En lo adelante el Cuatro de Julio, además del Día de la Independencia, los Estados Unidos celebrarán el nacimiento de la artillería extraterrestre. El primer ataque coheteril en tiempo y con municiones reales en el espacio exterior, no fue una maniobra defensiva, ni resultado de un acuerdo de la ONU, sino una decisión unilateral de los Estados Unidos.

El impresionante impacto ocurrió a las 0:52 horas (hora de México), a 150 millones de kilómetros de la Tierra, y a 37.000 kilómetros por hora. La explosión de cinco toneladas de TNT, abrió un cráter equivalente a un edificio de 20 pisos y generó una nube de polvo y gas de 1.800 kilómetros de radio. El evento fue transmitido en vivo por la NASA, a través de cámaras montadas en la nave portadora.

La misión fue técnicamente perfecta. Al avistar al cometa elegido como blanco, la nave que meses atrás había despegado de Cabo Cañaveral, y que fue colocada en órbita alrededor del Sol, se colocó en posición, realizó las correcciones de rigor, afinó la puntería y 24 horas antes del impacto, realizó el disparo que puso en ruta de colisión con el cometa un proyectil, denominado «Impactor», fabricado con cobre rojo de Chile y que colisionó con el organismo espacial a una velocidad de 10.2 km/seg.

El empleo del cobre chileno se debió a las bondades del metal que apenas interfiere en los análisis de otros elementos que se desprenderán del choque, no dejó residuos que obstaculizaran la lectura de la información científica y fue suficientemente sólido para abrir el cráter deseado. Chile fue también el lugar desde donde mejor se observó el suceso.

Como resultado adicional a los datos científicos que aportará, se ha reiterado la idea de que el procedimiento ensayado ayer, podrá servir en caso de que algún otro cometa u entidad, amenace a la Tierra desde el espacio exterior.

De hecho, ayer no se probó una sonda científica, sino un arma.

Es cierto que la ciencia supone costos y requiere de sacrificios. Son conocidos los ejemplos de sabios y científicos que en medio de incomprensiones e incluso persecuciones, han realizado enormes sacrificios en aras de probar tesis científicas, miles de animales de laboratorio son utilizados y ciertos experimentos causan dolor. No obstante, los propios científicos procuran no acudir a semejantes recursos y la posibilidad de atentar contra el patrimonio natural con fines de investigación parecía excluida. Este caso duele menos porque ocurrió muy lejos y, al parecer carece de consecuencias inmediatas.

Si en lugar de a un cometa se hubiera disparado contra un delfín o a la cima de Everest, la humanidad habría reaccionado horrorizada.

Quedan en la tierra decenas de millones de personas que vivían cuando se lanzó la primera bomba atómica, fueron contemporáneos de la hazaña de Yuri Gagarin, el primer hombre en salir al espacio exterior y admiraron a los astronautas que desembarcaron en la Luna y han vivido lo suficiente para asistir al primer bombardeo extraterrestre. Todo eso en una misma generación.

Con el desarrollo de la aviación y sobre todo con la salida del hombre al espacio exterior, los viajeros comenzaron a buscar a Dios o trataban de encontrar pistas de su presencia, hasta que un Papa puso fin a la especulación, definiendo que el «Cielo» no es un espacio físico, sino una categoría de fe, el lugar donde mora Dios es inaccesible, al menos para los vivos. La definición tranquiliza. La audacia, irresponsabilidad o prisa norteamericana, por ahora, no nos expone a la ira divina.

Por su naturaleza etérea y sutil, porque vagan eternamente en conmovedora soledad y luciendo sus preciosas colas de luz, se aproximan a la Tierra, manteniéndose a respetuosas distancia, los cometas han inspirado a científicos y artistas, son musa de poetas y dramaturgos y parte del patrimonio de una humanidad cada vez más respetuosa de la otredad.

No soy de los que hacen de la ecología una ideología y creo que la búsqueda de la verdad supone sacrificios. No me sumo a los críticos de oficio, aunque milito con los que dicen: ¡Cuidado! y respaldo a los que reclaman: ¡Con armas, no!