Los asistentes a la reunión en su mayoría son jóvenes. La discusión es intensa, mas para algunos resulta demasiado larga, poco fructífera y hasta algo tediosa. Se mide desde todos los ángulos el significado de las palabras para que no se las interprete en forma distinta a lo que se quiere decir, y la disputa porque se exprese de una u otra forma toma el carácter de un debate de principios. Por eso se avanza lentamente.

Alguien sugiere que la asamblea debe pregonar la consecución de un gobierno popular, y la respuesta es inmediata: eso no puede aceptarse porque lo plantea el MPD. No hay otra razón. Frente a la insistencia de lo que ese tipo de gobierno significa, se hace una concesión... buscando una manera distinta de decir lo mismo porque hay que distanciarse lo máximo posible de ellos; pero la idea queda “en la congeladora” porque más de uno la cuestiona.

El listado de propuestas, acciones, visiones, misiones es enorme y más grande el tiempo que se necesitará para aceptarlas y ordenarlas. La razón: la diversidad de interpretaciones que se hace de la realidad y del futuro del país y los mecanismos para alcanzar los objetivos. Eso puede ser considerado como una fortaleza, pero también como debilidad.

Las circunstancias los ha obligado a discutir de política a pesar de que buscan apartarse de los políticos. Se proponen crear todo de nuevo, inventarlo, hacerlo de una manera distinta de lo que hasta ahora otros lo han hecho. Pero siempre surge la inquietud qué es lo nuevo y hasta dónde avanzar. Ahí está la clave. ¿Nuevo por su condición de reciente o por la proyección histórica que encierra o carece? Avanzar no en el espacio sino en la esencia de las cosas; y no hacia donde sus sueños los lleve, sino hasta donde sus concepciones y planteamientos los permita llegar.

Por eso el límite está prefijado y es estrecho. Desde que surgieron como movimiento - aunque en realidad recién ahora se está prefigurando como tal- marcaron el lindero de acción y proyección. Los forajidos no pretenden revolucionar la sociedad, solo mejorarla, reformarla sin apartarse de lo que el Derecho permite. Ese es su tope que marca a su vez la proyección histórica.

Todo se resuelve reconociendo los derechos ciudadanos; respetando la Constitución y el Estado de Derecho; dando potestad a una sociedad civil que no está bien claro qué mismo es y quiénes la integran; haciendo política desde las Ongs y no desde los partidos; reemplazando al sindicalismo, a las organizaciones gremiales y poblacionales por el asambleísmo... sin afectar la estratificación social, la estructura económica, las relaciones de dependencia, el poder de las clases dominantes, pues, no hay necesidad de hacerlo porque las contradicciones de clase se evaporan cuando el Estado respeta la “ciudadanía”.

No puede plantearse más porque si se es radical se pone en debate y en juego la condición de clase de la médula del movimiento. Los sectores medios y altos de la pequeña burguesía tienen temor a los cambios profundos y a los movimientos que buscan dichos cambios. Por eso es mejor defender la ley y condenar a quienes se apartan de ella y usan la violencia. La racionalidad lo resuelve todo, el tiempo de las revoluciones quedó atrás.

Ese es el límite del movimiento, esa su proyección histórica. Los sectores que en su interior promueven la lucha en contra del TLC, el Plan Colombia o exigen que los yanquis se vayan de la base de Manta; o que entienden el ¡Que se vayan todos! como poner fin al dominio de la oligarquía son pequeños pero importantes; su esfuerzo puede permitir que el movimiento avance y se califique, pero al menos, y lamentablemente, esa no es la tendencia fundamental en su interior en este momento.

Todo lo que hoy se escucha de boca de quienes teorizan sobre la naturaleza del movimiento de los forajidos y definen los parámetros de su pensamiento y acción tiene mucho de la prédica en pro de alcanzar un capitalismo con rostro humano, que más que un sueño es un embuste. Por supuesto, el grueso de los participantes están alejados de ese pensamiento.