El papa Juan Pablo II

En el año 1994, las Naciones Unidas organizaron en la ciuda del El Cairo (Egipto) una conferencia mundial llamada «Población y Desarrollo». Se trata de definir los lazos existentes entre la población, el desarrollo sostenible y el crecimiento demográfico. Los documentos preparatorios subrayan, entre otras cosas, la necesidad para los individuos de poder controlar su fecundidad y tener una sexualidad plena. Es lo que se llama «salud genésica».

Si bien Juan Pablo II admite la posibilidad de elaborar una norma jurídica internacional en materia de sexualidad, rechaza que esta sea pensada en función del bienestar individual y no del interés particular de la familia.

Por ejemplo, cuando un embarazo es lo suficientemente difícil como para que se tema no poder salvar a la madre y al niño, la ONU preconiza el aborto preventivo para salvar a la madre, mientras que la Iglesia Católica considera que hay que ponerse en manos de Dios, esperar hasta el último momento para sacrificar a la madre o al niño, con el riesgo de no poder salvar a ninguno de los dos.

Simbólicamente, el 28 de abril de 1994, Roma beatifica solemnemente a Jeanne Beretta-Molla (1922-1962), una madre de familia que se negó a atender su cáncer del útero para que naciera su cuarto hijo, y que sucumbió a la enfermedad una semana después [1].

La ONU se preocupa sobre todo por la salud de los 50 millones de mujeres que abortan cada año, una cuarta parte de las cuales enfrenta graves complicaciones que las llevan con frecuencia a la muerte. Desea reducir el recurso al aborto mediante la distribución de contraceptivos y ofrecer mejores condiciones sanitarias para el aborto en los casos restantes.

La Iglesia Católica no quiere oír hablar de contracepción, a no ser mediante los métodos Ogino y Billings [2], y aún menos de legalización del aborto.

El sabotaje a la Conferencia del Cairo

En esa entonces, el actualmente fallecido papa Juan Pablo II, determinó una estrategia: sembrar la duda en cuanto a la alianza de la Santa Sede con Estados Unidos y presentarse como el defensor de los países pobres frente al bloque atlantista (paises miembros de la alianza militar de la OTAN) así como presionar a una mayoría de gobiernos para que rechacen el documento final de la conferencia.

Esto implicaba sabotear la conferencia en su conjunto, cuya utilidad reconocía sin embargo la Santa Sede en cuanto a puntos importantes, como la gestión de los recursos medioambientales o la regulación de las migraciones.

En un primer momento, el jefe de la Iglesia Católica transmite un mensaje a sus fieles y trata de convencer a los dirigentes políticos mundiales. Aunque decide dramatizar el tema, permanece en los límites del cabildeo religioso.

El 2 de febrero de 1994, Juan Pablo II publicó una Carta a las Familias en la que glorifica la «civilización del amor» [3] y excomulga la «contracivilización». Llama a las organizaciones internacionales a no ceder a la tentación de la falsa modernidad y de la permisividad en las costumbres.

Juan Pablo II

El 15 de marzo, recibe a Nafis Sadik, presidenta de la Conferencia, y la alerta sobre la forma en que la ONU enfrenta el problema demográfico.

El 19 de marzo, envía una carta de su puño y letra a los jefes de Estado de todo el mundo y al secretario general de la ONU (algo que hicieron, solamente dos veces en la historia papal, Benedicto XV y Pío XII al tratar vanamente de prevenir las guerras mundiales) para denunciar el documento preparatorio de la Conferencia.

En un segundo momento, Juan Pablo II utiliza tanto la diplomacia vaticana como las estructuras locales de la Iglesia Católica para ejercer presión política sobre los gobiernos.

El cardenal Angelo Sodano, secretario de Estado, pide a cada nuncio que informe sobre la posición del Estado ante el cual está acreditado. Al mismo tiempo que el cabildeo, se llevan a cabo simulacros de votación.

El 25 de marzo de 1994, Juan Pablo II convocó a los 151 embajadores ante la Santa Sede. Les explicó que la Iglesia juzgará el apoyo que los católicos pueden aportar a sus gobiernos según el comportamiento de sus delegaciones en El Cairo.

El 21 de abril, al clausurar un sínodo de los obispos de África, el Santo padre declara: «Para defender la vida y la familia, construyan una Línea Maginot. Una Línea Maginot que sea, ahora, imposible de rodear» [4].

El 28 de mayo, el presidente de la Conferencia Episcopal estadounidense y los seis cardinales estadounidenses escriben al presidente estadounidense Clinton exhortándolo a oponerse al texto de las Naciones Unidas. El presidente Bill Clinton se comunica telefónicamente con Juan Pablo II para apaciguar la situación, mientras que el vicepresidente Al Gore multiplica las declaraciones tranquilizadoras.
El 2 de junio, Bill Clinton visita el Vaticano en busca de una solución razonable, pero Juan Pablo II no quiere oír hablar del asunto.

