George W. Bush.

El presidente norteamericano George W. Bush ha pronunciado en la base militar de Fort Bragg un discurso hecho coincidir con el primer aniversario del traspaso formal del poder al nuevo Gobierno de Irak.

La alocución del jefe de la Casa Blanca ha puesto en evidencia que el Estado más poderoso del mundo no sabe cómo desenredarse del atolladero iraquí.

Bush se ha negado a presentar el cronograma de la retirada del contingente de 135 mil efectivos norteamericanos acantonado en Irak, alegando que ello alentaría al enemigo y desmoralizaría a los iraquíes y a los soldados estadounidenses. Los pronósticos que hace Bush son poco alentadores y todo indica que la violencia y las muertes continuarán.

Simplemente porque «es un asunto que merece la pena». En realidad, ni Bush ni sus colaboradores más cercanos tienen idea de cuándo y cómo terminarán los ignominiosos intentos de implantar la democracia a la norteamericana en Irak.

A este respecto, en Washington reina un caos de ideas. El vicepresidente Dick Cheney, por ejemplo, se cree que los insurrectos ya «están agonizando». La secretaria de Estado, Condoleezza Rice, también reboza optimismo y considera que Irak «avanza por el camino de la libertad».

Al mismo tiempo, el secretario de Defensa, Donald Rumsfeld, ha dejado pasmados a sus colegas cuando les dijo que la resistencia armada en Irak podría durar 12 años. Nadie le ha preguntado por qué 12 años, pues se sabe que esa cifra la ha sacado de su caletre para disimular que la Administración Bush desconoce dónde buscar la salida a la situación.

Hasta ahora, la estrategia iraquí de la Casa Blanca seguía dos vertientes: la de desarrollo en Irak de lo que suele llamarse proceso político, y la de los tímidos contactos con los insurrectos sunitas con la esperanza de dividir la resistencia armada.

En cuanto al proceso político, éste avanza a ritmo acelerado pero... sin ningún resultado. Washington cumple formalmente una tarea y pasa a la otra: celebrar elecciones, formar el Gobierno, debatir el proyecto de constitución en agosto, convocar un referéndum en octubre, realizar otras elecciones en diciembre, etc.

Sin embargo, la oleada de violencia en el país no decrece. Incluso pronto se elevará por las nubes. Desde que Paul Bremer transfiriera hace un año la soberanía a las autoridades iraquíes, en Irak se han registrado 470 explosiones perpetradas por suicidas, mientras que el número de víctimas en los dos últimos meses ya alcanza 1.330 personas.

Es más, la CIA reconoce en un informe secreto filtrado a la prensa que Irak se ha convertido en un centro para entrenar a terroristas. Los comandos iraquíes y los islamistas foráneos perfeccionan allí sus técnicas subversivas y establecen contactos que luego pueden resultar provechosos en países como Arabia Saudí, Jordania, Gran Bretaña e incluso EE UU. «Esos combatientes de la yihad abandonan Irak ya preparados para llevar el terrorismo urbano a otros países», hace constar tristemente el director de la CIA, Porter Goss.

De manera que el objetivo fundamental de la guerra lanzada contra Irak -castigar la cohorte de Ben Laden- se ha convertido en lo contrario y la amenaza terrorista se ha propagado en escala nunca antes vista.

Entretanto, Rusia sigue atenta la segunda vertiente de la estrategia iraquí trazada por la Casa Blanca: incorporar al proceso negociador aunque sea una parte de los sunitas, que forman el núcleo de la resistencia.

Durante largo tiempo, el Occidente había estado insistiendo en que Moscú entablara negociaciones con los terroristas chechenos, por ejemplo, con el ya extinto Aslan Masjadov. Pues ahora sería muy interesante observar cómo harían lo mismo en Irak los autores de esa idea.

Por cierto, el paralelo hecho es bastante convencional, pero ya se sabe de antemano que los contactos entre los norteamericanos y los comandos iraquíes resultarán infructuosos. Incluso podrían convencer a los insurrectos de que los ocupantes van perdiendo terreno.

Washington procura mantenerse apartado de los líderes de la resistencia, que son los que realmente gozan de prestigio y tienen el poder. Los comandos con los que contactan los norteamericanos no están muy interesados en que cese el fuego: prefieren preparar las condiciones para una guerra civil entre los sunitas y chiítas.

Esa guerra será inminente si EEUU decide marcharse de Irak. Con ello rebajará su estatuto de Estado más poderoso el mundo que, además, ha sufrido otra gran derrota después de Vietnam. También hay otra opción, que consiste en poner a los estadounidenses ante el hecho de que las tropas de EEUU permanecerán en Irak «hasta no dar más», o sea, por decenas de años.

Una tercera opción ya no existe, y George W. Bush no tiene la menor idea de cuál de las dos elegir.

Fuente
RIA Novosti (Rusia)