Las semanas precedentes a la reunión del G-8 en Gleneagles, Escocia, fueron el teatro de numerosas tomas de posición y de vibrantes llamamientos a favor de África, tema normalmente evitado en los medios dominantes. El presidente en ejercicio del G-8, el primer ministro británico Tony Blair, había hecho de la ayuda a África y de la lucha contra el calentamiento climático los aspectos centrales de la agenda de la reunión. Al mismo tiempo, los organizadores de los conciertos gigantes Live Aid de 1985 habían decidido reeditar esta operación el fin de semana anterior a la Cumbre. Los conciertos gigantes programados en varios países tenían como objetivo recaudar fondos para África e incitar a los dirigentes del G-8 a mostrarse generosos con este continente. Finalmente, se convirtieron en una gran operación de promoción de la Cumbre y de su organizador, Tony Blair, por lo tan alabado que fue por parte de los responsables de estas manifestaciones musicales.
En estas condiciones, el debate sobre África y la ayuda que se pueda brindar al continente permanecieron confinados a los términos deseados por los dirigentes. La protesta se manifestó a través de estos conciertos. El único antagonismo discernible en los medios de comunicación mainstream oponía a aquellos para quienes la mejor forma de ayudar a África es ante todo aumentar las ayudas, frente a los que defienden la necesidad de abrir las economías a la globalización.

El consejero de Kofi Annan, Jeffrey D. Sachs, denuncia la mezquindad de los países ricos y principalmente de los Estados Unidos en un texto difundido por Project Syndicate y retomado por La República (Perú), el Jordan Times (Jordania) y L’Orient-Le Jour (Líbano). Está de acuerdo en que una buena gobernabilidad es indispensable para el desarrollo de África, pero considera que el continente sufre en primer lugar por su pobreza. Solicita que se implementen planes de emergencia en la producción agrícola, la salud y el desarrollo de las infraestructuras. También Susan E. Rice, ex subsecretaria de Estado para los asuntos africanos de la administración Clinton e investigadora de la Brookings Institution, denuncia que Estados Unidos ha contribuido con pocos fondos para la ayuda a África. En el Washington Post, afirma que la mayor parte de los recientes anuncios de George W. Bush no son más que apariencia o entrega de sumas ya prometidas. Considera que Washington debe involucrarse en la ayuda a África pues es un buen medio para luchar contra el terrorismo islámico. El argumento de la seguridad es también esgrimido por el ex primer ministro británico John Major, en The Guardian. Si la pobreza se desarrolla aún más en el continente, habrá guerras y crisis. Miembro en la actualidad del Carlyle Group, fabricante de equipos para el Pentágono y gerente de las fortunas de las familias Bush y Bin Laden, el Sr. Major se muestra como el ex responsable afligido en lucha con su consciencia: ¡si hubiera dado más para África!

Para el presidente de la Comisión de Relaciones Exteriores de la Cámara de Representantes, Henry J. Hyde, no será mediante mayores aportes que se desarrollará África. Así, considera en el Chicago Tribune que el enfoque británico no es el correcto. Paternalista, considera que los africanos no están aptos para utilizar por sí mismos estas ayudas y que la única forma de apoyarlos es aplicando los principios de la Conferencia de Monterrey retomados por el Millenium Challenge Account: el condicionamiento de la ayuda a una apertura de las economías africanas.
Este enfoque es un poco brutal desde el punto de vista del comisario europeo para el Comercio Peter Mandelson. En The Independent, el ex ministro de Tony Blair aboga por un aumento de las ayudas para el desarrollo, pero también y sobre todo por una aplicación de las nuevas reglas de la OMC, así como por una apertura de las economías de los países pobres. Abdou Diouf y Don McKinnon, los secretarios generales de la Organización Internacional de la Francofonía y del Commonwealth sostienen este punto de vista en Le Monde. Llaman a los dirigentes del G-8 a dar un impulso que permita aumentar el monto de la ayuda para el desarrollo. Los autores piden igualmente que se prosigan las negociaciones de la OMC tendientes a suprimir los subsidios agrícolas. Esta demanda no sorprenderá a nuestros lectores que recordarán que en pleno debate sobre la Política Agrícola Común (PAC), Don McKinnon hacía un llamado a los países del Commonwealth para que atacaran esta política a través de la OMC. Recordemos asimismo que la contrapartida del abandono de los subsidios agrícolas en las negociaciones de la OMC es una mayor apertura de las economías de los países en vías de desarrollo a las grandes empresas de los países ricos.

Teniendo en cuenta la preeminencia que ha alcanzado el G-8 en el tema de la ayuda a África, los representantes de organizaciones regionales o internacionales tratan de de reposicionarse en el debate.
El presidente de la Comisión Europea, José Manuel Barroso, insiste en Le Figaro y en el International Herald Tribune en la importancia de la ayuda europea a África y aboga porque la Comisión Europea tenga un papel de motor en los esfuerzos encaminados a África y pide, también él, una mayor apertura de las economías africanas. Por su parte, y siempre en Le Figaro, el secretario general de la ONU, Kofi Annan, se apoya en la cumbre del G-8 para hacer un nuevo llamado a reformar la ONU. Expresa su satisfacción por el hecho de que la temática de la ayuda a África sea abordada en la cumbre de Gleneagles y recuerda que se trata de cuestiones que se encuentran en el centro del proyecto de los Objetivos del Milenio de la ONU. Una vez más nos choca la impotencia del Sr. Annan, víctima de los ataques de Washington y obligado a que su organización se haga eco del G-8, organización de Estados ricos que pretende sustituir a la ONU en las cuestiones mundiales.

La orientación de este inofensivo debate es insoportable para el periodista y documentalista John Pilger. En el New Statesman, se muestra irritado por el unanimismo y las autoalabanzas por los avances del G-8. Sin embargo, ¿qué motivo de sincera satisfacción se puede tener? Las promesas de ahora no tienen más posibilidades de cumplirse que las anteriores y las ayudas se dan a cambio de aperturas de los mercados internos a las empresas de los países del G-8. Para el autor, esta cumbre no es más que una representación obscena al servicio de la propaganda personal de Tony Blair, en dificultades tras la agresión a Irak. Llama pues a los partidos de izquierda a no dejarse engañar.