El 3 de junio, Giulio Andreotti [5] y Hanna Suchoka movilizan a los diputados demócrata-cristianos a la Asamblea Parlamentaria del Consejo de Europa. Estos llenan el hemiciclo y en sesión plenaria enmiendan el informe presentado por la diputada ecologista suiza Leni Robert con vistas a la conferencia del Cairo.

Numerosos obispos habían expresado su malestar ante el activismo del Vaticano, lo que hace que Juan Pablo II convoque, los días 13 y 14 de junio, en Roma, a un consistorio extraordinario que obliga a las Conferencias Episcopales regionales a apoyar públicamente al Santo Padre ante los gobiernos.

El 27 de junio, los presidentes de las 24 conferencias episcopales latinoamericanas, reunidos en Santo Domingo, condenan la gestión de las Naciones Unidas. «En vez de multiplicar el pan, se prefiere disminuir el número de invitados al banquete de la humanidad», escriben amablemente antes de denunciar el imperialismo de la ONU y de los Estados Unidos.

En ese mismo momento, once conferencias episcopales europeas se dirigen a sus respectivos gobiernos. Así, en Francia, el presidente de la Conferencia Episcopal, monseñor Duval, entrega un memorando al primer ministro francés de la época, Edouard Balladur.

Pero los argumentos teológicos sólo convencen a los creyentes y las amenazas de sanciones electorales no son creíbles. Cada gobierno puede verificar fácilmente que los católicos de la base no comparten la posición de la Santa Sede y no definirán su voto en función de la Conferencia del Cairo. Juan Pablo II decide entonces recurrir, en un tercer momento, al método florentino clásico: la calumnia.

Es posible proclamarse Guardián de la Verdadera Fe y actuar de mala fe. Escoge dos objetivos: la International Planned Parenthood Federation (Federación Mundial de las Asociaciones de Planificación Familiar-IPPF) y... las Naciones Unidas.

El 25 de marzo de 1994, cuando recibe a los embajadores ante la Santa Sede, el Papa les entrega, mediante el cardenal Alfonso López-Trujillo, un documento del Consejo Pontificio para la Familia intitulado Evoluciones demográficas: dimensiones éticas y pastorales.

El mismo denuncia «una vasta red internacional de organizaciones bien provistas financieramente que apuntan a la reducción de la población». Insinúa que a la IPPF la animan obscuros designios y que está a sueldo de los fabricantes de contraceptivos. Asegura que esta pretende imponer una reducción de la población a los países del tercer mundo para impedir su desarrollo.

Del 4 al 22 de abril, cuando se celebra en Nueva York la reunión de la comisión preparatoria de la Conferencia (PrepCom3), la delegación de la Santa Sede da lugar a numerosos incidentes. Monseñor Diarmuid Martin insulta al delegado norteamericano Thimothy Wirth; el cardenal Roger Etchegaray, presidente del Consejo Pontificio Justicia y Paz, injuria al presidente de la Comisión, el ghanés Fred Sai (por demás presidente internacional de la Planificación Familiar), quien responde señalando que el prelado no tiene el monopolio de la ética.

Numerosos medios católicos de difusión del mundo entero publican artículos y dossiers que presentan a la ONU como un gobierno mundial ilegítimo que conspira contra los pueblos.

En junio, el cardenal Alfonso Lopez-Trujillo reúne en la ciudad de Frascati a los responsables de 22 movimientos contra la Interrupción Voluntaria del Embarazo y les confía la misión de asumir posiciones extremas que la diplomacia vaticana no puede seguir asumiendo públicamente.

Al mismo tiempo, transmite las instrucciones del Santo Padre a 2,500 cuadros internacionales del Opus Dei, reunidos en la ciudad de Monterrey (México) bajo la presidencia de su prelado presidente, monseñor Echevarria Rodriguez, para erigir «una nueva Línea Maginot».

Justamente antes del inicio de la Conferencia, el Dr. Joaquín Navarro-Valls, vocero de la Santa Sede, publica en el diario Wall Street Journal una tribuna libre donde explica que «El Santo Padre no está simplemente tratando de defender una especie de extraño punto de vista católico sobre la vida y la familia. En realidad está apuntando a la cuestión crucial a la que debe responder la humanidad del futuro. La cuestión de la vida y de la población humana contiene a todas las demás. Un paso en falso conduciría a un desorden general de la civilización como tal».

Para apoyar su declaración, el vocero de la Santa Sede resume los métodos de limitación de la población que la ONU desea imponer al mundo. Según él, estos incluyen «el control forzoso de la natalidad, el aborto, la homosexualidad y una versión de los derechos femeninos que hiere a las mujeres».

Poco importa que los documentos preparatorios de la ONU se opongan con dureza a las políticas coercitivas de la India y China, que sólo traten el aborto desde el punto de vista de la salud genésica, que no aborden nunca la cuestión de la homosexualidad y que promuevan la igualdad entre hombres y mujeres.

Juan Pablo II hablando delante la Asamblea General de la ONU.

Las mentiras más groseras son posibles Ad Majorem Dei Gloriam [6]. Ahora bien, el vocero de la Santa Sede, el español Dr. Joaquín Navarro-Valls, es médico psiquiatra especialista en manipulación mental.

