sus líderes, dice que hasta ahora no ha recurrido a los políticos, no descarta que haya que asociarse con algún movimiento que los auxilie. "Sin que deje de ser social", aclara. Por los lados de La Mercaplaza, el hecho de que el proyecto tenga su génesis en recursos de la administración municipal lo asienta sobre bases endebles y le resta independencia y soberanía.

Caso contrario ocurre con algunas organizaciones indígenas de esta región del país, estos sí movimientos en todo el sentido de la palabra, que desarrollan experiencias similares como opciones de carácter político en contra de las líneas económicas liberales y las nuevas tendencias del libre comercio. Incluso la misma Cali es campo de acción de movimientos indígenas provenientes del departamento del Cauca que ofrecen productos a bajo costo, cosechados en sus tierras en zonas periféricas de la ciudad.

Aun como alternativas aisladas de organización económica estos procesos se posicionan como la semilla de un trabajo comunitario profuso y de base, pudiendo llegar a masificarse en Cali y en otras áreas urbanas del país en la medida en que, por un lado, se reorganicen institucionalmente y puedan hacerse sostenibles sin depender de recursos que las maniaten y por otro, articulen todo el trabajo social de cada zona en estrategias de desarrollo comunitario en las que no sólo se incluya lo económico sino lo social, lo político y lo cultural.