El 31 de marzo, la comisión investigadora sobre los «errores» de los servicios de inteligencia antes de la guerra contra Irak, impulsada por George W. Bush, presentó su informe. Los copresidentes, el juez de la corte de apelaciones Lawrence Silberman y el ex senador demócrata por Virginia, Charles Robb, redactaron las conclusiones que se esperaban de ellos: exoneraron a la administración Bush de toda responsabilidad por sus mentiras, condenaron al anterior equipo dirigente de la CIA, desde entonces sustituido por el de Porter Goss, y renovaron los ataques contra Irán y su programa nuclear. El ex vicesecretario de Defensa demócrata, Ashton B. Carter, quien fue llamado a declarar en las audiencias de la comisión, denuncia estas conclusiones en el Washington Post. En su opinión, no es a los servicios de inteligencia norteamericanos a quien hay que denunciar, sino las presiones políticas de que fueron objeto estos para que justificaran el ataque contra Irak. Su denuncia es, sin embargo, limitada, ya que no puede cuestionar mitos en los que también se apoyó la administración Clinton. Igualmente, dado que este asunto tiene consenso entre las elites norteamericanas, da por sentado que Irán desarrolla armas nucleares, a pesar de la falta de pruebas.

El ex experto norteamericano en armamentos en Irak, Scott Ritter, se escandaliza en The Independent ante esta absolución. Recuerda que la Casa Blanca no actuó sola para desinformar a la opinión pública, sino que recibió el apoyo británico. Los estadounidenses son cómplices del crimen en Irak ya que reelegieron a George W. Bush; el autor pide a los electores del Reino Unido que no actúen de igual forma y que hagan que Tony Blair pierda las legislativas cuya fecha debería fijarse próximamente. Sin embargo, ¿cuál sería la utilidad de votar por los conservadores que apoyaban la política de los laboristas en Irak? Esta es la interrogante que se plantea en The Guardian Charles Kennedy, líder de los liberal-demócratas británicos, quien considera que el bipartidismo ya tuvo su momento en el Parlamento y que los electores deben volverse hacia su partido, única gran formación que no apoya la política exterior de Downing Street No. 10, y que rechaza el alineamiento con Washington.

La democracia británica se construyó a partir de un primer bipartidismo que oponía a liberales y conservadores alrededor de la redistribución de los poderes entre la aristocracia y la burguesía, bipartidismo que desapareció con el surgimiento político de la cuestión social y del Partido Laborista, lo que provocó un nuevo bipartidismo que oponía a laboristas y conservadores. Hoy, los liberales esperan que este sistema desaparezca tras el surgimiento de la cuestión de la independencia británica con respecto a los Estados Unidos. Así, pretenden recuperar el terreno y no dejar a la nueva formación de George Galloway, Respect, sacar partido de la nueva situación.

La CIA, cuya actuación ha quedado mal parada a partir del informe Robb-Silberman, es igualmente atacada en otro frente: su gestión de la posguerra. Laurie Mylroie, «experta» neoconservadora en asuntos iraquíes en el American Entreprise Institute, la emprende nuevamente contra Langley. En el Dayly Star, afirma que la administración Bush se equivocó al confiar a la Agencia y al Departamento de Estado la reconstrucción de Irak.
Hoy ese país se encuentra en manos de islamistas apoyados por Teherán o de incapaces rodeados de ex baasistas como Iyad Allaoui. Así, pide un retorno del favorito de los halcones: Ahmed Chalabi. Allegada de James Woolsey, consejera de Ahmed Chalabi, la Sra. Mylroie publica su texto mientras prosiguen las negociaciones entre movimientos iraquíes que aceptan la ocupación. Puede verse en ello la ofensiva de un clan en Washington para volver a colocar a su hombre en el carril, en detrimento del de los demás.

En una entrevista a Die Zeit, dedicada, entre otras cosas, a la política exterior alemana, el canciller Gerhard Schröder se muestra tranquilizador sobre el tema iraquí que fue el principal punto de discordia con Washington. Se siente satisfecho por la organización de las elecciones, pero considera que los Estados Unidos debieron acercarse a las posiciones europeas. Sin embargo, este tono diplomático no le impide ante todo promover el eje continental que pretende formar con París, Moscú y Pekín. Así, se alegra por los lazos entre Berlín y la Federación Rusa de Vladimir Putin, y reafirma que la Unión Europea tiene razón en levantar el embargo de armas a China.

La remodelación del «Gran Medio Oriente» por parte de los Estados Unidos es presentada en el mundo occidental como un medio para lograr dos objetivos: erradicar el terrorismo y llegar a hacer aplicar los Derechos Humanos en esta región. Según la retórica neocolonial, las poblaciones árabe-musulmanas serían incapaces de reformar sus regímenes por sí mismas y por lo tanto de alcanzar estos dos objetivos.

Cofundador de Al Qaeda junto con la CIA, durante la invasión soviética a Afganistán, el príncipe Turki Al-Faisal bin Abd Al-Aziz Al-Saud se dedica a un difícil ejercicio diplomático en una entrevista a Die Welt: desvincular a su país de todo lazo con Al Qaeda (acusación de que ha sido objeto regularmente Riyad por parte de los halcones) sin cruzar el Rubicón, es decir, sin denunciar los actuales vínculos entre los Estados Unidos y la organización de Bin Laden. Se esfuerza por presentar a Al Qaeda como un movimiento religioso particular sin ningún vínculo con el wahhbismo.

Sin las responsabilidades diplomáticas del príncipe Turki, el filósofo islamólogo suizo Tariq Ramadan puede romper con las problemáticas occidentales sobre la segunda justificación de la remodelación del Medio Oriente: los Derechos Humanos. Al recordar que el islamismo nació como una reacción a la colonización occidental, alerta contra una promoción de las libertades impuestas desde el exterior y que, multiplicando amalgamas, llevaría a los musulmanes a oponerse a la idea misma de reforma. El autor se esfuerza por demostrar en un texto publicado por The Guardian y el Boston Globe, comentando un texto mucho más largo publicado por Oumma.Com, que la reforma interna del mundo musulmán es posible. Llama a una reforma de la charia, la ley islámica, que debe comenzar por una moratoria inmediata para los castigos corporales practicados en nombre del Islam y ello, en todo el mundo. Por el contrario, las presiones occidentales sólo lograrán radicalizar y legitimar los regímenes o grupos que practican estos castigos corporales o estas formas de ejecución.