El Dr. Navarro Valls multiplica entonces las intervenciones para cuestionar particularmente al vicepresidente Al Gore a quien acusa de ser instigador de esta «conspiración contra la humanidad» con vistas a instaurar «un derecho mundial al aborto». Establece un paralelo entre la actitud del vicepresidente norteamericano y la del Faraón al ordenar la muerte del primer hijo de cada familia hebrea para asegurar que este pueblo sometido no amenazaría jamás a su imperio [7].

Simultáneamente, a pesar de los conflictos en desarrollo y sin tener en cuenta los intereses de las comunidades católicas implicadas, se negocia una alianza con los Estados islámicos bajo el principio: «integristas de todas las confesiones, uníos» [8].

Juan Pablo II logra discutir con Arabia Saudita, país con el cual la Santa Sede no tiene relaciones diplomáticas y de quien se mantiene distante desde la publicación de la encíclica Redemptori Missio [9] (1991). Sus emisarios convencen al rey Fahd para que boicotee la Conferencia. Hace la misma gestión con Sudán, aunque la Santa Sede asegura que en ese país se persigue a los católicos y tiene el mismo éxito con el general Omar Al-Bashir, boicot que comparte con el Líbano e Irak.

En Teherán, el nuncio Romeo Panciroli [10] establece un pacto secreto con el ayatollah Hashemi Rafsandjani, algo especialmente absurdo cuando se sabe que Irán se proclama el Estado islámico a la vanguardia en materia de contracepción y autoriza la interrupción voluntaria del embarazo [11]. En definitiva, la delegación iraní a la Conferencia será encabezada por la hija divorciada del ayatollah. El Irán chiíta apoyará la regulación de la natalidad, pero se opondrá al aborto que sin embargo practica.

En Libia, el nuncio maronita Edmond Farhat, que ha probado su habilidad y su antiamericanismo, propone la ayuda de la Santa Sede al coronel Khadafi para obtener la suspensión del embargo impuesto por los anglosajones después del atentado de Lockerbie. Monseñor Jean-Louis Tauran, encargado de las relaciones con los Estados, viaja personalmente a Trípoli para asegurarle al general que a partir de ese momento el Vaticano lo apoyará «por razones humanitarias». Libia, que aspiraba hasta entonces a encarnar el modelo musulmán de liberación de las mujeres, se pronuncia repentinamente contra el aborto.

Muy pronto, es la universidad Al Azhar del Cairo, principal autoridad teológica sunita en el mundo, la que a su vez publica un documento que retoma palabra por palabra los anatemas del Santo Padre contra la Conferencia. El choque es duro para el gobierno egipcio que pretendía utilizar la Conferencia para mostrar en el extranjero que había logrado dominar los arcaísmos religiosos.

La movilización se amplía. El 3 de septiembre, la Liga del Mundo Musulmán, que reúne a los ulemas de numerosos países, condena a su vez la Conferencia.

Varios jefes de gobierno de Estados con población musulmana, como el primer ministro turco Tansu Ciller, o el bengalí Khaleda Zia, renuncian a viajar al Cairo para no tener que enfrentar a los religiosos.

Finalmente, para rematar, Juan Pablo II concede en secreto al presidente austriaco Kurt Waldheim la dignidad suprema de la Orden de San Pío IX. Poco importa que Kurt Waldheim haya sido desterrado por las Naciones Unidas desde la revelación de su pasado criminal de SS, lo esencial es que se trata de un ex Secretario General de la ONU y que nunca vaciló en ponerse al servicio del Papa.

Del 5 al 13 de septiembre de 1994, la Conferencia Mundial reúne en El Cairo a 182 Estados y 1,300 ONG (Organizaciones No Gubernamentales). La delegación de la Santa Sede incluye a 17 diplomáticos [12] bajo la dirección de monseñor Renato R. Martino, observador permanente de la Santa Sede ante las Naciones Unidas.

En el Vaticano, monseñor Alfonso Lopez-Trujillo comenta: «Comienza la carnicería en El Cairo».

Hasta entonces, las conferencias de las Naciones Unidas daban lugar a un enfrentamiento entre tres contendientes: el bloque atlantista, el bloque soviético y los no alineados. Con el derrumbe de la URSS, los debates se orientaron hacia la búsqueda de consenso internacional, especialmente alrededor de las preocupaciones ecológicas y de la igualdad entre los sexos. Al imponer la problemática del orden moral, la Santa Sede hizo surgir nuevas agrupaciones que no se hubieran manifestado durante la Guerra Fría.

Para sorpresa de los expertos, que no comprendieron la magnitud de la labor de sapa del Vaticano, la Conferencia se convierte en un verdadero tiro al blanco. Estados católicos (Argentina, Benin, Filipinas, etc.) e islámicos actúan de común acuerdo para impedir todo progreso en lo concerniente a la salud de las mujeres que recurren al aborto.

Los diplomáticos aplauden cuando la primera ministra noruega Gro Harlem Brundtland [13], exclama: «¿Qué moral de la vida es la que acepta la muerte durante el parto de cientos de miles de mujeres, a no ser la de la hipocresía?» Inflexibles, las delegaciones católico-islámicas practican una obstrucción sistemática sobre todos los temas y bloquean los trabajos.

