La legalización del cultivo de hoja de coca en Cusco que es comprada en su producción hasta en un 90% por Enaco (Empresa Nacional de la coca), como dijo el presidente regional, Carlos Cuaresma, ha desnudado, sin ambages y de modo patético, el ramplón servilismo ambiente en personajes del gobierno toledista que no pueden admitir el más mínimo cuestionamiento a las mal llamadas políticas que impulsa Devida, es decir, el gobierno norteamericano a través de ésta, en el Perú.

Carlos Ferrero, veterano camaleón de mil colores, llegó al paroxismo de “advertir” que Cusco iba a convertirse en núcleo fundamental del narcotráfico. ¿Puede considerarse serio a quien posee una hoja moral de servicios múltiples y muy convenientes según la estación política y la temperatura oportunista como el señor de marras?

Más allá de la actitud del gobierno regional de Cusco y de su presidente Cuaresma. En acápite superior a cualquier chance política episódica, hay un trasfondo que no puede pasar inadvertido por vergonzoso y descarado: ¡el entreguismo sumiso de que hace gala el Ejecutivo vía sus portavoces oficiales!

Devida es una organización que concita el odio casi cerval de los campesinos. Según dijo Cuaresma sólo ha llevado balones de fútbol, camisetas deportivas y chucherías, como las que usaban los ibéricos para deslumbrar a sus conquistados y luego engañarlos como querían, a las zonas cocaleras del Cusco. ¿Cuántos hospitales, campañas, colegios o cultivos alternativos han sido efectivizadas por Devida y su inútil funcionario Niels Ericson? La respuesta es obvia: ¡nada de nada!

Si Estados Unidos tiene tanto interés en pulverizar el cultivo de hoja de coca, so pretexto que con eso detiene el narcotráfico, nos permitimos preguntar algunos años atrás, ¿por qué no compra la cosecha total de hoja de coca del Perú a precios preferenciales e invierte varios millones en la construcción de vías alternas para nuestros campesinos del interior? Obviamente, esa avenida yugula las alas a las ONGs, a todos los grandes vivos que se hacen emplear por Devida, para seguir al pie de la letra y con un acriticismo reprobable, al fin y al cabo, la política norteamericana fundamentalista y fanática.

Aldous Huxley propuso cinco décadas atrás la legalización de las drogas como modo atrevido de quitarle ese halo de misterio aventurero a su obtención y final consumo destructivo. Se rieron de él, lo satanizaron, se mofaron del escritor, pero su tesis no era tan descabellada. Sí que era una amenaza para quienes vieron, como los gángsteres, un gran negocio en el narcotráfico. Aquí el negocio es de esas pandillas de burócratas que viven bien en nombre de los pobres y mucho mejor si los dólares vienen de sus “archi-enemigos” de Estados Unidos. Hay hasta un ex ministro metido en estas danzas de sociedad con quienes fueron víctimas de sus insultos pocos años atrás.

Se entiende pues que se anuncie con anuencia servil que cuanto venga de Estados Unidos, se aprobará “sí o sí” como el Tratado de Libre Comercio que nos comprometerá o apresará como nación de 26 millones de habitantes a tribunales ad hoc en los que la fuerza de las transnacionales nos robará todas las esperanzas por más carga de justicia que exista porque siempre el patrón dólar hará cumplimiento de la regla de oro: ¡quién tiene el oro pone la regla!

¡Atentos a la historia; las tribunas aplauden lo que suena bien!

¡Ataquemos al poder; el gobierno lo tiene cualquiera!

¡Hay que romper el pacto infame y tácito de hablar a media voz!