En el Washington Post, el secretario de Estado estadounidense y ex negociador en la OMC, Robert B. Zoellick, defiende el Tratado de Libre Comercio de América Central (CAFTA, según las siglas en inglés). En su opinión, se trata de un medio para consolidar la democracia y la estabilidad que regresó a esta región luego de años de guerra civil. Pero, por motivos proteccionistas, algunos en Estados Unidos quisieran rechazarlo. Zoellick reafirma a sus adversarios en el Congreso que el CAFTA permitirá desarrollar a esos países y que si el texto actual es rechazado no podemos esperar que se obtenga un tratado mejor. En una palabra, no hay «plan B». Es además divertido comprobar que los argumentos de Zoellick son muy semejantes a los de los partidarios del Tratado Constitucional Europeo (TCE) adaptado a la situación europea. Ahora bien, para algunos, como el jurista argentino Alejandro Teitelbaum, nos encontramos ante textos muy similares. Los tratados de libre comercio y el TCE tienen como objetivo edificar conjuntos continentales que estén al mismo tiempo al servicio exclusivo de los medios financieros y satélites de Estados Unidos.
Este tema de la «satelización» de Europa o de su liberación a través del TCE ocupa el centro del debate sobre el referéndum francés. Partidarios y opositores al Tratado afirman que su opción es la que más contraría a Washington, hipótesis no comentada por el gobierno de Bush.
El periodista del International Herald Tribune, John Vinocur, ofrece sin embargo un elemento de respuesta respecto de la visión del TCE entre las elites estadounidenses. Según el autor, quien se apoya en sus encuentros con dirigentes del gobierno de Bush, Washington está preocupado por el posible rechazo al texto y desea que este sea adoptado. Este análisis es un ejemplo de la ambigüedad de la política de Washington con relación a la construcción europea. Estados Unidos trata con frecuencia de dividir a Europa cuando esta tiene la posibilidad de reafirmarse desde el punto de vista político. No obstante, la fragmentación de la Unión Europea no es algo deseable. De manera ideal, a Washington le gustaría contar con una Europa unida pero sin voluntad de independencia y en la cual pudiera apoyarse. De esta forma, contrariamente a lo que afirman los defensores del Tratado, en Estados Unidos no se considera que el TCE servirá para construir una «Europa potencia» o que permitirá «resistir a la potencia americana». El Tratado constituye el medio para edificar una Europa atlantista. En cambio, como le expresara a este autor un responsable estadounidense anónimo, si esto puede ayudar a su adopción Washington está dispuesto a hablar mal del Tratado.

Para que se hagan una idea de los desafíos del referéndum en Francia, a los lectores de la revista estadounidense Time se les propone un debate entre dos franceses con posiciones opuestas con relación al texto. Por los partidarios del TCE habla el ex presidente francés y corredactor del Tratado, Valéry Giscard d’Estaing, mientras que los opositores son representados de manera sorprendente por el autor de la emisión Les Guignols de l’info, Bruno Gaccio.
El ex presidente de la República afirma que contrariamente a lo que dicen los adversarios del texto, el TCE no tiene como fin la construcción de una Europa ultraliberal sino la de una Europa con «una economía social de mercado». Invita a los franceses a leer el texto y afirma que sólo tiene 60 artículos (sic) redactados para facilitar la lectura. En cambio, para Bruno Gaccio, se trata de un texto opaco, difícil de comprender y que nadie leerá. La posición de los electores tiene lugar entonces en función de los dirigentes que apoyan el texto o se oponen a él. Ahora bien, como los franceses no confían ni en Jacques Chirac ni en Jean-Pierre Raffarin, ambos defensores del texto, se disponen a votar por el no. Hay elementos válidos en ese razonamiento pero podemos extenderlo más allá de la persona de los dos dirigentes del ejecutivo francés. De hecho, el elemento determinante en la posición de los electores parece ser ante todo la relación con las elites políticas, mediáticas y económicas que aprueban el TCE.

En el diario alemán Die Welt, el canciller conservador austriaco Wolfgang Schüssel exhorta a los franceses a votar a favor del TCE y afirma, al igual que Valéry Giscard d’Estaing, que este incluye muchos progresos sociales. Lamenta además que los franceses hayan elegido la vía del referéndum.
Este rechazo al principio del referéndum es también compartido por el escritor y arquitecto francés Paul Virilio en Die Zeit. Para este último, Jacques Chirac quería un plebiscito y con ello le dio a la población la tarea de decidir respecto de un texto que ésta no puede comprender. Condena asimismo la actitud de los medios de comunicación franceses que se burlan sistemáticamente de los partidarios del «no» como si ellos también esperaran un plebiscito a favor del «sí» y no fuera posible pensar en otra opción.
En el diario francés Le Monde, el economista y presidente de ATTAC, Jacques Nikonoff, cuestiona los argumentos de Giscard y de Schüssel sobre los logros económicos. El texto lleva implícito el final de la Unión Europea ya que priva a esta institución de medios de acción económica. El texto sólo puede provocar un mayor descontento en la población y su alejamiento de Europa.

Lejos de estos debates tradicionales sobre la orientación económica del TCE o su relación con Estados Unidos, la prensa francesa multiplica la publicación de llamamientos colectivos favorables al Tratado que hacen énfasis en cuestiones menos importantes. Le Figaro es el más activo en la práctica de este ejercicio. Luego de los patronos franceses y de los diputados UMP liberales, toca el turno a los agricultores y a los responsables de los Verdes. Aunque la FNSEA, el principal sindicato agrícola francés, no haya tomado partido de manera oficial, su ex presidente, Luc Guyau, y su presidente actual, Jean-Michel Lemétayer, apoyan el Tratado, «a título personal», en dos textos. Para ellos, la agricultura francesa le debe mucho a la Unión Europea y el Tratado ratifica los principios de la política agrícola común. Hay que votar entonces a favor del TCE. No se dice que estos llamamientos dirigidos a una categoría profesional que en su mayoría se opone al texto no le hagan el juego a la Confederación Campesina, rival de la FNSEA opuesta al Tratado.
Por su parte, en nombre de la ecología y de la defensa del medio ambiente, los dirigentes de los Verdes franceses (Denis Baupin, Yves Cochet, Alain Lipietz, Noël Mamère, Dominique Voynet y Yann Wehrling) dan su apoyo al texto. Para ellos, el TCE permite el desarrollo de políticas ambientalistas indispensables para las generaciones futuras.
Le Monde publica un llamamiento de jueces europeos que se encargaron de expedientes de corrupción, quienes alaban un tratado que en su opinión favorece la Europa de la justicia y el trabajo común de la policía que lucha de esta forma contra la impunidad del crimen transnacional.