Inauguración en Georgia (ex república soviética) del oleouducto vía Azerbaiyán en la época del presidente Chevardnezé.
Foto Giorgy Kravishvili.

El acercamiento entre EE.UU. y Azerbaiyán se ha hecho muy obvio últimamente y el ejemplo más elocuente de esta tendencia es la apertura, el 25 de mayo, del oleoducto Bakú-Tbilisi-Dzheykhan que fue construido a espaldas de Rusia. Muchos expertos coinciden en que dicho proyecto tiene un carácter geopolítico más que económico, y su puesta en práctica se combina orgánicamente con otros proyectos, relacionados con la presencia militar norteamericana en esta zona de importancia estratégica.

De vez en cuando se filtran a la prensa los datos de que EE.UU. quiere instalar sus objetivos militares en el territorio azerí. Supuestamente, se trata de estacionar en este país ciertas «fuerzas provisionales móviles» que, sin embargo, podrían quedarse en la región por mucho tiempo. La misión de tal contingente será proteger el nuevo oleoducto, así como ejercer una presión sobre Irán y Rusia.

Los funcionarios oficiales en Bakú desmienten esta información pero ello no significa que no se desarrollen negociaciones algunas sobre el tema en cuestión. El ministerio de Defensa azerí mantiene una postura algo diferente, a saber, se resiste a confirmar o desmentir otra noticia, de que Azerbaiyán, Georgia y Turquía podrían formar en el futuro una alianza militar, una especie de subsidiaria de la OTAN, a la cual ingresaría más tarde también Ucrania.

Dicho proyecto resulta bastante atractivo para la OTAN porque los países citados de la ex URSS no reúnen a día de hoy los requisitos necesarios para incorporarse a las estructuras noratlánticas, tanto por el grado de la transición democrática como en lo que respecta al arreglo de las disputas territoriales (Bakú y Tbilisi tienen contenciosos pendientes) o a la presencia de los objetivos militares de terceras naciones en su territorio, como es el caso de las bases rusas en Georgia y la Flota rusa del Mar Negro en Sevastopol.

Las condiciones para formar una mini-alianza no tienen por qué ser tan rígidas, y a los Estados miembros se les podría ofrecer la perspectiva alentadora del ingreso en la OTAN a mediano o largo plazo. Al mismo tiempo, aumentaría el protagonismo de Turquía en las estructuras noratlánticas, como compensación por las dilaciones que se producen en la admisión de este país a la Unión Europea.

Más tarde, EE.UU. podría instalar sus objetivos militares también en Georgia. El oleoducto que atraviesa el territorio de tres países sería un eje vertebrador de la futura alianza. Claro que semejante evolución de los acontecimientos no le conviene nada a Rusia, la cual procura en este contexto ganar tiempo en lo que concierne a la retirada de sus bases militares desde Georgia, así como recabar algunas garantías de que los americanos no ocuparán el lugar vacante.

De la misma manera, aumentan los riesgos políticos para Armenia, que recuerda muy bien el genocidio turco del período de la Primera Guerra Mundial, y para Irán, que es el eventual blanco para una intervención armada por parte de EE.UU.

Ahora bien, la expansión norteamericana hacia esta región podría tropezar con un problema de carácter inesperado. Sabido es que el régimen gobernante en Azerbaiyán mantiene un fuerte conflicto con la oposición laica, la cual aboga por las libertades democráticas.

Hace muy poco, la policía azerí dispersó de forma cruel una manifestación de militantes opositores en Bakú, golpeando a decenas de personas. En principio, los americanos colaboran tanto con las autoridades oficiales como con la oposición azerí, para no mantener los huevos en una cesta, pero también existe en Azerbaiyán la denominada «tercera fuerza» que poco a poco va ganando popularidad.

Me refiero a los representantes de la corriente radical islámica que en el espacio postsoviético suelen llamarse wahabitas.

El dirigente de los comunistas azeríes, Ramiz Akhmedov, ha cargado la culpa por la creciente popularidad del wahabismo directamente en los líderes islámicos tradicionales que, según él, van perdiendo la autoridad entre los creyentes, de manera que estos últimos empiezan a buscar el «Islam puro» y finalmente se dirigen a los radicales.

Sabido es que EE.UU. y Occidente en general son para los islamistas radicales enemigos tan recalcitrantes como los regímenes autoritarios en sus respectivos países musulmanes.

La creciente popularidad del wahabismo en Azerbaiyán podría comportar problemas serios tanto para el oleoducto Bakú-Tbilisi-Dzheykhan, como para los planes de la cooperación militar entre Azerbaiyán y Occidente.