Para encontrar una solución, se organiza, con la ayuda de la Unión Europea, una negociación bilateral entre monseñor Martino y el vicepresidente Al Gore.

Monseñor Renato Martino, nuncio apostólico.

Esta negociación propone un compromiso en tres puntos: la Conferencia proclamará que el aborto no puede ser un método de planificación familiar; se abstendrá de recomendar una legislación especial y reconocerá que el aborto es competencia de los Estados; instará a los gobiernos a tomar todas las medidas necesarias para la prevención del aborto. Pero la delegación de la Santa Sede no quiere saber nada de esto y rechaza el compromiso.

Tras cinco días de bloqueo, y sin que sea posible ninguna redacción consensual, los párrafos que el Pontífice romano impugna son retirados del documento general.

Los diplomáticos esperan al fin poder comenzar a trabajar seriamente, pero no es así. La delegación de la Santa Sede trata entonces de imponer su propia redacción del texto general.

El ministro egipcio de Población, Maher Mahran, se interroga en la tribuna: «¿Acaso el Vaticano gobierna ahora el mundo?» Cuando la delegación de la Santa Sede vuelve una vez más a la carga, la mayor parte de los diplomáticos presentes en la sala, sin poder soportar más, abuchean a los Monseñores. La Conferencia se cierra en plena confusión, luego de que el Vaticano haya dado su repentina aprobación a la adopción de una parte del texto general.

Por primera vez en la historia de las Naciones Unidas, una conferencia mundial fracasa a pesar del consenso existente entre los miembros permanentes del Consejo de Seguridad.

El 29 de septiembre de 1994, el Parlamento Europeo adopta una resolución que rechaza que «la cuestión del aborto, tal y como ha sido planteada por el Vaticano y los integristas musulmanes, haya logrado desviar el debate durante la conferencia del Cairo, descuidando una discusión más profunda sobre las cuestiones del desarrollo y la superpoblación».

Oscurantismo en todos los sentidos

Un debate sobre la deontología médica se desarrolla en Estados Unidos. En los años 60, la «comunidad científica» se cuestionó la legitimidad de algunas experiencias médicas, especialmente el descubrimiento de experimentos conducidos por ex médicos nazis, reutilizados por la CIA, sobre enfermedades psiquiátricas.

Este movimiento de impugnación del poder médico alcanza su apoteosis con dos comisiones investigadoras del Congreso (Rapport Belmont en 1973 y Rapport Kennedy en 1978). Toma una nueva dimensión con las invenciones de la ingeniería genética. Progresivamente, las discusiones sobre la ética médica se vuelven pluridisciplinarias e incluyen el punto de vista de filósofos y teólogos.

La ocasión es demasiado propicia: el Opus Dei crea entonces un sin número de institutos y academias de todo tipo para desarrollar una «moral de la vida», llamada también «bioética» [14] e infiltrarse en los centro institucionales de discusión sobre la deontología médica.

Surgen así el Instituto Pontificio Juan Pablo II para los estudios sobre el matrimonio y la familia en la Universidad de Letrán (1982); el Libero Istituto Universitario Campo Bio-Medico de Roma (1993); el Instituto de Bioética de la Universidad de Navarra, en España; la Sociedad Suiza de Bioética; el Instituto de Antropología Médica y de Bioética, en Austria; el Instituto Científico para el Matrimonio y la Familia de la Universidad Austral, en Argentina; la Academia Internacional de Filosofía de Liechtenstein (1994); etc.

En 1991, se crea, alrededor de Marie-Hélène Congourdeau [15] y Dominique Folscheid, una Sociedad Francesa de Bioética que publica durante cinco años una revista trimestral: Éthique, la vie en question.

En estos debates, la Santa Sede no se limita a reiterar sus enseñanzas en materia de aborto y eutanasia. Adopta entonces tres caballos de batalla:
 la prohibición de conservar tejido fetal proveniente de interrupciones voluntarias del embarazo y la prohibición del cultivo de embriones supernumerarios;

 la prohibición de patentar invenciones biotecnológicas y productos farmacéuticos que utilicen células embrionarias o fetales provenientes de interrupciones voluntaria del embarazo o de cultivo in vitro;

 la prohibición de la clonación humana con fines reproductivos.

Con excepción de la prohibición de cultivo de embriones supernumerarios, los objetivos han sido globalmente alcanzados a escala mundial, paralizando así la investigación científica.

Temiendo que el aborto sea estimulado o valorizado por el uso de tejido fetal para la investigación científica, la Santa Sede hizo prohibir provisionalmente por la mayor parte de las autoridades civiles competentes la obtención de tejido fetal proveniente de interrupciones voluntarias del embarazo. Logró imponer su punto de vista religioso al National Institutes of Health estadounidense, al Comité Consultivo Nacional de Ética francés [16], al Consejo de Europa [17] y a la Asociación Médica Mundial [18].

La Santa Sede obtuvo también, mediante la Declaración de México en 1988, la suspensión de todo financiamiento federal norteamericano a este tipo de investigación. Bill Clinton derogó esa moratoria en 1993.

