Un camino de barro conduce desde la autopista del aeropuerto hacia uno de los desvencijados barrios de ranchitos que cuelgan de las colinas por encima de Caracas, como recordatorio permanente de la inmensa distancia entre ricos y pobres que caracteriza a la afortunada Venezuela del petróleo. A sólo veinte minutos del centro de la capital, una diminuta comunidad de quinientas familias viven en casitas improvisadas con tejados de lata y paredes de ásperos bloques de cemento. Tienen agua, electricidad y televisión, pero no mucho más. Los viejos edificios de la escuela están derruidos y desde hace dos años ningún niño ha estudiado en ella.

Dos médicos cubanos ejercen aquí su profesión en una clínica provisional que hay en la rambla principal. Ambos advierten que es difícil hacer medicina preventiva en una zona donde los viejos desagües de las alcantarillas están rotos y su contenido se desborda descontrolado, ladera abajo. Los habitantes de más edad han vivido aquí durante años; vinieron del campo en los sesenta y echaron raíces en estas laderas escarpadas. Muchos de ellos son taciturnos y han perdido la esperanza, incapaces ya de imaginar que sus vidas puedan cambiar.

Otros están más motivados y, optimistas, se han unido a las filas de la revolución bolivariana del presidente Hugo Chávez. Esperan grandes cosas de este gobierno y se han movilizado para exigir que sus ranchitos reciban atención oficial. Si la petición que le han dirigido al alcalde para que repare la escuela y las alcantarillas no recibe una pronta respuesta, descenderán como águilas de la montaña para bloquear la autopista, como ya lo hicieron durante el intento de golpe de estado en abril de 2002.

Cientos de barrios de ranchitos similares rodean Caracas y muchos ya han empezado a mejorar. En algunos sitios, los médicos venidos de Cuba trabajan en locales recién construidos, ofreciendo cuidados oculares y de odontología, así como medicinas. Casi veinte mil de tales médicos están ahora esparcidos por este país de veinticinco millones de habitantes. Hay nuevos supermercados donde los alimentos, en su mayoría caseros, están disponibles a precios subvencionados. Se han construido aulas en las que los niños que antes abandonaban la escuela han vuelto a estudiar. Pero es bueno comenzar por las dificultades a las que se enfrentan los ranchitos de la autopista, ya que su grave situación sirve para acentuar lo largo y difícil que es el camino que queda aún por recorrer. «Hacer que la pobreza sea cosa del ayer» en Venezuela no sólo consiste en aportar dinero; implica un proceso revolucionario de destruir antiguas instituciones, que entorpecen el camino del progreso, y la creación de otras nuevas que sean sensibles a las demandas populares.

En América Latina ha estado ocurriendo algo asombroso estos últimos años, que merece más atención de la que se le suele prestar al continente. La crisálida de la revolución venezolana liderada por Chávez, a menudo agredida y ridiculizada como el sueño insensato de un líder autoritario, por fin se ha convertido en una resplandeciente mariposa, cuya imagen y ejemplo brillarán durante las décadas venideras.

Durante los seis últimos años, tanto en el país como en el extranjero, la mayor parte de las referencias a esta revolución han sido únicamente hostiles, ampliamente influenciadas por políticos y periodistas asociados con la oposición. Es como si las noticias de las revoluciones francesa o rusa hubiesen procedido únicamente de los cortesanos del rey y del zar. Las más importantes personalidades estadounidenses, desde el presidente para abajo, se hicieron eco de estas críticas y crearon un marco negativo, dentro del cual inevitablemente se encuadró a la revolución. En el mejor de los casos se acusa a Chávez de anticuado y populista. En el peor, se lo considera un dictador militar en ciernes.

Pero la rueda de la historia sigue avanzando y el ambiente en Venezuela ha cambiado de forma dramática desde el año pasado, cuando Chávez volvió a obtener una aplastante victoria en las urnas. La oposición, antes triunfalista, se ha retirado lacerada a sus reductos, quizá herida de muerte por el resultado del referéndum sobre la presidencia de Chávez, que exigió y que perdió de manera espectacular. Los medios de comunicación brutalmente hostiles se han calmado y los que no gustan de Chávez han abandonado las esperanzas de su inmediato derrocamiento. Nadie tiene la menor duda de que ganará las elecciones presidenciales del próximo año.

