Desde 1994 la rebelión zapatista en Chiapas ha sido el movimiento social más importante del mundo, el barómetro y el disparador de otros movimientos antisistémicos por todo el planeta. ¿Cómo puede ser que un pequeño movimiento de indígenas mayas en una de las regiones más pobres de México pueda desempeñar un papel tan importante? Para contestar eso debemos hacer el recuento de los movimientos antisistémicos en el sistema-mundo desde 1945.

De 1945 a mediados de los sesenta, por lo menos, los movimientos antisistémicos (o Vieja Izquierda) -los partidos comunistas, los partidos socialdemócratas, los movimientos de liberación nacional- crecieron y llegaron al poder en una amplia gama de estados. Había revuelo en torno a ellos. Pero justo cuando parecía que estaban en la cúspide de un triunfo universal se toparon con dos impedimentos: la revolución mundial de 1968 y el renacimiento de la derecha en el orbe.

Por supuesto, los revolucionarios mundiales de 1968 protestaban por todas partes contra el imperialismo estadunidense, pero también contra los movimientos de la Vieja Izquierda. Para los estudiantes y trabajadores implicados en los movimientos del 68, los movimientos de la Vieja Izquierda habían llegado al poder, sí, pero no habían cumplido las promesas de transformar el mundo en una dirección más igualitaria, más democrática. El anhelo continuaba. Los sesentayocheros crearon nuevos movimientos (los verdes, los feministas, los identitarios), pero ninguno fue capaz de atraer el respaldo masivo que habían adquirido los movimientos tradicionales en el periodo posterior a 1945.

Además, con el despuntar de un importante viraje de la economía-mundo, la derecha mundial cobró aliento y se reafirmó. Los más notables, por supuesto, fueron los gobiernos neoliberales de Margaret Thatcher y de Ronald Reagan. Pero tal vez lo más importante fue la habilidad del Fondo Monetario Internacional y del Departamento del Tesoro estadunidense de imponer a la mayor parte de los gobiernos de la Vieja Izquierda que continuaban en el poder una retirada importante de sus políticas económicas, haciéndolos cambiar el desarrollismo de sustitución de importaciones por el crecimiento basado en las exportaciones.

Cuando el último y más fuerte de estos gobiernos de la Vieja Izquierda -los regímenes comunistas de la Unión Soviética y sus satélites de Europa Oriental y de Centro- se colapsó, entre 1989 y 1991, el creciente desmantelamiento de los movimientos antisistémicos (tanto de la Vieja como de la Nueva Izquierda) alcanzó el punto culminante de desilusión y desencanto acerca de su capacidad de transformar el mundo.

Pero justo cuando la marea de ideología neoliberal parecía alcanzar su clímax, a mediados de los noventa, la ola comenzó a virar. El punto de quiebre fue la rebelión zapatista del primero de enero de 1994. Los zapatistas pusieron muy en alto la bandera de los segmentos más oprimidos de la población mundial, los pueblos indígenas, y reclamaron su derecho a la autonomía y al bienestar. Es más, lo hicieron sin exigir la toma del poder del Estado mexicano, sino buscando el poder de sus propias comunidades, para las cuales pidieron el reconocimiento formal del primero.

Y mientras el lado militar de su rebelión terminó muy pronto con una tregua, políticamente buscaron a la “sociedad civil” de México, y luego a la del mundo entero. Acordaron encuentros “intergalácticos” en las selvas de Chiapas y pudieron convocar la asistencia de un número impresionante de militantes e intelectuales de todo el orbe. Cuando en 2000 llegó al poder en México un nuevo presidente (que había sacado al decrépito movimiento “revolucionario” que mantuvo el poder durante 60 años), los zapatistas marcharon a la ciudad de México para exigir que los términos de los convenios de tregua de 1996 (los llamados acuerdos de San Andrés) fueran por fin puestos en práctica por el gobierno mexicano.

Cuando la legislatura mexicana no cumplió, pese al enorme respaldo que los zapatistas tenían en la “sociedad civil”, regresaron a sus comunidades en Chiapas y comenzaron a implementar su autonomía unilateralmente, creando -de facto si no de jure- gobiernos democráticos, su propio sistema escolar y sus propias instalaciones de salud. Pero el Ejército Mexicano se mantuvo siempre como contrapeso a su alrededor, amenazando potencialmente con desmantelar su estructura de facto.