Inmiscuyéndose en la negociación de los Acuerdos de Marrakech que instituyeron la Organización Mundial del Comercio (15 de abril de 1994), la Santa Sede logra modificar el anexo 1C sobre los Aspectos de los derechos de la propiedad intelectual relacionados con el comercio (ADPIC).

Obtiene entonces la subordinación el derecho de patentes a los «derechos de la vida» [19]. Los Estados podrán rechazar la concesión de patentes a productos farmacéuticos o invenciones biotecnológicas que utilicen células embrionarias o fetales provenientes de abortos. Juan Pablo II limita así la investigación en estos campos ya que, al no existir patente universalmente reconocida, las invenciones relacionadas serán inevitablemente copiadas sin dar lugar a los pagos de derecho correspondientes.

Estas mismas disposiciones, así como la prohibición de la clonación reproductiva, fueron incluidas en la Convención del Consejo de Europa y en la Declaración Universal sobre el Genoma Humano, que adoptó la UNESCO y luego las Naciones Unidas. Fueron reproducidas también en la mayoría de las legislaciones nacionales de los Estados desarrollados, empezando por Francia.

Para la Iglesia Católica, la clonación humana es simbólicamente portadora de dos peligros: la «tentación demiúrgica de la investigación» y la concepción racionalista del «cuerpo-máquina». Durante siglos, estos dos temores habían dado lugar, con igual peso, a la aparición de un tabú con respecto a la disección humana y obstaculizado la investigación anatómica. Sin embargo, la autoridad papal se abstuvo de condenar en sí mismo el acto de disección cuya legitimidad admitía en algunos casos, como las autopsias de medicina legal.

La clonación humana añade nuevos problemas a estas cuestiones simbólicas: la posibilidad de selección artificial, la identidad somática del clon y de su donante (aunque la identidad somática de los verdaderos gemelos no sea asumida como un problema), y la ruptura de los vínculos tradicionales de parentesco. Como quiera que sea, la Iglesia Católica condenó por otro motivo la clonación a partir de la instrucción Donum Vitæ (1987) de la Congregación para la Doctrina de la Fe: el «derecho del niño a ser concebido y venir al mundo en el seno del matrimonio y por el matrimonio».

Esa teoría fue retomada y desarrollada por la Academia Pontifical Pro Vita en sus Reflexiones sobre la clonación (30 de septiembre de 1997). La clonación viola los dos principios básicos de lo que la Santa Sede denomina los «Derechos Humanos» [20]: la paridad (es decir, la diferencia esencial y la complementaridad entre el hombre y la mujer) y la no discriminación.

En agosto del año 2000, el gobierno de Tony Blair autoriza en el Reino Unido la clonación humana con fines terapéuticos. Se trata de crear embriones mediante de la clonación, de tomar muestras de tejidos, cultivarlos y trasplantarlos al donante para curar enfermedades degenerativas.

Este proceso implica la destrucción de los embriones clonados. La Academia Pontificia Pro Vita reacciona de inmediato y publica una condena detallada de este proyecto. El 29 de agosto, el Santo Padre se dirige en persona al XVIII Congreso de Trasplantes de Órganos para sermonear a los científicos e invitarlos a abandonar sus investigaciones y remitirse, con fe, a «la esperanza terapéutica». Es la primera comparecencia de un papa ante un congreso médico.

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Los días 11 y 12 de marzo de 1995, las Naciones Unidas organizan en Copenhague una Cumbre Mundial sobre el «Desarrollo Social». La delegación del Vaticano, que dirige personalmente el cardenal Angelo Sodano, secretario de Estado de la Santa Sede, propone a los Estados miembros una nueva norma de contabilidad nacional. Para evaluar el Producto Nacional Bruto de un país habría que incluir el valor del trabajo doméstico. La propuesta no pasa de la fase de los grupos de trabajo pero la problemática ha sido planteada.

La idea general es que es conveniente reconocer el trabajo de las madres amas de casa y, en el futuro de los países desarrollados, presupuestar un salario materno. Es la respuesta al desamparo económico que golpea en ocasiones a las mujeres embarazadas y las obliga a recurrir al aborto.

¿No había pedido en 1990 la Conferencia Episcopal polaca, tan preciada para Juan Pablo II, el cierre de las guarderías infantiles y el envío de las mujeres a sus hogares «para luchar contra el desempleo»? ¿Y no había preconizado el cardenal Thomas Winning en Escocia la creación de un salario materno, también «para luchar contra el desempleo»?

En 1995, el Opus Dei inicia en México, Nicaragua y Filipinas una campaña de rumores contra las Naciones Unidas. Según esa campaña, la Organización Mundial de la Salud (OMS) y el Fondo de Población (FNUP) tratarían de reducir la población mundial provocando abortos espontáneos en las mujeres. Ambas instituciones abrían introducido una molécula abortiva en la vacuna contra el tétanos que administraban a las mujeres.

