Luego de la ominosa goleada que sufrió la selección peruana en el partido contra Colombia, no hay sino una conclusión contundente e inequívoca: el fútbol, o el balompié, no es lo nuestro. Acaso lampos, uno que otro pelotero hábil y hasta brillante, pero ¡nada más! Nunca fuimos otra cosa que un modestísimo país para la práctica de este deporte.

Pero el negocio prevalece porque las empresas patrocinadoras de los torneos necesitan llenar los estadios, vender las chucherías que se ofrecen en las graderías y para eso hay medios y periodistas que, envueltos en una vorágine inevitable, dan cuerda a las ilusiones, fabrican expectativas y luego retornan con el rabo entre las piernas, pero con los negocios ya hechos y con dólares en el bolsillo.

De repente la mejor y más acertada conclusión, luego de la recurrente goleada que ya ni siquiera asombra, habituados como estamos a perder casi siempre, sea que es hora de licenciar a las vacas sagradas, jubilar a los ancianos y sentarnos a la mesa para pensar cómo sacamos adelante un equipo digno, con vergüenza y corajudo dentro de ¡10 ó 15 años!

Obviamente, que el párrafo anterior choca frontal y bruscamente con la base del negocio futbolístico que consiste sólo en el circo mentiroso y ninguna perspectiva, ni a la corta ni a la larga. En el país del casi, seguimos evocando a Prisco y Campolo Alcalde, a Valeriano López, a Lolo Fernández, a Toto Terry, al Mago Valdivieso, al Chueco Honores, a Cubillas, a Perico León, a Víctor “Pitín Zegarra” cuando ya son decenios los que han pasado luego del brillo individual de los mencionados por sólo citar a algunos que la memoria recuerda.

¡No somos un país futbolero! El problema va desde la pobrísima alimentación que nos regala jugadores de muy poca talla y peso ligero, hasta la concepción triunfadora dentro de la cancha. Por desgracia hay quienes solo desean cumplir y aparecer en la foto que los medios difunden al lado de leyendas y mentiras fabricadas en las usinas que se encargan de inocular esperanzas de la afición en equipos bastante malos. ¡He allí un engaño colectivo de consecuencias dolorosas!

Ayer, por pura casualidad, vi en la televisión partidos con otras selecciones nacionales y la de Brasil es excepcional, no sólo por la cantidad inmensa de jugadores que exhiben sino porque piensan como un equipo ganador, premunido de cinco campeonatos mundiales y porque además, sólo quien quiera triunfar como meta fundamental de su vida o deporte, tendrá la chance de pelear la presea. El equipo -como el nuestro- que entra a ver si, de repente consigue un empate cuando no una goleada, está condenado a seguir dando espectáculos de muy pobre y decepcionante factura.

¡Hay que eliminar las argollas y hay que beneficiar a las vacas sagradas y que se queden donde están triunfando! ¡Aquí hay que dar oportunidad a los más jóvenes y a los más nuevos!

Simple y llanamente, Perú no es un país futbolero.