En Bolivia la situación evoluciona de hora en hora y actualmente sólo se pueden sacar conclusiones generales. Allí no se enfrentan el Altiplano y el Oriente sino, por una parte, los trabajadores y los pobres, que viven en la zona andina, pero también son minoría en el Oriente y, por otra, la oligarquía cruceña (y tarijeña) más la derecha histórica boliviana, bloque que tiene el apoyo de Estados Unidos, del capital internacional, de las grandes empresas de Brasil y de Argentina y de la mayoría de las clases medias urbanas (y blancas) de Santa Cruz.

Son dos bloques no étnicos -aunque tienen una expresión étnica- sino de clase. El de la reacción es más sólido y homogéneo, y el de los explotados está en continua afirmación y consolidación en el proceso mismo de lucha. Son dos poderes, el de las instituciones que se tambalean y fragmentan, y el de los campos y las calles urbanas, que aún no ha podido arrastrar consigo al polarizado sector de las clases medias urbanas del Altiplano que esperaban algo del presidente Carlos Mesa.

El hecho de que la Iglesia trate de mediar, pero sobre la línea de los movimientos sociales, o sea, pidiendo la renuncia de los presidentes del Senado y la Cámara de Diputados, para que el de la Suprema Corte convoque a elecciones generales anticipadas, a la Asamblea Constituyente y al referéndum sobre la autonomía, muestra que la relación de fuerzas se inclina del lado de los trabajadores, los campesinos, las clases subalternas. O sea, étnicamente, de los indígenas, que aunque se reconocen como tales hacen hincapié en sus reivindicaciones nacionales y ciudadanas, como la estatización de los hidrocarburos y los recursos naturales, y la Asamblea Constituyente para imponer la reconstrucción del país sobre bases democráticas y sociales, nacionalistas y anticapitalistas.

Otro ejemplo de lo mismo es el apoyo tácito a las elecciones generales y la no intervención del ejército, que está profundamente afectado por las reivindicaciones nacionalistas de los movimientos sociales y por el origen social y étnico de sus cuadros de base, lo cual divide a los mandos y les hace temer el estallido de las fuerzas armadas -un nuevo 1952- si deciden una represión salvaje.

Los instrumentos tradicionales y comunitarios son la base para la organización general, pero para imponer otra modernidad, una democracia que combine la representación directa asamblearia con la indirecta, en la elección de un congreso preparatorio de la Constituyente y de la Constituyente misma, con sus partidos ad hoc y bloques políticos, que no son una cooptación por el aparato político sino que son herramientas de la política que reside en la movilización nacional y en la organización independiente de los explotados. Además, la Constituyente que piden los indígenas incluiría un representante de cada una de las etnias existentes en el país, desde Oriente hasta las fronteras con Perú y Chile, elegido por usos y costumbres, en un total de 34, independientemente de la población que pueda tener cada grupo.

Estamos así a años luz del repudio "a la política" y de la decisión de no hacerse cargo del aparato del Estado. Con sus sindicatos obreros y campesinos, y hasta con sus partidos que se reclaman de clase y socialistas, y apoyándose en su historia de luchas indígenas pero también de luchas clasistas, los oprimidos bolivianos agrupan tras de sí a las muchedumbres desorganizadas, les dan un objetivo político nacional: una Bolivia incluyente, construida por los indígenas en su condición de explotados, una Bolivia multicultural, plural.

Eso es lo que rechazan las empresas internacionales que son el eje del capitalismo en Bolivia, y los agentes de ellas, y lo que rechazan también los gobiernos de los países vecinos, porque puede resultar socialmente contagioso.La capacidad de hacer política, de hacer un frente político-social no ignorando las diferencias entre sus componentes (Quispe, Morales, COB) sino construyendo en cambio en torno a las necesidades y objetivos comunes y la capacidad de unir la construcción del poder de los oprimidos con el intento constante de permanecer dentro de la legalidad y de utilizar las instituciones y los mecanismos estatales sin caer en el cretinismo estatalista, caracteriza a los movimientos sociales bolivianos y da el más alto ejemplo político a todo nuestro continente.

Al mismo tiempo, es fundamental el deseo de mantener la autonomía, que se expresó en el repudio al llamado a formar un gobierno cívico-militar (repudio alentado por la comprensión no sólo de los errores de la Conaie ecuatoriana con Lucio Gutiérrez, sino también por un buen balance de la historia boliviana, con sus militares nacionalistas como Busch, Toro, Villarroel, Torres).

Nada está resuelto en Bolivia porque no se ha aprobado la nacionalización de los hidrocarburos ni se ha resuelto el problema de la Constituyente y de las autonomías. Se velan las armas. Y, si se entrase en un periodo prelectoral (para la renovación del Parlamento y para la Constituyente), el frente de los movimientos sociales podría fragmentarse y perder fuerzas y se recompondría nuevamente el mapa político-social con una nueva relación entre movimientos y lucha legal. En ese sentido los días que vendrán serán tan decisivos como "los cinco días que conmovieron el Altiplano".

La Jornada