Juan Pablo II da credibilidad al rumor al hacer alusión a este en su encíclica Evangelium Vitæ, en la que menciona «vacunas que, distribuidas con la misma facilidad que los medios anticonceptivos, actúan en realidad como medios abortivos en las primeras etapas del desarrollo de la vida del nuevo individuo» [21].

En Filipinas, la campaña es promovida por Francisco Tatad, senador del Opus Dei. Mientras que las Jornadas Mundiales de la Juventud Católica se celebran en Manila, la Conferencia Episcopal y Pro Vita Filipinas exigen y obtienen del gobierno la suspensión de las vacunas antitetánicas.

El Ministerio filipino de la Salud y la Conferencia Episcopal firman un Protocolo para nombrar una comisión mixta de expertos. Además de científicos nombrados por el gobierno, la comisión incluye teólogos y militantes contra la interrupción voluntaria del embarazo nombrados por la iglesia.

La comisión no entregará nunca informe alguno. La autorización de la vacuna se restablecerá un año después luego de haber demostrado diferentes autoridades extranjeras lo absurdo de la acusación.

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La Conferencia Mundial sobre los Derechos de la Mujer, bajo el lema «Igualdad, desarrollo y paz», debe celebrarse en Pekín del 30 de agosto al 15 de septiembre de 1995. El 26 de mayo del mismo año, Juan Pablo II recibe en el Vaticano a la presidenta de la Conferencia, Gertrude Mongella, quien viene para asegurarse de que el papa no desencadenará una operación similar a la del Cairo.

Los responsables de la Curia le agradecen el haber evitado la reinserción del tema de la salud reproductiva de la mujer en el orden del día y orientar los debates sobre la igualdad hombres-mujeres. Por ello, sería lamentable que la problemática de la igualdad de los sexos derivara de forma tal que se abordara de otra forma la cuestión del aborto.

Ante la inquietud de Gertrude Mongella, el papa ofrece varias explicaciones. Para él, el hombre y la mujer no son iguales en materia de derechos, sino «de dignidad» ya que el creador divino los hizo ciertamente a los dos a su imagen pero les asignó funciones diferentes y complementarias. «Como lo destacan la mayoría de las mujeres, la igualdad de dignidad no debe significar identidad con los hombres», declara Su Santidad.

Si bien la Iglesia Católica se opone a la discriminación en el empleo, considera que las madres de familia no deben trabajar fuera de su hogar y que la sociedad «debería esforzarse por crear una situación en la que las condiciones económicas no las obligaran a abandonar su hogar para partir en búsqueda de un trabajo».

El 29 de junio de 1995, Juan Pablo II publica una Carta a las Mujeres, en la que desarrolla su visión de la mujer en la sociedad, dirigida tanto a las propias mujeres como a la Conferencia de Pekín. En la misiva se muestra cruel al reiterar su condena al aborto y al ordenar a las mujeres violadas, ya sea en situación de paz como por la soldadesca enemiga, proseguir su embarazo con «un amor heroico».

Por su parte, la administración de la ONU vela para prevenir el sabotaje. Un gigantesco esfuerzo de divulgación de la información se produce durante las numerosas comisiones preparatorias, regionales y mundiales, de forma tal que no se puedan imputar falsamente a la ONU propósitos hipócritas.

Los Estados progresistas reúnen a las asociaciones feministas del mundo entero y financian en ocasiones el viaje de las asociaciones extranjeras que no han podido obtener el apoyo de su propio gobierno. A pesar de ello la Santa Sede logra que la reina Fabiola de Bélgica [22] sea designada para asesorar a Butros Butros-Gali, secretario general de la ONU, sobre el estatus de la mujer.

La delegación de la Santa Sede incluye 22 diplomáticos [23]. Para quedar bien, no la dirige un prelado sino una mujer, Mary-Ann Glendon, profesora de derecho de la Universidad de Harvard.

La profesora Mary-Ann Glendon.

La alianza con los Estados islámicos ya no es oportuna. Por ello, a penas iniciados los trabajos, Mary-Ann Glendon ofrece una conferencia de prensa para negar la existencia de un eje islamo-católico.

Adaptando su estrategia, la delegación de la Santa Sede abandona las prácticas de obstrucción y colabora de manera positiva en los trabajos.

La Madre Teresa de Calcuta, cuya implicación en escándalos financieros y en el apoyo a las dictaduras fue silenciada por los medios de comunicación católicos para presentarla como una santa viviente [24], envía incluso un mensaje a la Conferencia: «No logro comprender por qué algunos afirman que el hombre y la mujer son perfectamente semejantes y niegan las bellas diferencias que existen entre el hombre y la mujer (...)

La maternidad es un don de Dios para las mujeres. No podemos destruir ese don de la maternidad, en particular a través del crimen del aborto, así como creyendo que hay cosas más importantes que amar, que entregarse al servicio del prójimo, como por ejemplo la carrera y el trabajo fuera de casa». En una palabra, el trabajo de las mujeres es tan peligroso como el aborto porque las aleja de su función social deseada por Dios: hacer hijos y criarlos en casa.