El gobierno de Chávez, por su parte, ha seguido adelante con varios espectaculares proyectos sociales, ayudado por la enorme subida del precio del petróleo, desde 10 a 50 dólares el barril durante los seis últimos años. En vez de chorrear a borbotones en los cofres de los que ya son ricos, los oleoductos se han dirigido hacia los barrios de ranchitos para financiar la salud, la educación y la comida barata. Líderes extranjeros de España y Brasil, Chile y Cuba han venido en peregrinación a Caracas para establecer vínculos con este hombre hoy percibido como el líder de las nuevas fuerzas que están surgiendo en América Latina, que goza de envidiables cotas de popularidad. El amplio apoyo del exterior ha obstaculizado los intentos del gobierno de Estados Unidos de unir a los países de América Latina contra Venezuela. Ellos no escuchan a Washington y Washington se ha quedado sin política.

El propio Chávez, un joven ex coronel de mediana edad, está ahora considerado en América Latina como el político más insólito y original que haya surgido desde que Fidel Castro irrumpió en la escena hace casi cincuenta años. Con un encanto y un carisma exuberantes, posee una infinita capacidad para relacionarse con los pobres y los marginales del continente. Intelectual de formación en gran parte autodidacta, la ideología de su revolución bolivariana se basa en los escritos y en las acciones de un puñado de figuras ejemplares del siglo XIX, sobre todo de Simón Bolívar, el hombre que liberó la mayor parte de Sudamérica del yugo español. Chávez ofrece una alternativa tanto cultural como política al modelo inspirado por Estados Unidos que predomina en América Latina.

¿Y en qué consiste su revolución bolivariana? Chávez es amigo de Castro -más que eso, son aliados muy cercanos-, pero no propugna ningún anticuado centralismo socialista. El capitalismo está vivo y coleando en Venezuela y no corre peligro. No ha habido confiscaciones ilegales de tierras ni nacionalizaciones de compañías privadas. Chávez procura contener los excesos de lo que él llama «el neoliberalismo salvaje» y quiere que el estado tenga un papel inteligente en la economía, pero no tiene ningún deseo de arruinar los pequeños negocios, como sucedió en Cuba. Las compañías petroleras internacionales han inyectado nuevas inversiones por sí mismas, incluso después de que el gobierno aumentase los impuestos que han de pagar. Venezuela sigue siendo una gallina de huevos de oro que no es posible ignorar.

Lo que sin duda sí es añejo en Chávez es su capacidad para hablar de raza y de clase -asuntos antes tan de moda y que durante mucho tiempo han sido tabú- y hacerlo en el contexto de la pobreza. En la mayor parte de América Latina, sobre todo en los países andinos, los pueblos indígenas tradicionalmente oprimidos han empezado a organizarse y a expresar exigencias políticas por primera vez desde el siglo XVIII y Chávez es el primer presidente continental que ha recogido su estandarte y lo ha hecho propio.

Durante los últimos seis años el gobierno ha avanzado con lentitud, obstaculizado en cada recodo por las fuerzas de la oposición unidas contra él. Ahora, conforme la revolución toma velocidad, la atención se centrará en las disensiones y disputas en las filas gubernamentales y en exigirle resultados. En ausencia de instituciones estatales poderosas, con el derrumbamiento de los viejos partidos políticos y la supervivencia de una burocracia débil, incompetente y poco motivada, Chávez ha movilizado a los militares -de los que procede- para que sean la espina dorsal de la reorganización revolucionaria del país.

El éxito a la hora de proporcionar servicios adecuados a los barrios de ranchitos en la ciudad y en el país dependerá de la supervivencia de su gobierno. Si fracasa, la gente se echará a las calles para bloquear la autopista y exigir algo diferente, todavía más radical.

Tradución: Manuel Talens