La importancia de los zapatistas fue mucho más allá de los estrechos confines de Chiapas o aun de México. Se volvieron ejemplo de lo posible para otros en cualquier parte. Si en los pasados cinco años la mayoría de los países sudamericanos han puesto a gobiernos populistas/izquierdistas en el poder, el ejemplo zapatista fue parte de las fuerzas disparadoras. Si los manifestantes en Seattle fueron capaces de descarrilar la reunión de la Organización Mundial de Comercio en 1999, y pudieron hacer manifestaciones semejantes en Génova, Quebec y otros lugares, así como este año en Gleneagles, en no poca medida fue inspirado por los zapatistas. Y cuando en 2001 el Foro Social Mundial aglutinó esta renovación de la lucha antisistémica, los zapatistas fueron un modelo heroico.

Pero ahora, repentinamente, en junio de 2005, los zapatistas proclamaron una alerta roja, llamaron a sus comunidades a abandonar los poblados e internarse en el monte para realizar una “consulta” masiva a la base. ¿La razón? Dijeron que ya no podían sólo esperar indefinidamente mientras el Estado mexicano ignoraba sus promesas hechas hace 10 años en los acuerdos de tregua. Se declararon entonces listos “para arriesgar lo poco que habían obtenido” (es decir, la limitada autonomía de facto sin base jurídica), con el propósito de intentar algo nuevo. Declararon que habían finalizado la primera fase de su lucha y que era tiempo de pasar a una segunda etapa, que sería política y no militar, añadieron.

En la tercera y última parte de la Sexta Declaración de la Selva Lacandona, difundida el 30 de junio de 2005, los zapatistas brindan indicios claros de la línea política que proponen. No hacen mención de partido político alguno, ni en México ni en ningún otro lado. Dicen a la gente de todas partes, a quienes luchan por sus derechos, a los que están a la izquierda, que los zapatistas están con ellos. Hablan de crear una vasta alianza política en México -somos indígenas, pero también somos mexicanos-. Y hablan de crear una vasta alianza política en el mundo. Usan un lenguaje inmediatamente incluyente -incluyente de todos los estratos y todos los pueblos, y sobre todo de todos los grupos oprimidos-, pero en la izquierda, sin atarse necesariamente a ningún partido.

En mi opinión, la cuestión más importante de esta iniciativa es su sentido del tiempo. Han pasado 11 años desde que la marea comenzó a ir contra el neoliberalismo y el imperialismo. Pero para los zapatistas no se ha logrado lo suficiente. Tengo la sensación de que no son los únicos que lo piensan. Tengo la sensación de que por toda América Latina, en especial en aquellos países donde los grupos populistas o de izquierda han llegado al poder, hay una sensación semejante de que no es suficiente, de que estos gobiernos han hecho muchas concesiones, de que el entusiasmo popular se agota. Tengo la impresión de que en el Foro Social Mundial hay esa misma sensación de que lo logrado desde que comenzó en 2001 es muy notable, pero no suficiente, y que no puede seguir haciendo las mismas cosas una y otra vez. En Irak y en Medio Oriente en general también parece haber la sensación de que la resistencia al intervencionismo machista de Estados Unidos ha sido sorprendentemente fuerte, pero, aun así, no ha sido suficiente.

En 1994 la rebelión zapatista fue el barómetro de un rechazo al sentido de incapacidad que había comenzado a apoderarse del impulso antisistémico mundial. Sirvió entonces para encender una serie de otras iniciativas. Hoy, cuando los zapatistas nos dicen que su primera etapa ya terminó y que no podemos quedarnos ahí, parecen de nuevo ser un barómetro de un cambio de sentimiento en otras partes. Los zapatistas quieren moverse a una segunda etapa -política, incluyente-, pero están todavía lejos de haber detallado sus objetivos. ¿Serán ahora la inspiración de una revaluación semejante por toda América Latina, en el Foro Social Mundial y en todos los movimientos antisistémicos del planeta? ¿Cuáles serán los objetivos detallados de la siguiente fase?

LA JORNADA