La delegación de la Santa Sede se muestra quisquillosa con relación al vocabulario del documento final. Despliega todos sus esfuerzos para sustituir la expresión «derechos humanos de las mujeres» por «dignidad humana» y trata de eliminar el término «género» en lugar de cuestionar abiertamente la expresión «lucha contra las discriminaciones por razones de género».

Mary-Ann Glendon declara: «En esta Conferencia, así como lo hizo igualmente en la Cumbre Mundial sobre el Desarrollo Social, la Santa Sede afirma con insistencia que es importante encontrar nuevas formas de reconocer el valor económico y social del trabajo no remunerado de las mujeres, en el seno de su familia, en la producción y conservación de los alimentos y en todo un conjunto de tareas socialmente útiles en su medio de vida» [25].

En lugar de esforzarse en vano para imponer sus puntos de vista, la delegación de la Santa Sede se dedica a redorar su imagen al aprobar medidas de alfabetización de la mujer. De forma más discreta, socava los documentos oficiales con fórmulas ambiguas y prepara sus campañas futuras. Al final de la Conferencia, acompaña su firma de un anexo interpretativo que incluye 13 reservas que desnaturalizan por completo el sentido de los documentos oficiales.

En 1996, por solicitud del FNUP y de la UNICEF, el Alto Comité para los Refugiados de las Naciones Unidas (HCR) pone en práctica en Rwanda un programa de «anticoncepción post coito», conocido también como de «anticoncepción de urgencia». Como explica un portavoz oficial: «cientos de jóvenes eran sistemáticamente violadas en los campamentos de refugiados y la distribución de la pastilla [anticonceptiva post coito] era la única solución para enfrentar el drama de niñas, a veces de apenas diez o doce años, que corrían el riesgo de embarazos traumáticos».

El programa se extenderá luego a otras zonas de conflicto y será objeto de una publicación conjunta del FNUP y de la UNICEF, el Interagency Field Manual.

Furioso, Juan Pablo II envía instrucciones a las asociaciones caritativas católicas presentes en las zonas de conflicto para que se nieguen a aplicar las directivas de las Naciones Unidas en este caso. Suprime la contribución financiera [26] de la Santa Sede a la UNICEF y la divide a la mitad entre la OMS y el programa de «guerra a la droga».

El 7 de julio de 1998, durante los trabajos preparatorios de las Naciones Unidas para la creación de un tribunal penal internacional (TPI), la delegación de la Santa Sede logra que se suprima la incriminación de «embarazo forzado u obligado». El padre Robert John Araujo destacó que los estatutos del TPI ya preveían las incriminaciones por violación y genocidio.

Este último término cubría cuatro situaciones diferentes e incluía el hecho de obligar a las mujeres de una población determinada a tener hijos fruto de violaciones perpetradas por otra población. La Santa Sede temía, y con razón, que los defensores de las libertades individuales demandaran ante el TPI a las autoridades que negaran a las mujeres violadas la posibilidad de recurrir al aborto. Estas últimas, en definitiva, no estarán entonces protegidas por la jurisdicción de las Naciones Unidas.

Contrariamente a un cliché muy difundido, la posición teológica de la Iglesia Católica con relación al aborto ha evolucionado a lo largo de los siglos y la de Juan Pablo II es característica. Su acción diplomática en la materia no tiene antecedentes en la historia papal y caracteriza a su pontificado.

[1Esta beatificación viene a apoyar la declaración de la Congregación para la Doctrina de la Fe sobre L’Islamientot del uteros (31 de julio de 1993). El cardenal Joseph Ratzinger autoriza la histerectomía solamente cuando la mujer no está embarazada y si su vida se ve amenazada por una infección. La prohíbe en todos los demás casos. En ese mismo orden de ideas, la Iglesia Católica niega el sacramento del matrimonio a las mujeres que han sido objeto de una histerectomía y a los hombres que se sometieron a una vasectomía, cualesquiera que hayan sido las razones.

[2La Iglesia Católica tolera solamente los métodos de control de la fecundidad que se basan en la abstinencia durante los períodos de fecundidad. El método de Ogino Kyusaku y Hermann Knaus consiste en observar las variaciones de temperatura para determinar esos períodos, el de Evelyne Billings (académica pontifical) se basa en la observación de las variaciones de las secreciones vaginales.

[3La «civilización del amor» es una expresión introducida en la doctrina católica por Pablo IV, en 1975. Juan Pablo II, por su parte, preferirá poco después la de «cultura del amor», luego «cultura de vida» y «política de vida».

[4Línea Maginot era una barrera militar defensiva que los franceses contruyeron antes de la Segunda Guerra Mundial y que suponía iba a defenderlos de un ataque alemán.

[5Político italiano del partido de la democracia cristiana, implicado un numerosos escándalos político-financieros mafiosos en la península pero la justicia nunca pudo probarle algo para condenarlo.

[6Divisa de la Compañía de Jesús que significa «Por la mayor gloria de Dios».

[7Cf. Éxodo, Capítulo 1, Versículos 7 al 22.

[8La Santa Sede goza de la consideración de una parte del mundo musulmán por haberse opuesto a la guerra del Golfo en 1991.

