Aunque esperado, el «no» francés al referendo sobre el Tratado Constitucional Europeo (TCE) provocó una ola de indignados comentarios en la prensa internacional. Al igual que durante la campaña, los opositores al texto cuentan con poco espacio en los medios para ofrecer su punto de vista sobre su victoria. Los partidarios del Tratado cuentan con el monopolio casi absoluto para analizar las razones y las consecuencias del voto.
Francine Bavay, responsable de los Verdes franceses, favorables al «no», es una de las pocas que puede expresar su opinión y alegrarse del rechazo al texto. En Tageszeitung, afirma que el «no» francés es ante todo un no de izquierda, antiliberal y europeo. Espera que este resultado le permita a las restantes formaciones políticas que se oponen al texto en Europa poder abrir el debate en sus países respectivos.

En Francia, el TCE había sido apoyado por prácticamente todos los editorialistas. Esta posición unánime provocó irritación entre los partidarios del «no» así como llamamientos a favor de un mayor pluralismo en los medios de comunicación. El rechazo al TCE puede ser interpretado en parte como un rechazo a las élites francesas, tanto políticas como mediáticas, pero es evidente que ésta no es la forma en que éstos últimos desean que se interpreten los resultados. Fieles a la línea retórica que obtuvo consenso entre los periodistas que apoyaban el «sí», pretenden que el campo racional, europeo y demócrata se desprestigió ante los impulsos irracionales, populistas y xenófobos de los electores.
En las columnas de su periódico, el director de redacción de Libération, Serge July, encarnación casi caricaturesca de las reacciones de los editorialistas luego del voto, se enfurece ante la decisión de los electores franceses. Descarga violentamente su irritación sobre los políticos y las organizaciones de izquierda que rechazaron el texto y los acusa de compromiso con la extrema derecha. En su opinión, todos los partidarios del «no» pueden ser catalogados con la misma etiqueta de populismo que denuncia, confundiéndolo con demagogia. Este editorial dio pie a un copioso correo de lectores que estaban en desacuerdo con sus palabras. Por su parte, el director de Le Monde, Jean-Marie Colombani, lamenta que se le haya concedido la palabra al pueblo para ratificar este texto y denuncia asimismo el «no» por xenófobo y antieuropeo. Para dicho autor, la única respuesta posible a esta votación es poner en práctica las políticas neoliberales defendidas por Nicolas Sarkozy y Tony Blair. De esta forma, en lugar en incriminarse, las élites mediáticas exigen la continuación del programa político definido por el texto que los franceses acaban de rechazar. Minimizan su propia derrota al echarle las culpas a Jacques Chirac y su decisión de organizar un referendo.
Este enfoque es compartido por el editorialista del Washington Post, David Ignatius. En un texto que retoma el Korea Herald, afirma que los franceses sólo le dijeron no a Jacques Chirac. Hace entonces votos por un cambio en la dirección del Estado y la llegada al poder de Nicolas Sarkozy.
Para los círculos liberales y atlantistas frustrados por el referendo, el ministro francés del Interior parece ser el último recurso.

En el Corriere Della Sera y El Periódico , el ministro italiano de Relaciones Exteriores, Gianfranco Fini, también se lamenta del resultado de la votación francesa. Sin embargo, considera que el proceso de ratificación no debe concluir y que el «no» francés no debe ser tomado por un veto. En Der Tagesspiegel, el ex ministro alemán de Relaciones Exteriores, Hans-Dietrich Genscher, se pronuncia por la continuación del proceso de ratificación. Más explícito que Fini, espera que 20 Estados o más acepten el texto y que será entonces posible obligar a Francia a organizar un nuevo referendo, opción que ha perdido fuerza después de la publicación de esas tribunas debido al rechazo holandés al TCE y al anuncio británico de aplazar el referendo en el Reino Unido.
El ex ministro británico de Asuntos Europeos, Denis MacShane, pide sin embargo al gobierno de Blair que prosiga la campaña a favor del TCE. En el Times de Londres afirma que el «no» francés es un rechazo a la política de Jacques Chirac. Los británicos, por su parte, se equivocarían si rechazaran un tratado en el que tantas huellas han dejado. Para el autor, nunca antes la influencia británica estuvo tan presente en un texto europeo. No obstante, recordamos que en febrero pasado el propio Denis MacShane había afirmado exactamente lo contrario a los lectores del Figaro. Sin embargo en aquellos momentos era preciso convencer a los lectores franceses.
La Premio Nobel de Literatura austriaca, Elfriede Jelinek, también da muestras en el Frankfurter Allgemeine Zeitung de su desprecio por la elección de los franceses. Afirma categóricamente que la mayoría de los electores no saben porqué votaron por el «no». En su opinión, todos los elementos de la constitución habrían podido ser renegociados y la aprobación del texto le habría dado nueva fuerza a Europa.

En Rusia, Vremya Novostyey concede la palabra a dos politólogos que se lamentan del resultado del voto francés. Para Olga Butorina, del MGIMO (Instituto Estatal de Relaciones Internacionales de Moscú), el texto habría permitido a Rusia contar con un interlocutor único. Sin embargo, no hay mal que por bien no venga: el resultado del voto francés demuestra a los países de la ex zona soviética que la construcción europea es un proceso frágil y que fijar los ojos en la Unión Europea para dar la espalda a Rusia puede resultar un cálculo arriesgado. Nadejda Arbatova, del Movimiento «Rusia en el seno de una Europa unida», lamenta que esta negativa impida instaurar un sistema de protección de las minorías que habría podido obligar a los países bálticos a respetar los derechos de las minorías rusoparlantes. Considera asimismo que este texto le ofrecía a Rusia la posibilidad de una futura adhesión a través de una sucesión de asociaciones.