Los ataques de la resistencia contra los oleoductos han hecho imposible la explotación de las zonas petroleras del Norte de Irak. Por lo tanto, para garantizar la recuperación de las inversiones de guerra, la Coalición intensifica la explotación en el Sur. Oficialmente, las ganancias corresponden al Estado iraquí, pero, de forma oficiosa, lo esencial de la producción no se contabiliza, sino que se roba en beneficio de la Coalición que no vacila en proponer rebajas extraordinarias para hallar cómplices capaces de colocar estas «cargas fantasmas» en el mercado internacional.
Para facilitar el saqueo, las autoridades han anunciado la privatización del sector. Sin embargo, los trabajadores iraquíes, reunidos en sindicatos clandestinos, entre ellos los 23,000 miembros de la Unión General de los Trabajadores del Petróleo, se oponen a esto y preparan grandes huelgas. Recordemos que Paul L. Bremer III, el libertador de Irak, prohibió las libertades sindicales y prolongó la central única sadamista, la Federación Iraquí de Sindicatos.