[9En ella, el papa reprende a los Estados que prohíben la entrada de misioneros en su territorio, las conversiones al cristianismo y la celebración del culto católico; alusiones directas a Arabia Saudita y a Kuwait.

[10Monseñor Romeo Panciroli fue vocero de la Santa Sede en los años 70.

[11Contrariamente a los clichés de la propaganda estadounidense y aunque quede aún mucho por hacer, la República Islámica de Irán hizo progresar de forma considerable los derechos de las mujeres con relación a la época del Shah. El Irán de los ayatollahs divulga programas educativos de televisión en la esfera de la anticoncepción, ofrece anticonceptivos gratuitos a las mujeres casadas y autoriza la interrupción voluntaria del embarazo hasta el día 120 de amenorrea.

[12La delegación estaba compuesta por monseñor Renato R. Martino (observador permanente ante la ONU), monseñor Diarmuid Martin (Consejo Pontifical Justicia y Paz), monseñor James McHugh (Estados Unidos), el padre Silvio Tomasi (Consejo Pontifical para la Pastoral de los Emigrantes), Bernardo Colombo (Academia Pontifical de Ciencias), el padre Guzmán Carriquiry (Consejo Pontifical para los Laicos), Joaquín Navarro-Valls (vocero de la Santa Sede, Opus Dei), monseñor Mounged El-Hachem (secretario de Estado, sección de Asuntos Generales), monseñor Michael Courtney (nunciatura en Egipto), monseñor Peter Elliot (Consejo Pontifical para la Familia), la condesa Christine de Marcellus de Vollmer (Academia Pontifical Pro Vita) y diferentes secretarios.

[13Gro Harlem Brundtland será más tarde directora de la OMS, Organización Mundial de salud

[14Los términos moral y ética son sinónimos absolutos. Derivados por una parte de la palabra latina que designa las costumbres y por la otra de su equivalente griego. Pero su empleo es sin embargo diferente. Por convención, se opone de esta forma moral religiosa y ética secular, o también, moral social y ética individual. Al parecer, la palabra bioética hizo su aparición en la literatura científica en un artículo del cancerólogo norteamericano Van Rensselaer Potter, publicado en 1970.

[15El Opus Dei no debía contar en Francia con las personalidades necesarias para esta operación: la señora Congourdeau se presenta como investigadora del CNRS. De hecho, es especialista en la historia de Bizancio.

[16Ver Avis n°1 sur les prélèvements de tissus d’embryons et de foetus morts (22 de mayo de 1984); Avis n°3 sur les mères porteuses (23 de octubre de 1984); Avis n°8 sur l’utilisation de fœtus à des fins de recherche (15 de diciembre de 1986).

[17Recomendación 1046/86.

[18Ver Déclaration de Hong-Kong.

[19Artículos 27 y 73.

[20Recordemos que la Santa Sede condena la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano de 1789, principalmente por reconocer esta la libertad de expresión y la libertad de conciencia (Ver breve Quod Aliquantum). Los revolucionarios franceses se basaban entonces en dos principios: la distinción entre esfera pública y esfera privada por una parte y la universalidad del individuo por la otra. Juan Pablo II se esforzó por recuperar la expresión «Derechos del hombre» (sin los derechos del ciudadano) y por modificar el sentido.

[21Ver Evangelium Vitæ, párrafo 13.

[22La reina Fabiola es miembro del Opus Dei. Su esposo, Balduino I, prefirió abdicar antes que firmar la ley que autorizaba el aborto. Volvió al trono dos días después. El cardenal Danneels pidió a la Congregación para la Causa de los Santos abrir un proceso de beatificación del «santo rey».

[23La delegación estuvo compuesta por Mary-Ann Glendon (jefe de delegación, Academia Pontifical de Ciencias Sociales), monseñor Renato R. Martino (nuncio ante la ONU), monseñor Diarmuid Martin (Consejo Pontifical Justicia y Paz), el padre Frank Dewane (Consejo Pontifical Cor Unum), Patricia Donahoe, Teresa EE Chooi (Consejo Pontifical para los Laicos), Peter J. Elliot (Consejo Pontifical para la Familia), Carmen del Pilar Escudero de Jensen, Janne Haaland Matlary (Consejo Pontifical Justicia y Paz), Claudette Habesch (Consejo Pontifical Cor Unum), Kathryn Hawa Hoomkwap (Consejo Pontifical para la Cultura), John Klink, Irena Kowalska, Joan Lewis (Vatican Information Service), monseñor David John Malloy (secretario del Nuncio ante la ONU), Joaquín Navarro-Valls (vocero de la Santa Sede), la hermana Anne Nguyen Thi Thanh, Gail Quinn, Luis Jensen Acuña, Sheri Rickert, Lucienne Sallé (Consejo Pontifical para los Laicos), Kung Si Mi.

[24Ver la biografía que le dedicó Christopher Hitchens, Le Mythe de Mère Teresa ou comment devenir sainte de son vivant grâce à un excellent plan média, éd. Dagorno, 1996.

[25Discurso del 5 de septiembre de 1995, párrafo 2.

[26Se trata, por lo demás, de una contribución puramente simbólica ya que solo se eleva a 2,000 dólares anuales.