Desde cuando la sociedad de consumo metió sus sospechosas manos en el mercado del arte, la desvalorización de la música ecuatoriana, y del Pasillo en especial, fue creciendo incontenible, para anularla y, en su lugar, introducir toda clase de exabruptos, ruidos y sonidos raros, que con nombres extraños, han llegado para colonizarnos e imponernos ritmos y melodías, si pueden llamarse así, que nada tienen que ver con nuestra identidad cultural y con nuestra “indiosingracia”, como suelen ironizar, los chuscos.

Wilma Granda, socióloga, cineasta e investigadora, tiene un estudio, sesudo y documentado, que se llama: “El Pasillo-identidad sonora”, en el que trata de demostrar que el pasillo ecuatoriano es parte de nuestra identidad, social y cultural, fatalista, triste y perdida. Veamos cómo empieza este interesante “ensayo”: “Definir al pasillo como parte de la cultura popular, conjuga valores, estrategias y símbolos que sectores urbanos del país expresarían al iniciar y concluir el siglo XX. Donde, una crisis económico-política de contundentes y similares efectos, produce traumas que llegarían a verbalizarse en un poema musical llamado pasillo, gestionado como un discurso de sentimientos de pérdida. Pérdidas indistintas que llegan a simbolizarse como una idealización amorosa. En las primeras décadas del siglo XX, la grabación de discos y el establecimiento de la radio, socializan un similar referente de pasillo, como una suerte de confesión existencial que prologa y prolonga la inviolable adhesión a la tristeza. Tristeza que tiene razón de ser, también, en casi toda la música popular latinoamericana” (Pág. 10).

Con el respeto y cariño que tengo para esta distinguida amiga y reconociendo su esfuerzo y su entrega de “largos años” a esta investigación, me temo que se le ha ido la mano y ha caído en la subjetividad y la ligereza al afirmar que todos los ecuatorianos somos fatalistas y tristes, por que somos indios, mestizos colonizados, puesto que, “Dando cuenta de una confusión de valores del ser íntimo que remite irremediablemente a la fatalidad, el pasillo se convierte en un canto entonado para adentro por una legión de hermanos sin bandera que se acostumbran a perder guerras propias o inventadas. Todo para ficcionar un retorno a aquello que les es propio, su identidad o alma.” (Pág. 115).

Pero yo me preguntó qué hacen, entonces, los miles de “pasilleros” que asisten permanentemente a los coliseos, teatros, plazas publicas y auditorios, para escuchar música ecuatoriana, y oír a los pasilleros y pasilleras, interpretando esos viejos y hermosos pasillos, que no son solamente, tristeza, soledad y muerte, sino que involucran vivencias presentes, y recuerdos yacentes en nuestro ser, alegres o tristes, pero propios, nuestros como la vida y todas sus vicisitudes.

Yo tuve la suerte de asistir a una noche pasillera, en la casa de Terry Pazmiño, ese gran maestro de la guitarra, compositor e intérprete, nos acompañaban dos guitarristas más, uno de ellos su hijo, que se destaca ya como intérprete. De esa reunión no salimos llorando, ni nos sentimos avergonzados por nuestro ancestro indígena; no hablamos ni la delincuencia ni del suicidio. Al contrario, guiados por el Maestro, hablamos sobre el Pasillo (sí, con mayúscula, porque es nombre propio); escuchamos y cantamos pasillos, de los más hermosos, y nos enteramos de su historia y su origen, que puede ser el Fado portugués, el valse vienés o el minueto, ejemplo: “Al besar un pétalo”, pasillo que es muy parecido a un minueto de Mozart pues son iguales en el ritmo de 3x4; nos enteramos de que el primer Pasillo Ecuatoriano que se oyó en Quito, fue “El Guayabo”, interpretado por la Banda de Música del Batallón “Numancia”. Aquella noche aprendimos que hay varias clases de pasillos: primero la gran división entre Pasillo moderno y antiguo; y luego, el Pasillo cortado, como “Noches del Niza”, el pasillo simple, como “Pasillo de la Esperanza”, el Pasillo tonal, que es el que no sale de su tonalidad, mientras hay el pasillo mixto, que cambia de tonalidad, de menor a mayor; supimos de la existencia del Pasillo Modulado, que es el más complejo, difícil y raro, porque se cambia a varias tonalidades, ejemplos de esta clase de Pasillos son: Reír Llorando, Ojos Negros y El Beso; también nos enteramos que hay pasillos con pisicato, como el que se llama “Para Ti” y pasillos combinados, entre pisicato y normal. Esa noche se demostró que el pasillo de la sierra es más solemne, expresivo y sentimental, como “El Aguacate”, mientras que el de la costa es más rápido, alegre y apropiado para bailar, como lo demuestran los pasillos “Odio y Amor” y “Reír Llorando”.

Yo me desmamanté con pasillos, pues mi madre, mientras lavaba la ropa familiar en el patio de nuestra casa, en el “Barrio Obrero”, al pie de la “Mama Cuchara”, entonaba pasillos, que no nos ponían tristes, ni a mí ni a mis tres hermanos, (¿Habrá sido por la alegría de la niñez?) y canciones alegres como “La Mapaseñora” que, sin saber exactamente su significado, nos hacía reír.

Todos los amigos-amigos, (algunos hermanos), que he tenido a lo largo de mi vida han sido pasilleros, claro, con “honrosas excepciones”, pero ninguno de ellos ha sido delincuente, borracho consuetudinario, habitúe de cantinas, ni se ha suicidado ninguno; algunos de ellos sí han estado en la cárcel (cantando pasillos y canciones revolucionarias), porque fueron apresados por luchar contra el sistema.

No creo que el pasillo esté moribundo, está sí acosado por la “modernidad”, por la penetración cultural que es la que intenta quitarnos nuestras raíces y nuestros sentimientos, para imponernos la moda pueril y anodina. Hay corifeos, fatalistas y desengañados, que se empeñan en sepultar, no solo al Pasillo, sino a cualquier expresión artística de carácter nacional y popular, que se oponga a sus siniestros fines mercantilistas y dogmáticos que impulsan la colonización y el dominio cultural, impuestos por el Imperio, en contubernio con los “intelectuales” y “cientistas”, posmodernos y desencantados.